lunes, 20 de febrero de 2017

GRACIAS A LA VILLA QUE ME HA DADO TANTO

Villa de Cura es un pintoresco pueblo del estado Aragua, quizás hoy ya no tanto como cuando lo vi la primera vez que abrí mis ojos. Allá llegaron mis padres iniciando la década de los cincuenta, comenzando la dictadura de Perez Jimenez. Mi padre, junto a mi tío, habían comprado una hacienda de café en una inmensa montaña a las afueras del pueblo. Se llamaba Hacienda Santa Rosa y llegó a ser una de las principales productoras del grano en el estado.  

Cuando nos mudamos a Valencia, mi madre siempre gustaba regresar a la Villa a visitar tantos amigos y familiares que había dejado. Muchas veces la complacimos llevándola los fines de semana. En pocas horas recorría las casas de los Meléndez, Flores, Araujo, Hernández, Delgado, Pérez, Durán, Esaá y los Álvarez, por supuesto. Ella era muy alegre y acostumbraba llegar a las casas cantando la canción que estuviese de moda. Sus amigas lo sabían y apenas  la oían salían felices a recibirla y abrazarla.  En una oportunidad se escuchaba mucho en la radio una que decía: "Que lo entierren hondo, ay, que lo entierren hondo" y con esa llegó  a casa de su amiga Angelina. En esa época no había rejas y las puertas permanecían abiertas, se podía entrar libremente. Llegamos hasta el patio central y nadie aparecía, mi mamá cantaba más fuerte "que lo entierren hondo". En eso salió de una habitación  la señora Angelina y con lágrimas vino apresurada a abrazarla y le dijo: " Ay señora Carmen, ayer enterramos a Araujo" con esa costumbre de las mujeres de antes de  llamar al marido por el apellido. En el momento, por supuesto sentimos pena, pero después nos reíamos cada vez que recordábamos la anécdota y el tino con que había acertado la canción.

Mientras vivimos en la Villa, mi padre se quedaba arriba en la Hacienda y venía a casa periódicamente, así que mi madre permanecía prácticamente sola lidiando con los siete muchachos. Comentaban los vecinos -de ello nos enteramos muchos años después- que en la casa donde vivíamos "y que espantaban", pero nunca se lo dijeron por el aprecio que le tenían. Todo hace pensar que en muchas oportunidades ha debido mi madre sentir angustias, temores y preocupaciones, como era normal, pero aún así, siempre repetía que los años que vivió en la Villa habían sido los mejores y más felices de su vida.

Hay dos cualidades que reconozco en mi madre que pueden haber contribuido para que sintiera tanta felicidad de tan solo recordar sus tiempos en el pueblo y como la revivía cada vez que regresaba a visitarlo. La primera fue su dedicación al "cultivo de amistades" como ella lo llamaba. Eso le permitió conformar una red de amigas que le dieron un apoyo emocional importante. En segundo lugar, y no menos importante, LA GRATITUD, esa fortaleza que puede hacer cambiar la vida de una persona de manera apreciable. Es una actitud que se cultiva y que ella desarrolló de manera espontánea sin saber todo el bien que ello le depararía. Porque traer del pasado los gratos recuerdos y hacer un reconocimiento de solo los momentos por los cuales sentía agradecimiento, es una forma de practicar la gratitud. Supo extender su felicidad al presente pensando con gratitud en las  personas y acontecimientos que la acompañaron en ese pasado.

Cada vez que iba a la Villa llevaba pequeños obsequios, por lo general elaborados con sus propias manos, bellos tejidos que sus verdaderas amigas apreciaban y se lo agradecían, lo que la hacía muy feliz. Regresaba a la Villa a recolectar alegría y amor de sus cultivos. Si estuviese viva de seguro mantendría su costumbre de ir a regar y abonar sus siembras y a lo mejor cantando algo como: "Gracias a la Villa, que me ha dado tanto"

Lionel Álvarez Ibarra
Febrero 2017

domingo, 19 de febrero de 2017

Reunión de febrero 2017. El Agradecimiento

Crónica:

El tema del mes de febrero de 2017 fue el agradecimiento cuya palabra en árabe es Shukram, y con una bella historia contada por la anfitriona del mes, Doña Hened.

Ya nos había ofrecido, en el marco de nuestras lecturas, una degustación de comida árabe libanesa que superó todas las expectativas. Tres cremas que incluian a la "Flefla" de pimentón rojo, y hasta empanadas de acelgas. Luego de las lecturas degustamos postres que incluyeron helados, marquesas y duquesas de chocolate y la inolvidable mazamorra morada del Perú de Doña Gude.(Aunque parece un club de degustaciones, es un club de escribidores, lo que pasa es que se funda profundamente en lo positivo, y la comida lo favorece)

Esta vez, estuvimos, Doña Elinor, Doña Carmen, Doña Gudelia, Doña Arcángela, Doña Tibaire, Doña Hened, la afitriona, Doña Nahima, la mamá y Don Alberto. El chocolate fue otro invitado de lujo en esta ocasión, al igual que el comino, las almendras y la oliva. Inolvidables y entrañables siempre, los relatos que cada quién narra desde su corazón.

Shukram (gracias) a todos.






VENEZUELA MI PATRIA ADOPTIVA



VENEZUELA MI MADRE ADOPTIVA

Una madrugada mis sueños y yo… tocamos suelo venezolano.
Mis maletas repletas de incertidumbre y esperanza.
Mis profesores y amigos, afanados en cartas de elogio,
no escatimaron afecto ni distancia con personalidades del tiempo.

Caracas me envolvió en su verde vital, me inyectó vida.
Verde que te quiero verde, me tiñó de esperanza verde,
y desde entonces no he dejado de fascinarme con el Ávila verde,
el pinta  mi paisaje interno…de un fascinante verde tornasol.

Venezuela Bendita, no me escatimaste tu amor,
siempre me sentí  hija legítima ligada a tus hijos de vientre.
Venezuela de mi alma, me adoptaste  cuando salí de mi Perú,
tierra querida por quien lloré a pesar de tus mimos y tu cobijo.

Mi historia inmigrante buscó un sueño que soñar,
un suelo donde aparcar, donde vaciar  mi valija de nostalgias.
Mis recuerdos aún caminan con un pasaje de retorno sin expiración;
pero mis afectos  profundos han echado raíces para siempre.

Tú que has sido mi madre y compañera,
generosa me has dado sustento tendiendo tu manto azul.
 Has sido la partera de mis hijos, ellos tienen tu sello y tu aire.
 sus cunas espirituales  dibujadas en las laderas del Ávila.


Los años pasaron veloces descalzando tu suelo.
Hoy  estás acurrucada, hecha trizas sangrando por tus costados,
¡Cómo me dueles Venezuela!, hoy  te amo más que nunca…
me quedaré hasta que mis cenizas abonen tu suelo.

Sueño para ti un mañana, en el que levantes tu alma indómita.
donde se borren los colores de la violencia que te llaga.
Serás otra vez suelo de luces, donde tus hijos con talento
cantarán de nuevo, tu himno de esperanza activa,
y volverán a construirte  piedra sobre piedra…

Atiza  tu aura crece y florece, no mas llanto en tu costado,
no más atarraya clineja de viento nublado, sacúdete del dolor y la miseria.
Ven a sembrar semillas de girasol, ya es tiempo, ya la historia te llama…
Atrás quedará la tormenta.
 Adelante tu fibra indómita haciéndole  V a la VIDA…

GUDELIA CAVERO

ENTRE LA GRATITUD Y LA INGRATITUD

Me duele el mundo, me duelen aquellos
que olvidaron a la Venezuela que les partió su pan.
La que les abrió su puerta de par en par
y no indagó nacionalidad ni oficio.

Me duelen mis hermanos venezolanos
que tuvieron que emigrar.
Que huyeron del sin sentido y el crimen
de la carencia y la mutilación.

La gratitud viaja de la mano del amor.
La ingratitud va de la mano de la escoria humana.
La gratitud cava surcos intensos.
La ingratitud cava cicatrices.

Pobre de aquel que troce la mano
de quien le dió de comer.
Pobre de aquel que olvide su pasado,
estará destinado a repetirse miserable.

La ingratitud es ciega y tiene amnesia,
está sumergida en lodo.
Tiene el alma atrofiada, las venas leprosas
y sentimientos que se hieden.

La gratitud deslumbra en su frontera,
hace grande, aleja los charcos de miseria
le da voz al silencio,
borra las caricaturas de la pena.

No hay palabra más potente que GRACIAS,
esa sale desde el amor y la alegría.
Gracias, siembra semilla de la buena
en el más puro abrazo humano.

Que valioso es ser agradecido.
Que valioso es devolver el bien
a quien nos acompañó en la desesperanza,
a quien curó nuestras heridas de orfandad…

El mundo ahora está en deuda,
que sea la gratitud la moneda de pago.
Nuestros jóvenes venezolanos,
potenciarán el tejido social de la humanidad.

GUDELIA CAVERO

viernes, 17 de febrero de 2017

Agradecer a…


Tantos años vividos con aprendizajes, experiencias muy variadas, con sus alegrías y tristezas que el agradecimiento se me hace infinito. Y me pregunto ¿a quién le dedico este escrito? Agarro el lápiz y comienzo a escribir…

Cuando camino por los parques o por una montaña, siento una energía especial. Disfruto de las formas, los colores, los contrastes, sus olores; mis cinco sentidos se activan al máximo. Me siento plena y con fuerzas y tomo la fotografía en mi mente de la belleza que vivo.

En otros escenarios maravillosos, camino por la arena de las playas, siento el agua que moja mis pies, las olas que van y vienen. Observo las gaviotas, las diferentes aves que se dejan llevar por el viento, la espuma del mar, así como mis huellas marcadas en la arena donde se hunden las pequeñas conchas marinas con su diversidad de formas y colores.

Paseos y viajes por caminos recorridos, en carreteras variadas que me transporta a una película de paisajes que pasan con velocidad, y como actriz de reparto vivo tanta hermosura: montañas, lagos, ríos, nieve, lluvia, sol, luna, estrellas. Quedo extasiada, sorprendida y maravillada con tantas bellezas. Es un disfrute pleno que grabo en mi espíritu con la filmadora de la curiosidad constante.

Y todas estas historias están protagonizadas por la Madre Naturaleza. Bella, grandiosa, imponente. Que me hace sentir de manera muy especial el agradecimiento. Donde vivo diversos sentimientos encontrados: alegrías, nostalgias, impotencia, fuerza, solemnidad, dignidad, gloria. Mi corazón se engrandece; es mi refugio donde encuentro nuevas ideas y ganas de seguir adelante.

Y es a la Naturaleza a quien dedico el agradecimiento. Gracias, gracias y gracias Dios por tan maravilloso regalo.

Y así, ya terminado mi escrito, bautizo mi relato con el nombre: ¡Agradecer a la Naturaleza!! Siempre grande, noble y leal, donde por siempre podamos disfrutarte y admirarte. Y donde el cariño y el amor de toda la raza humana te cuide, te mantenga y te conserve igual.


Janet Jiménez

Bogotá febrero 2017

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jueves, 16 de febrero de 2017

Una taza de chocolate caliente

     Agradecer es acoger en el alma todos los días vividos. Pero hay memorias que atesoramos con especial calidez. Solemos ser selectivos en el recuerdo. Nos damos cuenta que todos los recuerdos que tienen que ver con el chocolate son cobijantes. 

  ¿Qué tiene el chocolate que desde la telúrica América  hasta la sofisticada Europa no pueden prescindir de él? Todos lo consideramos una delicia. Casanova pensaba que el chocolate caliente era "el elixir del amor" y bebía chocolate en vez de champán.
    
     El chocolate nos vuelve nostálgicos. Nos remite al recuerdo infantil, a la alegría,  la diversión, al amor prohibido, al amor recordado, al amor que nunca se dio, al amor de todos los días.  
     
     Trae algo mágico que  llena nuestras vidas de redescubrimientos, de momentos feéricos. Tiene el atrevimiento de transformar nuestras vidas. Nos vuelve optimistas, nos hace sentir felices, valerosos, animados y, lo más importante, enamorados.

     Su sabor exquisito despierta y estimula los sentidos, nos hace ver al ser amado maravilloso,  nos embelesa y cautiva.  Al igual que el amor, al principio te sorprende, y con el paso de los años  te mantiene caliente.
    
     Con su aroma olvidamos todas las preguntas. Nos sentimos abrazados ante tan amable respuesta. Viene acompañado de tonalidades diversas, desde la picante canela hasta el etéreo azahar, para hacernos distinguir entre la ternura y la pasión.
   
    En la vida hay cosas muy importantes: un gran amor, la familia, los buenos amigos y una rica taza de chocolate caliente.

    Una taza de chocolate espeso, caliente y delicioso es el mejor pretexto para llegar y deslumbrar al ser amado. Yo, desde aquí, sólo puedo dar la idea, ustedes, en sus vidas, ponen la taza de chocolate y lo demás…

Irma Wefer

Agradecimiento


Puedo apreciar
Montaña, ave, café
Cada mañana

Del cacao y otros agradecimientos

Tenía como doce años; mi hermana mayor se acaba de casar. A su marido no se le ocurrió mejor idea que alquilar una hacienda de cacao en Araguita, un sector del Barlovento venezolano. Ella se fue (o se tuvo que ir)  a vivir a la casa de la hacienda, porque ese era el trabajo de su marido y las leyes dicen que así es. Mis padres, como buenos guerreros- aventureros estaban encantados con la idea, y en la primera oportunidad que se pudo, hicimos morrales para ir a ver donde estaba viviendo y nos fuimos. Ya el viaje en carro hasta allá, era un viaje.

No es como ahora que uno va en un ratico a Higuerote y regresa; en aquel entonces no habían autopistas y llegar a Araguita  desde Caracas tardaba como tres horas, lo que ahora se hace en media hora. Llegar en carro a Araguita era lo de menos, el tema era que teníamos que dejar el carro allí, ya que el resto había que hacerlo en otros medios de transporte. El que más, era caminar. Caminamos por dos horas por el bosque húmedo de Barlovento, entre unos árboles gigantes y centenarios que se llaman  "Cucharos o Candelos" (yo pensaba que eran Bucares),  y a cuya sombra, supe después, era que crecían y germinaban las matas de cacao. Los cucharos tiene raíces gigantes, o al menos así parecían en la mirada de un niño de doce. Igual, las fotos que me quedan (diapositivas), revelan que si eran grandes, y existe una foto de mi madre al lado de una raíz, duplicándola en altura.

Entre esos árboles gigantes, donde no llegabas a ver el final por lo altos que eran, caminamos por horas, con una alta humedad, casi sofocante, cruzando riachuelos, quebradas, y caminos de agua, ya que con tal humedad era normal que aparecieran. El terreno era mayormente plano, pero en muchos casos tuvimos que cruzar por un encima de algún tronco caído. Mis padres, eran unos guerreros, pues con su mochila encima, dirigían la caravana, luego venía yo, luego el baqueano, y quizá mi cuñado, en la primera vez que fuimos. No había maletas, solo lo que podíamos cargar en la espalda. De repente, salimos de la media oscuridad y llegamos a un claro de luz; a un mundo marrón; la arena era marrón, el agua era marrón y se movía con un silencioso respeto de quien siendo gigante, se mueve con cautela. Era el río Tuy, que habiendo recibido ya las aguas del río Guaire, adquiere ese color. En esas arenas color oro había que tener cuidado, pues cualquier niño, en un descuido, podía quedar atrapado en arenas movedizas, que una vez que te atrapan no te sueltan hasta engullirte. Menos mal que estaban pendientes de mí, y que sumergido hasta  las rodillas, todavía fue posible rescatarme.

Cruzar el Tuy  también era una aventura. En la orilla había como una tabla grande amarrada con unos cabos que jalaban personas de una orilla a la otra pero que por efectos de las corrientes había que balancear, pues se desplazaba aguas abajo. Al final, el desplazamiento de la balsa era como un triángulo. Se la llevaba el río, cuando te montabas aguas arriba, se bajaba la gente, y la jalaban aguas arriba, para dejarla ir y cruzar nuevamente. Era como una letanía, como una danza de un río poderoso que está como dormido y te permite cruzarle. Luego, en la otra orilla, teníamos que caminar como una hora más por el bosque nuevamente. La misma humedad, la misma sombra, pero esta vez acompañado de un ruido de aguas, esta vez del “Taguasa”, un río pequeño, estrecho, caudaloso y traicionero. (Acabo de saber que ahora le da vida a una represa que surte a la capital). En otra ocasión, ya cuando comenzamos a ir en lancha para ahorrarnos la caminata, pude ver como en la unión de aguas, se mezclaban las aguas negras con el tanino, con la marrón del barro y de la tierra.

Al fin, llegamos a la casa. Me imagino que era un “claro forzado” construido entre árboles talados, hacía mucho tiempo atrás, quizá desde el tiempo de la Colonia y de los “grandes Cacaos”, que eran ricos y poderosos; ya en mi travesía no era así. La casa era sencilla, de una planta, con techos de asbesto ondulado para la lluvia, con muchas ventanas pero con tela metálica para evitar algunas zancudos e insectos. Claro, era así para que, en tanta humedad, el aire circulara a través de las ventanas y redujera la sensación de calor húmedo, que es peor que el calor seco, aunque ese deshidrate. Tenía varias habitaciones, con techos altos que permitían a los murciélagos circular libres de noche, buscando insectos. No había electricidad sino una planta de kerosene que se prendía unas horas en la noche; luego funcionamos con algunas velas que nos acompañaban hasta quedar dormidos. Al terminarse estas, aparecía la oscuridad total, aquella que no conocía ciertamente. En esa casa conocí el maíz pilado y con sus canciones, la pelea de machetes, las pasiones humanas, y algunos insectos extraños para un niño nacido en Caracas, como fue la tarántula gigante y peluda, con quien tuve que acostumbrarme de “cierto modo“,  a convivir y los alacranes.

Pero lo que más recuerdo, aunque ya pasaron más de cuarenta años, fue el olor del cacao. El cacao es una planta no muy alta, que produce sus semillas en el tronco y viven debajo de la sombras de los Candelos, al menos así es en Barlovento, ya que no conozco otras plantaciones. Ya, el olor a hojas secas que caen en el piso mojado prepara al olfato para ciertos olores, pero nada en la vida, nada, como la semilla fresca y babosa del cacao. Además, se colocan así como son, en toneles para que fermenten, y es allí donde los olores alcanzan su máxima expresión; todo se inunda de ese olor, todo. Uno mismo, sudado por tanto calor y tanta humedad, no puede evitarlo aunque se bañe en el río, varias veces al día. Y yo lo podía hacer porque tenía al río Taguasa a pocos metros de la casa, bajando por una pequeña montaña. Además, siendo niño, siempre tuve “cierta independencia”. Luego, el grano se seca al sol con rastrillos, y la piel negra de los trabajadores se mezcla con el color del grano, y el  sudor humano, con la fermentación de la semilla, volviéndose  uno, y hasta que el sol logra secar los últimos vestigios del proceso baboso y oloroso.

Sin embargo no es un recuerdo amargo; por el contrario, cuando uno vive una experiencia que te conecta con el origen de las especies en Venezuela, nunca tu vida vuelve a ser la misma. (Hay estudios que demuestran que el Cacao nació en Venezuela). Los patios de secado de la semilla fermentada,  se encontraban a un costado de la casona y  tenían techos con ruedas que protegen a los granos de las lluvias, en parte. Al secarse los granos se embolsan en sacos tejidos de yute, donde viajan a las plantas procesadoras, o quizá hasta en barcos, para convertirse en otros países, en el delicioso chocolate. Por cierto deben ser los mejores chocolates, pues sin duda, tenemos el mejor cacao del mundo.

Un día, en unos de nuestros viajes de aventuras donde luchaba con grandes raíces que parecían dragones, y en la casona del cacao, vi caer la lluvia. Llovió mucho por muchos días. Mi cuñado tenía que regresar a Caracas,  y  era domingo. Decidió partir; lo malo es que esa decisión nos incluyó. Preparó la lancha en el río Taguasa crecido, y no escuchó las palabras de alarma de los aldeanos. Ninguno,  en su sano juicio se hubiera atrevido a partir en un río crecido y por demás,  lloviendo. Pero así lo hizo. Se montó él y mi hermana, y atrás, mis padres. Yo, estaba en alguna parte del bote. Solo recuerdo de ese día y de ese viaje, de lo que significa vivir una crecida, donde no hay fuerza posible que compita con el agua. Ello, sumado a un árbol que cayó enfrente e hizo que la lancha volteara y quedara trabada en el árbol. Sin embargo nadie cayó al agua, aunque estábamos medio metidos en la crecida y el caos. Era casi imposible salir de eso; me imagino que la mano de Dios enderezó el bote, nos sentó dentro de él,  he hizo que pasáramos por encima. Nadie habló más ese día. Creo que mis padres no volvieron a hablarle. Nadie nunca comentó esto hasta ahora. De hecho, creo que fue el último viaje que hicimos a la tierra del cacao. Y estoy muy agradecido hoy, por poder recordarlo, y por poder contárselos. Es que el cacao, una vez vivido se vuelve parte de nosotros, aunque sin embrago, no lo digamos.

Alberto

Imagen: Tomada de http://revistarioverde.blogspot.com/2011/05/explorando-maravillas.html