martes, 25 de septiembre de 2018

EL LUGAR DEL HUMOR


Autor: Martín A. Fernández Ch
21/09/2018

A Maritza, su jefe de departamento le asignó realizar una investigación sobre un pueblo que   ha sido premiado en los tres últimos años como “el lugar del humor”. A ese pueblo se le conocía como “El Ombligo”, apodo que le daban los lugareños por encontrarse en el centro de la isla Guadalupe, que es su parte más alta, asentado sobre una meseta, donde las casas estaban alrededor de la plaza principal y la Iglesia. Los sembradíos se hacían en la periferia y en las colinas vecinas en formas de terrazas. Lo cierto es que se llamaba “La Cruz”, nombre que, según los cuentos de camino, se debe a sus primeros habitantes, quienes pensaron en que cuando fueran más, podrían construir una cruz tan alta que cualquier habitante de la isla podría ubicarlos, hasta la podrían divisar desde las islas vecinas; pero, el tiempo pasó y las siguientes generaciones seguían postergando su construcción para cuando fueran más, quedando aún pendiente esta tarea.

Ella emprendió su viaje a primera hora del día siguiente y cuando llegó al pueblo de La Cruz ya era el final de la tarde, siendo dicho trayecto bastante agitado. Primero, en avión desde Madrid hasta La Candelaria, que es la isla principal por ser la más grande, luego, en ferri hasta La Guadalupe y, por último, en automóvil por las carreteras sinuosa bordeando las montañas empinadas. Aunque el paisaje durante el camino la cautivó, no deseaba permanecer mucho tiempo, puesto que se había acostumbrado tanto a su modo de vida citadina estresante, que bajar su ritmo en un pueblo donde parece que todo sucede en cámara lenta, le producía excesiva angustia y le preocupaba quedarse atrapada en un lugar donde “no pasa nada”, condición que significaba el fin para una reportera.

La agencia le había organizado la estadía en una posada, que más bien parecía un anexo de una casa. Ella solo se presentó amablemente con el propietario, de nombre Rogelio, y le pidió que le guardase su pequeño equipaje. Agarró su libreta de anotaciones y le preguntó con quien se podría entrevistar para entender el por qué el pueblo es catalogado como “el lugar del humor”. El hombre se sonríe y le indica que bajando por la calle dos cuadras, luego al virar a la izquierda, casi al final de esa calle, encontraría una casa verde pequeña donde vive Don Casinada, quien le podría ayudar sobre el asunto. Ella se extrañó de ese nombre, pero él insistió en que no se preocupara, que ese es un apodo cariñoso que el pueblo le asignó con el tiempo.

Siguiendo las instrucciones, cuando empezaba a entrar la noche, Maritza emprendió el camino hasta llegar al sitio. Era una casa realmente pequeña y montada ladera arriba, a la cual había que subir por unas escaleras para llegarle. Ella comenzó a subir y observó que un hombre estaba bajando, entonces se para y le grita en voz alta:
—¡Estoy buscando a Don Casinada!
—Hable un poco más alto que casi no la escucho —le responde.
—¡Que estoy buscando a Don Casinada! —esta vez Maritza grita con mayor fuerza.
—Soy Yo, pero siga subiendo que casi no la veo porque dejé mis gafas en la casa.

Maritza, quien esperaba más bien que Don Casinada bajase para no tener que esforzarse en esa empinada subida, entendió que se trataba de un señor mayor y prosiguió su escalada hasta llegar estar frente a frente con él. Se trataba de un señor muy sonriente, se notaba que era de buen humor, con una estatura apenas más alto que ella.
—Vamos a sentarnos en el escalón —le propuso Don Casinada. —porque estos huesos míos casi no aguantan mi peso.
—Está bien, no tengo problema —respondió Maritza, sentándose a la derecha de Don Casinada.
—Siéntese del otro lado señorita, que por este oído casi no escucho, ¿Para qué le soy útil?
—Estoy haciendo una investigación sobre el pueblo, particularmente por el hecho de que lo han considerado por varios años “el lugar del humor” —le dijo ella mientras se cambiaba de sitio.
—Casi no entiendo por qué nos consideran así, ¿Es que en otros sitios no existe el humor?
—Si existe, pero quizás no con tanto entusiasmo como aquí. Aunque la verdad es que no he podido ver nada en este pueblo que me demuestre dicha connotación, quizás sea porque estoy recién llegando.  
—¿Está usted segura?, estoy casi convencido que desde que llegó, el humor ya hizo de las suyas.
—No le entiendo. Seguro lo dice porque me mandaron a buscarlo por su apodo “Don Casinada”.
—¡No es por eso! —respondió riéndose con una carcajada —ese apodo me lo he ganado por mis bromas.
—Bueno, pero dígame ¿por qué tanto alboroto por este pueblo?
—Casi nada le podré explicar, para que usted lo entienda, tiene que visitar a la bailarina María Isabel, al tenor Juan Pedro, al guitarrista Francisco, a la poetisa Carmen Adela y al chistoso de Antonio.
—¿Los podré visitar ahora? ¿Dónde se encuentran?
—Ellos están casi siempre disponibles, todo depende de ti. Sigues por la calle sin desviarte, hasta el final. A María Isabel, la consigues a la derecha, quizás la veas bailando, que yo recuerde lo hacía hasta casi desmayarse del cansancio. Al frente de ella, está Juan Pedro, si tienes suerte podrás escucharlo cantar “Granada”, su canción favorita, esa es hermosa cantada por él.  A su lado está Francisco, que con su guitarra acompaña a Juan, pero éste lo opaca con su gañote, sin embargo, podrás apreciar cómo sus hábiles manos producen música de verdad, aquella que te hace callar para solo escuchar y llenar tu alma con las mejores melodías. Un poco más adelante está Carmen Adela, a esta hora acostumbra a declamar sus más hermosos poemas, escucharla es como volar por el cielo cruzando nubes y sintiendo cómo el Sol te irradia, es como soñar y sentir el amor. Y al lado de ella, podrás ver a Antonio, seguro olerás su torta, es una receta que le enseñó su mamá, siempre está con buen humor, sonriente y con un chiste en la boca.
—Gracias Don Casinada, iré a verme con ellos ahora mismo.
—Por nada señorita. Acuérdese de lo que le voy a decir: “el humor vence al miedo” –le  dice Don Casinada despidiéndose con una sonrisa pícara, más bien como si estuviera aguantando una carcajada.

Martiza, a pesar de haber entrado la noche, se dispuso a seguir las instrucciones de Don Casinada. Caminó hasta el final de la vía, pero solo se encontró con la puerta abierta del cementerio del pueblo, donde había un letrero que indicaba “A pesar de la muerte, aquí vive el humor”. Empezaba a asustarse, dudó por un momento si debía seguir, pero sus ganas de terminar pronto con su investigación la hicieron entrar. Este cementerio era distinto a otros, estaba bastante iluminado, sus jardines eran hermosos y las parcelas estaban ordenadas en grupos, todas con lápidas adornadas con flores, era pequeño y en el medio había un gran Samán, tan frondoso que casi podría cubrir de sombra el lugar.  En el andar por las caminerías, lee a su derecha una lápida “Bailé hasta morir”, y más bajo estaba escrito “María Isabel”, en ese momento sintió la brisa danzando por su cuerpo. Al voltear se encontró con Juan Pedro, que decía “El canto fue mi felicidad”, en eso escuchó a lo lejos el canto de algún pájaro que se despedía para ir a dormir. A su lado estaba Francisco, con una guitarra vieja bien cuidada, posada sobre su parcela, y sus cuerdas vibraban por el roce del viento que producía un susurro musical de paz, su escrito era “Enamorado de la música, con mi guitarra por siempre”. Un poco más adelante, se consiguió con Carmen Adela y una frase de un poema suyo “quiero volver a ser niña, para no dejar de jugar con mis muñecas…”, en ese instante Maritza la recordó, se la había aprendido en el colegio, era su poema favorito. De repente tuvo la impresión de oler una torta recién horneada, sintió la canela y las avellanas, el olor venía de la tumba que estaba al lado de Carmen, cuya lápida decía “Antonio, alias Don Casinada”, esto la aterrorizó a tal punto que estuvo a punto de correr, pero la contuvo la frase escrita a continuación “el humor vence al miedo”, en eso comenzó a reírse a carcajadas diciéndose «en este pueblo, ni con los muertos dejan de bromear».

Ella sale del cementerio con cierta mezcla de rabia y júbilo por la broma que le había jugado el supuesto Don Casinada, de quien nunca habría dudado de su honestidad siendo una persona mayor y tan caballerosa y que le hiciera perder su tiempo. Y qué pensar de Rogelio, el hombre de la posada, quien le sugirió que lo buscara.

Camino de vuelta, Maritza se encontró con Rogelio, quien estaba sentado en el primer escalón de las escaleras de la casa verde, donde se había conseguido con el supuesto Casinada. Ella, algo disgustada, se adelanta a decirle:
—¿Qué chantaje es éste?
—Ninguno —respondió Rogelio—¿Conseguiste a Don Casinada?
—Conseguí a un supuesto Don Casinada, quien abusivamente me mandó al cementerio.
—¡La broma de siempre! —dijo Rogelio riéndose —Él es mi padre, murió hace cinco años y juramos mantener el humor y ser cómplices en las bromas.
—Entonces, ¿Vi a un muerto? —dijo horrorizada Maritza, a quien le empezaron a temblar las piernas.
—¡Sí!, gracias a Dios viste a un muerto, a uno solo, porque si no ya estarías corriendo fuera del pueblo —respondió con una fuerte carcajadas, tan fuerte que los vecinos cercanos empezaron salir de sus casas.
—¿Vió a Don Casinada? —empezaron a preguntar todos en la medida que se asomaban.
—¡Si, lo vio! —respondía Rogelio al que preguntaba y todos reían.   
Martiza no entendía lo que pasaba, todos estaban burlándose y no le parecía gracioso. Rogelio, al ver que cada vez se disgustaba más, la agarró por los hombros y le dijo:
—En este pueblo llevamos el humor en los genes, desde nuestros fundadores que nos dejaron la tarea pendiente de hacer una cruz para cuando “seamos más”, hasta el tiempo presente que mantenemos el amor por nuestros ancestros a través del humor, recordándolos siempre con alegría. Cada quien, hace lo que aprendió de sus padres. Los hijos y los nietos de María Isabel siguen bailando hasta el cansancio. Los sucesores de Juan Pedro son los que conforman el coro de la Iglesia y tienen una orquesta, donde los músicos son los descendientes de Francisco.  Carmen Adela, no dejó descendientes, pero en el colegio se enseña su poesía y ya tenemos varios que la declaman fuera de la isla. Y Yo, hijo de Antonio, además de ser tu posadero, soy el repostero del pueblo, organizo las fiestas y el de los chistes. Te invito a que nos acompañes a celebrar, eres parte de nosotros porque has tenido la pureza para conectarte con nuestros muertos.

FIN    

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