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domingo, 27 de abril de 2025

Achaques/Lila Vera

 Mis achaques

–¿Cuáles achaques?  Yo no tengo achaques y si los tengo que se esperen pacientemente porque no tengo tiempo para ellos–respondió, en un tono indescifrable 
–Chica, a todos nos duele algo,  o nos fastidia tener que ponernos los lentes para ver mejor. Seguro tienes más de un achaque.

Lila se quedó callada.  De pequeña había sido epiléptica.  Las convulsiones fueron realmente muy pocas, gracias, tal vez, al empeño de su papá en que se tomara su medicina. Ella protestaba cada mañana cuando veía las pastillas en la mesa del desayuno al lado del pan con mantequilla y mermelada que estaba sobre el plato. Pero se las tomaba. Ya siendo una adulta joven, decidió dejar de tomarlas. No había sido irracional.  Más del 85% de los niños con su tipo de epilepsia se curaban al llegar a los 20 años.  Y en efecto se había curado.  
Luego vinieron los tiempos de los desmayos. Era hasta vergonzoso.  Se desmayó siendo estudiante de medicina cuando su cuñada adolescente estaba pariendo. Le volvió a pasar con el nacimiento de su segundo sobrino.  Más nunca entró al parto de un miembro de la familia.  Se desmayaba cuando le dolía la barriga o cuando veía, oía o le contaban de un evento doloroso. De nuevo, era vergonzoso. Pero aprendió a identificar los desencadenantes y los primeros síntomas y a tomar acción.  

Aceptó la presbicia a la tierna edad de 37 años. Acababa de morir su esposo y esto le pareció un detalle menor.  

El cáncer de mama no fue una achaque sino una batalla brutal de la que quedaron cicatrices achacosas: una sensación de hormigueo en los pies; un contaje de glóbulos blancos venido a menos; y luego un pito perenne en los oídos- tinitus le dicen.

Al principio, el ruido en los oídos la distraía.  No podía entender cuando le hablaban.  Pero recordó el fenómeno de habituación de los recién nacidos que se acostumbran a la luz intensa o a los ruidos.  Se imaginó con las capacidades de los recién nacidos y logró poner el ruido como telón de fondo y no como protagonista. 

Se paró para servirse una taza de café y sintió el dolor de la costilla que se había aporreado unos días atrás. 
Te va a doler por un mes- se dijo- pero en voz alta reviró –yo no tengo achaques.

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