Ayayay…
Un ayayay es el lamento profundo de un alma que sufre. Un
grito de dolor que emana de nuestro interior para hacer notar la herida. No la
esconde, la muestra para poder ser curada.
Los ayayaes nos salvan en esta vida tan llena de aristas y recovecos
traicioneros. De caminos inciertos que nunca hubiéramos querido recorrer.
Hay momentos en que los ayayaes se nos
ahogan en la garganta. No existe palabra que los nombre cuando de un golpe seco
se nos arrebata aquello que da significado a nuestras vidas, la razón vital que
nos empuja, dejándonos solo la visión de la vastedad de la ausencia.
Entonces
el silencio se hace estridente y el alma abismo de vacío. Inermes, devastados,
sin encontrar dogmas o certezas donde esconderse, solo la tristeza ataviada de
sin sentido.
Poco a poco el hilo del amor empieza a
construir un camino diferente, el de los recuerdos, el de las validaciones y el
agradecimiento. Aparece la esperanza del encuentro y el acompañamiento. Así
vamos recuperando la voz. El dolor se hace apacible y los ayayaes posibles.
Nos damos cuenta que la fe nos salvó. Fe
en nosotros mismos, en la persona que hemos construido; fe en los demás, que
muchas veces son los muros que nos sostienen y protegen; fe en Dios, muestrario
constante de ese amor que nunca se ausenta.
El hilo del amor, ese que no se desgasta,
me mostró su mejor cara, la del dolor que me transformó en una mejor persona.
A partir de allí, aprendí que todo ayayay
puede tener un regalo inesperado, solo hay que tener la apertura y el amor para
verlo.
Irma Wefer
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