martes, 5 de abril de 2022

El Prócer José Antonio

01/04/2022

Martín A. Fernández Ch.

 

Según la Real Academia Española, “prócer” es aquella persona eminente, elevada o alta; también menciona que es aquella de alta calidad o dignidad; y, además, es aquella que por derecho propio o nombramiento del rey, forman bajo el régimen del Estatuto real, el estamento a que daban nombre. Por otra parte, Wikipedia (aunque mis hijos desde pequeños me mencionaron que no es una fuente confiable) agrega a éstas acepciones, que así se les denominan a aquellas personas que fueron libertadores en las guerras de independencia hispanoamericana.

Estos conceptos parecen que no calzan hoy en día, sobre todo en nuestro país actual, porque ya no existen personas, o están escondidas cuidándose, que sean una eminencia o de alta dignidad, y menos un libertador por alguna guerra independista, que ya cesaron por ahora. Por eso considero que “prócer” puede ser cualquier persona, siempre que sea honesto, humanamente sensible, moral y valeroso, es decir, somos pocos o, mejor dicho, son prácticamente inexistentes. Sin embargo, se puede observar que se presentan personas que se han ido aislando, porque no encajan dentro de nuestra sociedad moderna y de su novedoso sistema de convivir, y ellos son los que conocemos como “indigentes”.

Lejos de hacer una disertación filosófica o un sofisticado análisis social sobre la indigencia, lo que quiero es presentarles un caso que, aunque conocí muy superficialmente, merece un momento de atención.

Había un indigente que, la mayoría de las veces que pasaba por frente del Altamira Suites, límite entre las urbanizaciones de Altamira y Los Palos Grandes, lo encontraba sentado en la acera de su fachada. Siempre que lo veía, lo saludaba. Una vez le pregunté por su nombre y me respondió “José Antonio”. De manera automática pensé en nuestro criticado prócer José Antonio Páez, quien fue un llanero barinés y de familia canaria, quien tuvo la valentía de defender sus ideales nacionalista frente al Libertador. Hoy en día me pregunto si ese indigente era una reencarnación de dicho llanero, quien no cuajó en esta época moderna, donde la nueva política de intereses amañados ha destruido la belleza de nuestra nación, llevándonos a un estado desterrado de oportunidades y de libertad.

A José Antonio lo conocí cuando caminaba con mis dos hijos, cuando eran pequeños (11 años la mayor y 10 el menor), por la avenida principal de Las Mercedes. Nosotros habíamos comido una buena pizza en un lugar cercano, pero nos sobró comida, situación que siempre pasa cuando salimos con niños que piden por pedir. Sin embargo, ordenamos que dicho sobrante nos la pusieran para llevar. Este encuentro casual sirvió de oportunidad para mostrar nuestra generosidad y regalarle a este señor, la referida comida. Recibimos de su parte un agradecimiento por ese regalo para su alma.

Cada vez que lo conseguía en mi camino, quien no salía del municipio Chacao, le daba algo de dinero para que pudiera tomarse un café o comer algo. Y siempre lo tenía pendiente cuando mi prometida Mariale y Yo salíamos a comer a algún restaurant para llevarle algo de comida. Me imagino que se contentaba, aunque su melena desordena y barba poblada, de color gris por su avanzada edad, no dejaba ver su cara con claridad.

Hace tiempo que no veo a José Antonio, exactamente desde que ocurrieron las últimas revueltas de protestas estudiantiles y de ciudadanos inconformes, que eran los verdaderos revolucionarios contra el autoritarismo actual. Lo más probable es que quizás no aguantó tanta violencia y el ambiente lleno de gases lacrimógenos, o huyó de la persecución inhumana de la policía o seudo-policía o malandros con uniforme. Tal vez, debido a la fuerte crisis económica, su salud se fue mellando hasta morir. Yo prefiero pensar que, al igual que el prócer Páez, se fue a New York y aprendió a tocar el piano, habilidad que le permitiría obtener lo necesario para vivir en comodidad y según sus creencias.

 

FIN    

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