sábado, 8 de diciembre de 2018

LAS CAMAS DE LA VIDA


LA CAMA ÍNTIMA
No tengo posesión más sublime que mi cama.
Después de mi cuna materna,
es la que cubre mis espacios desiertos.
Calzo en ella como en mi segunda piel.

Mi cama donde gravitan mis sueños.
Es mi primer espacio de vida,
la que extraño a rabiar cuando estoy lejos,
siento que  a gritos me llama,
para hospedarme  en su ancho lomo.

LA CAMA DE LA VIDA
La cama íntima donde nacemos y morimos.
Donde la enfermedad nos ciñe.
Donde festejamos  el juego del amor.
Donde forjamos vidas.
Donde duermen también el silencio y la soledad.

Confidente, consejera y aliada.
Soporte incondicional de mis vaivenes,
ésa es la cama de la vida,
el chinchorro de mis tiempos,
con sus huellas abrazando mis sueños.


LA CAMA DEL AMOR
En mis celestes jornadas,
muchos besos se quedaron pegados,
en las sábanas y almohadas del idilio,
acariciando mi piel,
vistiendo de encaje mi sombra.

Cuantos secretos mudos.
Cuantos abrazos vacíos.
Cuanto llanto de rocío habrá,
humedecido su fibra blanca.

Si mi cama hablara y escribiera,
se novelaran los capítulos de mi historia.
Acaso escandalizara a pacatos,
erizara la camisa y el color del amor.


LA CAMA SUBLIME DE LA LUNA
Desde mi ventana veo a la luna,
acostada en la cama  del cielo,
está desnuda acariciando al sol.
Entre fuego y auroras blancas,
la luna madre está pariendo,
constelaciones estelares sin prisa, ni prosa.

LA CAMA DEL EXILIO
Colchón ambulante y giratorio.
Con un norte que no es el mío.
Con resortes que clavan mis costillas.
Con un espacio ladrón de mis sueños.

Las camas del exilio emanado mil olores.
Aquellos que dejan cada pena, cada suerte.
Sus almohadas vibrantes de incertidumbre,
repletas de insomnios dormidos,
en el tiempo de otros tiempos.

Estas camas pululan en los refugios del mundo.
Donde cada cuerpo es un número de paso.
Un tropezón de la vida en busca de sentido.
Una gota aciaga en el llanto del camino.

LA CAMA DEL INXILIO
Es la cama que va envejeciendo a fuerza de soledad.
La que se va cribando entre resortes,
con los huesos cada vez mas huesos,
en nombre de la evolución del hambre.

Es la cama con las sábanas haciéndose hilachas,
por donde el pacheco de diciembre,
se cuela con más crueldad y brío.
Es la cama resignada a morir en soledad.

LA CAMA RINCÓN DEPRESIVO
Deja que la cama te suelte temprano.
No te ates a su cobija.
No desees una tumba mañanera.
Tu vida empieza y termina,
donde la paz de Dios,
te libera del gozo de tu infierno.
Engánchate a la cordura del sentido.
Vive, llueve, camina y átate
a las voces sanadoras de los
pájaros, de los grillos y el silencio.
La cama es el caldo de cultivo,
del virus que te deprime.
Es la Palanca que gira y hunde,
si en sus sábanas te  abandonas.
Tómate de  las manos del mundo
y múdate a la vida.


Gudelia Cavero Hurtado

viernes, 7 de diciembre de 2018

Crónicas de una cama


Agapito nació en 1929  en el campo, cerca de la Ciudad de Cúa, en Venezuela. Creció como todos los niños de la zona; desnudito y descalzo, con lo cual desarrolló una capacidad inmunológica respetable. Ni los zancudos se atrevían a picarlo, so pena de ser aplastados de inmediato. Estudió la primaria en una escuela rural que quedaba en lo alto de una colina, justo encima del río. Si tenía cuidado observando, y veía a través de los árboles desde la casona de la hacienda donde vivía, podía ver a lo lejos, a la escuela.

Toda la primaria la estudió allí; eran como veinte niños de todas las edades. La escuela era un solo salón con pupitres, un pizarrón de tiza, y muchas ventanas, por las cuales Agapito se asomaba, para ver de vuelta, la casona donde vivía. El colegio también tenía una habitación con baño y letrina, donde vivía la única maestra. No tenía escusa para llegar retrasado al colegio, a menos que hubiera llovido y la quebrada estuviera crecida. Entonces había que cruzar colgado de una cuerda alta que pendía de lado a lado. Agapito era tan osado que en medio del río crecido se balanceaba con fuerza y la gente le gritaba que se iba a caer. Pero nunca cayó.

Isabel se llamó su maestra, que era una mujer muy bien plantada, con grandes senos, labios carnosos, y hasta tenía buenas piernas. Lo que más le gustaba de su maestra era que lo trataba de una forma distinta, quizá por el tipo de conversaciones que había aprendido a tener con la gente de la casona. (En realidad a los 16 sabía que tenía otros atributos). Su mamá era la cocinera allí. Agapito se graduó de 16 años de los estudios de primaria y viajaría a la ciudad a seguir estudiando. El día que besó a su mamá por última vez, antes de partir, ya tenía pantalones de hombre hecho y derecho. Isabel se había encargado de que se fuera completo. Ya era 1945 y la patria estaba conmovida políticamente.

En el liceo se inscribió para ser delegado y llegó a ser presidente del Consejo de Estudiantes. Tenía el don de la palabra y le gustaba mucho la oratoria, el canto y el derecho. De hecho, con tan buena voz, al llegar a Caracas en vez de ser artista, tuvo que sacrificar el canto por los estudios para ser abogado. Y de abogado se graduó con honores.

“Un abogado de la república, quién lo iba a decir”, hubiera dicho su madre de estar viva. Se volvió un abogado litigante ya por los años de 1956, en plena dictadura. Hizo mucho dinero, mucho. Para aquel entonces, solía regresar a la hacienda, a aquella donde había nacido y habría visto a su madre por última vez. De hecho se decía, que la había comprado, aunque le perteneció a un antiguo general de los tiempos del General Gómez, otro dictador. Allí, al lado de la casona, había construido una choza con letrina donde llegaba cuando iba. La choza era muy humilde, pequeña, pero para Agapito era cómoda. Ahí solía ir a descansar.

Tenía como 37 años cuando conoció a Isabella Josefina, una chica de sociedad que aspiraba independizarse de su casa. Tuvieron un romance corto, como de tres semanas. Ya para entonces Isabella había conocido la cama de Agapito, y le gustaba cómo funcionaban juntos. Tuvieron tres hijos: Agabella, Josepito y Agafina, dos niñas y un varón. La gente se volvía como loca cuando escuchaban esos nombres tan extraños. Él había vivido con rabia con ese nombre tan feo por tanto tiempo, que tuvo que hacer algo al respecto como para mejorarlo. Las amigas de Isabella decían entre sí, cuando tenían conversaciones de mujeres, en el baño, que lo había hecho para vengarse de su nombre.

Tuvieron relativamente un matrimonio feliz. Viajaron, educaron a sus hijos por el camino del bien, y ya para entonces, vivían en democracia. Religiosamente Agapito viajaba a su casa de campo y regresaba recargado. Pero no todo era feliz; Agapito no era tan generoso con su fortuna, llegando a parecer tacaño hasta por los desconocidos.

-¿Qué haces tú con el dinero?, -preguntaba Isabella a ratos.

Agapito guardaba silencio.

Ya en una época dejaron de tener lujos, o viajes, aunque los hijos se habían ido a estudiar afuera. Agabella la mayor, fue la hija mas apegada y le daba tristeza vivir lejos, pero ya había formado familia en el exterior. La vida de Agapito era del trabajo a la casa y los fines de semana a la hacienda. Agapito dejó de ver a Isabella, ¡mas bien verla! Ya no la tocaba ni conversaban. En ese descuido, Isabella conoció cama con el socio de su marido. Entre los sudores del amor desenfrenado, llegaron a estudiar la forma de demandar de forma rápida y eficaz para quitarle una parte o el todo de sus posesiones. Luego de la demanda, venía la congelación y luego el embargo.

Un día que Agapito llegó a la oficina temprano, recibió el sobre de la demanda que el propio socio le entregó en sus manos, aquellas que había extendido por amistad en muchas ocasiones. Abrió el sobre, lo leyó, le miró a los ojos, bajó la mirada, cerró el sobre y se fue de allí. No recogió nada de la oficina que de seguro estaba ya en el congelador de bienes compartidos, y se fue directo a su casa. No estaba Isabella. No tenía nada que recoger, no estaba ya apegado a nada, aparentemente. De hecho no se llevó ni el carro, y se fue en autobús a la estación donde tomó un trasbordo hasta su pueblo. Del pueblo a la hacienda tuvo que caminar por tres horas. Así, sudado y cansado se refugió en su casita humilde junto a sus pocas cosas.

Se sentó en su cama a esperar la visita de los jueces. La demanda incluía el embargo de todos los bienes, inclusive los que tenía fuera de su casa matrimonial. Isabella conocía de la existencia de esa propiedad por lo que no fue difícil que los jueces llegaran hasta allá. Agapito sabía el artilugio que habían usado para que todos sus bienes fueran embargados. Los jueces llegaron en un camión para el acarreo, y tocaron la puerta:

-Buenos días, ¿es Ud. Agapito Pérez?

-Si señor, soy yo- les dijo

-Venimos a ejecutar el embargo- contestaron

-Artículo 1929 del Código Civil de la República de Venezuela y vigente- les dijo. Lo recordaba muy bien por ser abogado, por estar preparado y por ser además el año de su cumpleaños.

Agapito les abrió la puerta de la casa y los alguaciles entraron, observando una cama vieja, su poca ropa usada, y unos pocos libros de derecho donde estaba el Código Civil. Agapito lo tomó en sus manos y con voz pausada de más de 60 años, les leyó que no son embargables ni la cama, ni la casa, ni la ropa, ni los libros, que era lo único que había. Los jueces se regresaron con el camión vacío. Más nunca se supo que pasó con sus cosas, con el congelador del tiempo, con sus carros, sus posesiones, su cuentas. Isabella nunca consiguió en la su búsqueda, aquella fortuna gigantesca que sabía que tenía. De hecho investigó por años quién  de sus amigos, los pocos que tuvo, podía ser su albacea. Se murió amargada, sola y en una eterna búsqueda. El novio abogado se murió en un secuestro, años después de la demanda y años antes de Isabella..

Su hija mayor siempre le escribía cartas, de esas hechas a puño y letra. Sabía que no había otros medios tecnológicos para hacerlo. Y además ya era abuela también, y se le hacía difícil viajar para visitar a su padre, aunque realmente lo amaba genuinamente. Su padre nunca respondió alguna de sus cartas, a excepción de la última:

-Hija creo que ha llegado la hora de que el viejo Agapito haga su último viaje. No tengo nada que dejarte. Solo mi rancho y mi cama. Quiero que te acuestes en ella y pienses en todas las cosas buenas que quisieras en tu vida, y que deseos profundos que quieres cumplir- le escribió.

Ciertamente, Agabella no llegó a tiempo, sus hermanos ni fueron. Ya habían perdido contacto alguno. (De eso, de la educación, si se había hecho cargo en vida, al dejar una cuenta de manutención a cada uno, hasta que pudieran hacer sus vidas).  Los vecinos lo enterraron bajo una mata de Mijao que había al fondo de su casa. Agabella se fue preparada para recoger la herencia, pero la puerta estaba cerrada con candado. No fue difícil romper un candado oxidado y viejo que Agapito usaba cuando salía a visitar  las ruinas del colegio, donde podía recordar a su primer amor o quizá para rescatar una vieja cama que le había pertenecido a una maestra. La casona de la hacienda estaba abandonada, nadie vivía en ella, solo los vecinos que también la limpiaban.

Agapito sabía que Agabella amaba este país y que haría casi cualquier cosa por ayudar a otros. Se entristecía al ver la pobreza, la envidia y la riqueza no demostrada. Le hizo caso a su papá, se acostó en su cama y cerró los ojos. Trató de pensar en aquello que la haría feliz. Pensando, se quedó dormida. Al despertar sintió una molestia, como un  dolor de espalda. Algo desbalanceaba la cama, y tratando de arrimarla, se dio cuenta que era muy pesada. Algo en su interior hacía que la cama estuviese tan arraigada al piso. Agabella quitó las sábanas, las cobijas y trató de meter la mano bajo el colchón, pero tampoco pudo.

Miró por la casa, y en lo que servía de cocina, encontró un cuchillo que usó para abrir el colchón, como para ver el tipo de "piedras" que tenía dentro de la cama. Al clavar el cuchillo y abrir el colchón, se cegó por la luz intensa de cientos de monedas de oro que caían al piso, aquellas llamadas morocotas, que se usaban a finales del siglo XIX como medio de intercambio. Eso era lo que Agapito había hecho año tras año; comprar morocotas. Eran su mundo, su pasión. Hay quienes hubieran pensado, de saber la historia, que era una promesa cumplida a su primer amor de juventud, con aquella que perdió la inocencia. Agabella se regresó a su país; pero antes, enterró la cama completa al lado del cuerpo de su padre. Pensó que era lo que él hubiese  querido. Nadie se enteró de su contenido. (Aunque si comentaron los vecinos entre si, lo pesada que era para ser una cama vieja.)

Yo conocí a Agabella en un aeropuerto hace varios años, y me contó esta historia. Yo fui a la hacienda, conocí el río, las ruinas del colegio y sentí su espíritu rebelde entre las hojas de los árboles movidas por el viento. Al final del día, antes del atardecer, me senté debajo del MIjao, posiblemente encima de una cama enterrada, a inventar historias de amor, como esta…

sábado, 1 de diciembre de 2018

Tema de diciembre 2018

Tema de diciembre 2018: La cama
Lugar: Casa Club de Don Luis
Día: Domingo 09 de diciembre 
Hora: Desayuno, 10:00 am
Host: Don Luis y Don Alberto
Contribución

lunes, 19 de noviembre de 2018

Danzar la vida, caminar descalzo.



      Cuando buscas la palabra danza el diccionario lo traduce como “movimiento del cuerpo con ritmo”. Son osados los diccionarios. Tratar de reducir la danza a “un cuerpo que se mueve” es un despropósito; ideal para la física pero no para la vida.

     El cuerpo se mueve ciertamente, pero como reflejo inmediato de esa alma que anima. Danzar es alma en movimiento, alma que vibra, y sobre todo ama.
      Para nadie es un secreto, ni siquiera para la ciencia, que el ritmo de la vida lo marca el corazón. Corazón y alma unidos. ¡Danza, muévete, aprende a mover el alma al ritmo del corazón!
     Danzar es hacer camino. Es caminar descalzo. Sentir todas las piedras de la ruta: unas, imprescindibles, que dan gozo y plenitud; otras, inevitables, las agudas, las que duelen, las que, como las telas de seda, mientras más hilos, más valor. 
     Es poner a dormir los miedos. Es ser fiel hasta el final.
     Es como perdonar al mismo viento; golpea fuerte, y luego, se desvanece.
     Es vivir soñando con un mañana mejor. Es abrir cerrojos rápido para que los sueños entren hoy.
    Es oír voces afónicas de tanto gritar adentro. Es sentir la ternura del asombro y la paz en la tormenta.
     Es salir muy calladito del cuarto de los regalos y dejarlos a montón.
     Es escuchar los silencios de ausencias y despedidas zurcidos en cada herida.
     Es no dejarse de querer y de siempre agradecer con los brazos muy abiertos.
   Es quedarse con los pelos de la rabia entre las manos y mirándolos de frente convertirlos en agua.
    Es aceptar las ruinas para construir fortalezas.
    Es ensanchar las fronteras, tumbar muros y abrir puertas.
   ¡Danza con ganas! ¡Cada paso es creación, es mapa, pasión y vida! Y cuando en este escenario se nos apaguen las luces, sigue danzando, porque las orillas no existen y danzar es sólo para valientes.
   
     Irma Wefer






domingo, 18 de noviembre de 2018

NADIE NOS QUITA LO BAILADO

El baile y la danza han sido actos de socialización del ser humano desde tiempos remotos. En los suelos arcillosos de algunas cavernas, los arqueólogos han hallado huellas que hacen deducir que ya el hombre primitivo "echaba un pie". Mayores evidencias se han conseguido en civilizaciones posteriores: Egipto, Grecia y Roma. Esas primeras danzas eran practicadas de manera colectiva,  principalmente como rituales para celebrar acontecimientos sociales y familiares, o como  ceremonias religiosas, pidiéndole a los dioses ayuda para obtener buenos resultados en cosechas, cacerías y batallas.
Pero el baile en pareja, ese en donde la dupla aproximan sus cuerpos y se sujetan para formar una unidad danzante, surge muy posteriormente. Es probablemente el vals el que más destaque, no sólo por ser de los más antiguos, sino también por el impacto que originó en su momento, ya que fue muy cuestionado en un principio y considerado como indecente, a tal punto que en algunas sociedades puritanas solo se permitía a las  mujeres casadas bailarlo.

Hemos sido afortunados en vivir una época en donde tales prejuicios morales han sido superados. Mis primeras lecciones de baile me las dieron mis primas -las Ibarra- siempre alegres y fiesteras.  Recuerdo cuando Neyla me dijo: "Primo, cuando de un mal paso, usted gire rápidamente y siga", era la forma de subsanar la falla y retomar el ritmo. No imaginé que esa recomendación, tiempo después, la asimilaría como una lección de vida y cada vez que cometo errores o enfrentó dificultades, me doy vueltas, retomo el ritmo y continúo disfrutando tantas otras dichas de la existencia.
Con esas pocas instrucciones de baile, me lancé al ruedo en aquellas primeras fiestas de bachillerato. Salíamos a sacar a bailar a las más bonitas. Lo que más temíamos era que nos  dijera "estoy cansada" o lo que era peor "la tengo comprometida". Pero una vez que lográbamos ser aceptados, disfrutábamos al máximo, dando más vueltas que un trompo, tratando de corregir los traspiés.
No hace mucho asistí a una fiesta y observé desde lejos la pista de baile. Las muchachas en un lado y los muchachos en otro. La música sonaba y ninguno bailaba. No apareció ningún bolero de aquellos que uno ansiaba para bailarlo juntitos "en un ladrillo".  Es increíble cómo cambian los tiempo -pensé- ¡Qué desperdicio!  Pero no debemos caer en el común error de decir que "todo tiempo pasado fue mejor", porque no es totalmente cierto. Los jóvenes de hoy cuentan con mayor libertad y logran avances que eran más difíciles en nuestra época. Para nosotros entonces, el baile era de las pocas oportunidades que teníamos para acercarnos y abrazarnos a esa persona por la cual sentíamos algún interés. Todavía deben quedar trazas de endorfinas y oxitocinas en nuestros organismos, resultado de aquella cercanía y contacto de nuestros cuerpos.

Los  beneficios del baile son múltiples, comenzando por la pérdida de calorías que el mismo ejercicio físico provoca, y si además existe química en la pareja, la proximidad de los cuerpos, con el movimiento y ritmo de la música, provocan segregación de hormonas que nos llenarán de energía, vitalidad y felicidad, nos olvidamos de las preocupaciones, disminuye el estrés y sentimos un enorme bienestar.
Son tan extraordinarios sus beneficios, que no es de extrañar que quien acuñó la expresión "nadie me quita lo bailado" lo haya escogido para ilustrarla. Frase que puede interpretarse como que nos podrán quitar todos nuestros bienes materiales, pero las experiencias que hemos disfrutado y vivido a plenitud, permanecerán siempre dentro de nosotros y nadie nos la podrá expropiar. 
Por eso es preferible, y muchos investigadores del bienestar así lo recomiendan, invertir nuestros recursos en experiencias: viajes de placer, vacaciones, estudios, cursos, compartir  con los amigos, momentos con la pareja y  tiempo valioso con nuestros familiares. 

Si estás indeciso entre remodelar la sala o irte de vacaciones con la familia, no lo pienses dos veces, en el futuro, muy raro que tus hijos recuerden el bonito sofá o las nuevas cortinas que colocaste, pero siempre recordarán aquellas vacaciones inolvidables. 

Así que, a bailar se ha dicho, porque "nadie nos quita lo bailado"

Lionel Álvarez Ibarra
Noviembre 2018

LA DANZA DE LA VIDA


LA DANZA DE LA VIDA

Necesito meterme en la cama de la vida,
dentro de todas sus cubiertas
y soñar profundamente despierta.

Necesito oler todos los aromas,
atizarme con todos los sabores,
tender mi mesa grande de emociones.

Necesito caminar descalza pisar todos los suelos,
sentir el descarado placer de la arena,
pincharme en piedrecillas y espinas.

Necesito las miradas de todos espectros,
la bofetada abierta de la indiferencia,
el amor entero del ocaso y la luna llena.

Necesito el sol de estreno, el viento de arrastre,
la palabra concreta y sincera,
en  la cálida conversa del hermano amigo.

Necesito los extremos aciagos,
probar el temple de mis años,
saber que ya no vivo solo en mi cubierta.

Necesito escribir un poema a un gusano,
elevarlo de estatura, cambiar sus colores
y maravillarme en su nueva altura.

Necesito amigos de manga larga,
del abrazo abierto hasta la entrega,
de aquellos que miran y tocan mi alma.

Necesito bailar en la danza de la vida,
todos los géneros con espigas,
los ritmos que hagan de mi vida, más vida.

Necesito un compañero  imaginario o cierto,
bailando un huayno o bolero a cielo abierto
y despertar  con las luces del alba.

Necesito reposar mi poema en una muliza,
soltar mi pies en marinera y tondero,
danzando frenética el tango de la vida.


Gudelia Cavero Hurtado

sábado, 17 de noviembre de 2018

Bailar es inevitable...


Bailar es una pasión que no puedo controlar: cuando escucho música bailable me disparo como un resorte sin poder evitarlo. Se apodera de mí en una inmersión total con el  ritmo y con cada paso. Es como  una fuerza maravillosa que me domina, sin dejarme hacer nada más que disfrutarlo al máximo. Es hacer el amor con la música y el ritmo; en cuanto a la “unión total” pudiera  parecerse al sexo. Bailo en todo lugar donde haya música: en mi casa, en la calle, en el súper, en reuniones, en fiestas, en espectáculos,  en yates, en cruceros, discotecas, en un rinconcito, en un “ladrillito” y hasta sentadita, cuando no  queda otro camino.
Bailar es alegría, es vibrar,  es fluir, es entrega total, es VIVIR  ¿Bailamos?

Maigualida Boedo Paz
Noviembre 2018

Bailar contigo


Solo quiero que este andar por la vida
sea contigo

Como bailar, con mi mano agarrando la tuya
con mi brazo abrazando tu espalda.
Solo deseo que mi caminar
sea contigo

Como almas gemelas juntas en un remolino
bailando una melodía romántica o a ritmo de pasodoble
o sea un vallenato o una salsa,
pero en una sola fiesta contigo

Quiero que tu corazón escuche al mío
que tu cuerpo sienta mi calor.
Solo quiero en este andar por la vida
bailar contigo

Cantemos juntos al ritmo que la vida nos diga
Y que nuestro andar juntos sea
fundidos en un remolino y
solo amando contigo

Martín A. Fernández Ch
17/11/2018