lunes, 19 de noviembre de 2018

Danzar la vida, caminar descalzo.



      Cuando buscas la palabra danza el diccionario lo traduce como “movimiento del cuerpo con ritmo”. Son osados los diccionarios. Tratar de reducir la danza a “un cuerpo que se mueve” es un despropósito; ideal para la física pero no para la vida.

     El cuerpo se mueve ciertamente, pero como reflejo inmediato de esa alma que anima. Danzar es alma en movimiento, alma que vibra, y sobre todo ama.
      Para nadie es un secreto, ni siquiera para la ciencia, que el ritmo de la vida lo marca el corazón. Corazón y alma unidos. ¡Danza, muévete, aprende a mover el alma al ritmo del corazón!
     Danzar es hacer camino. Es caminar descalzo. Sentir todas las piedras de la ruta: unas, imprescindibles, que dan gozo y plenitud; otras, inevitables, las agudas, las que duelen, las que, como las telas de seda, mientras más hilos, más valor. 
     Es poner a dormir los miedos. Es ser fiel hasta el final.
     Es como perdonar al mismo viento; golpea fuerte, y luego, se desvanece.
     Es vivir soñando con un mañana mejor. Es abrir cerrojos rápido para que los sueños entren hoy.
    Es oír voces afónicas de tanto gritar adentro. Es sentir la ternura del asombro y la paz en la tormenta.
     Es salir muy calladito del cuarto de los regalos y dejarlos a montón.
     Es escuchar los silencios de ausencias y despedidas zurcidos en cada herida.
     Es no dejarse de querer y de siempre agradecer con los brazos muy abiertos.
   Es quedarse con los pelos de la rabia entre las manos y mirándolos de frente convertirlos en agua.
    Es aceptar las ruinas para construir fortalezas.
    Es ensanchar las fronteras, tumbar muros y abrir puertas.
   ¡Danza con ganas! ¡Cada paso es creación, es mapa, pasión y vida! Y cuando en este escenario se nos apaguen las luces, sigue danzando, porque las orillas no existen y danzar es sólo para valientes.
   
     Irma Wefer






1 comentario: