sábado, 20 de enero de 2018

Había una vez...un árbol (Cuento para niños)

                                                                                                                                                                         

 Irma Wefer

               Había una vez… un árbol sencillo y pequeño. Nadie lo advertiría si no fuera porque escondía un milagro: Una guayaba. Un don magnifico  de Dios. En su piel gravitaba un mosaico de verdes y amarillos. Su pulpa era de un  color indefinido que navegaba entre la ternura y la pasión. Al morderla  erizaba el paladar y lo seducía en  explosión de sabor. El árbol, orgulloso, se crecía cuando alguien descubría su milagro. Pero como todo milagro traía un secreto, la guayaba si era mordida con avidez invadía de nostalgia el alma de quien la probara.
Un día el envidioso tiempo la gustó. Inmediatamente  sintió como  una nube gris  se posaba en su ánimo. Iracundo, envió a la terrible noche con la tristeza y el miedo en sus fauces a atacar al árbol.  Éste se estremeció adolorido pues en la embestida había perdido sus hojas  y sus maravillosas guayabas.   El pequeño árbol irrumpió en lágrimas. Se sintió extraviado de sí mismo. Había perdido todo por lo que había vivido. 
Sus lágrimas rodaban por las grietas de su corteza, la tristeza las había hecho más profundas, tenía el rostro de la vejez.  Las gotas caían y fueron despertando a las  raíces.
-¿Qué puedo hacer? -les dijo- he perdido mi razón de ser, mis hojas y mis guayabas.
 Las raíces, sabias, exclamaron al unísono: -acéptalo, eres un árbol sin hojas y sin guayabas. Sólo así se alejará el miedo.
El árbol trabajó duro para aceptarlo, pero su tristeza no lo abandonaba y no podía dejar de llorar. Su llanto era tan intenso que Dios lo escuchó: - ¿Qué te pasa? – preguntó-   ¿Por qué lloras de esa manera?
El árbol relató lo acontecido y Dios se apiadó de él, al tiempo que le decía: -has tenido todo lo hermoso de la vida sin hacer méritos para ello. Pero la vida si no se cultiva se pierde a merced del envidioso tiempo.  Deja de llorar que yo voy a ayudarte. A partir de mañana, durante cuatro días te haré un regalo: una nueva guayaba. Cada una traerá un secreto que debes descubrir para volver encontrar tu razón de vivir.
 El árbol, más tranquilo, enjugó sus lágrimas y se durmió.
A la mañana siguiente despertó ilusionado, miró sus ramas y descubrió una reluciente  guayaba. En ese momento se acordó del secreto y preguntó  a ésta ¿cuál es tu secreto? --Soy la guayaba de la alegría -respondió aquélla- Cuando yo estoy presente todo florece. Sin embargo, hay que tener cuidado. Hay una guayaba que dice llamarse como yo pero es falsa. No nace en tu corazón sino en las cosas. Sus flores se marchitan rápido. Conmigo, la auténtica, viene mi amigo el agradecimiento. Él es un gran observador y te hará descubrir todo lo bueno y bello que tienes en tu vida.
Entonces el árbol, a pesar de sus lágrimas y su tristeza comenzó a trabajar la alegría, recordando con gozo sus hermosos frutos. 
El segundo día, la sorpresa fue mayúscula. En la rama había  no una sino dos guayabas.
-Soy la guayaba de la fe, dijo cantarina la primera. Soy ciega pero muy fuerte y tengo la costumbre de creer que lo imposible es posible. Para que yo sea parte de tu corazón sólo debes creer. Ya sé que es difícil pero la amiga que me acompaña, Esperanza, convierte los escombros en maravillas. Te muestra el camino para que los sueños se hagan realidad.
Con ilusión, el árbol aceptó en su corazón el don de la fe y de la esperanza.
La espera se hizo larga por las expectativas. ¿Qué guayaba y su secreto traería el nuevo día? Era una guayaba que cada vez que hablaba crecía.
- Soy la guayaba de la generosidad. La de las multiplicaciones. Si me aceptas en tu corazón haré crecer todos tus dones. Sólo tienes que dar.
-¿Qué puedo dar yo que ni hojas ni frutos tengo? Dijo el árbol.
-Debes trabajar con más ahínco la fe, siempre hay algo que dar, respondió la guayaba.
Con esfuerzo, el árbol se desprendió de sus ramas y vio maravillado como al chocar con la tierra, éstas se convertían en  árboles y todos juntos se hacían un bosque.
A la mañana siguiente, una alegre guayaba lo despertó. Le decía al oído palabras bonitas para mitigar los efectos del llanto.
-Soy la guayaba de la amistad, declaró.
El árbol, asombrado, pidió cuenta del secreto.
-¿Cuál secreto?  Yo no tengo secretos. -Manifestó la guayaba- Traigo la fidelidad constante del cariño honesto. El que das y el que recibes. Sólo puedo entrar en tu corazón si ya está allí la generosidad.
El árbol reflexionó: qué grande es tener amigos. Ahora que tenía todo un bosque para acompañarlo empezó a hacer grandes amigos.
Esa noche, mirando la belleza de un cielo estrellado, se dio cuenta de que la tristeza se había disipado. Había cultivado su vida, y  guayabas más hermosas que las anteriores habían vuelto a sus ramas. Entonces Dios le regaló la más sublime de las guayabas: la de la plenitud.
La leyenda cuenta que cada vez que evocamos el aroma y el sabor de la guayaba  nos acercamos más a la felicidad. Y el milagro vuelve a ocurrir...

4 comentarios:

  1. Un aplauso ENORME!👏🏻👏🏻👏🏻 Me encantó el cuento... gracias Irma por ser la guayaba que a veces me susurra en el oído palabras bonitas de sincera amistad 😍😘

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  2. Excelente Irma! Qué bello regalo, paseándote por todas esas emociónes y fortalezas. Gracias

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  3. Excelente Irma, me gusto mucho tu cuento y su mensaje paseándote por todas esas emociones y fortalezas para convertir ese guayabo en un árbol frondoso y lleno de vida, y con mucho que dar a los que se le acerquen. Gracias y saludos

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  4. Extraordinario, querida Irma! Muchas gracias 😀

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