viernes, 19 de enero de 2018

La Guayaba

Mi cuento de la Guayaba.
Escribidora: Jesucita Peters.


La Guayaba
Fruta maravillosa que me trae remembranzas de mi niñez, como no recordarla ya que su olor y  sabor me trasladan  a la casa de mi abuela materna, donde en época de vacaciones escolares nos dábamos cita todos los  nietos del momento para inundar de algarabías, risas y travesuras de esa niñez que no volverá. Esa casa maravillosa de campo donde vivía mi abuela Rafaela para mí era como un oasis, donde  ella procuraba satisfacer todos nuestros antojos y uno de ellos era hacer la jalea de guayaba para sus adorados nietos , vivencia que aún con mi edad  tengo  gravado ese olor maravilloso que desprende su elaboración.

Recuerdo que la casa tenía un zaguán de acceso a una sala que daba a un patio   central en dónde ella cultivaba una gran variedad de plantas como nardos ,jazmín, rosas, malanga, entre muchas otras de las cuales se desprendía una mezcla de olores inolvidables en donde se destacaba el olor de la "Malanga", que producía una cala blanca y en las noches este olor maravilloso llegaba a todos los espacio de la casa dejando en mí una asociación de estímulos de olores imposibles de borrar. Pero esa casa maravillosa  por todos los disfrutes que nos proporcionaba, contaba con unas canales que recogían el agua de lluvia de sus techos a dos aguas, los cuales nos permitían bañarnos en la lluvia en ese patio central, por supuesto actividad que mi abuela Rafaela contemplaba y todavía me preguntó quién disfrutaba más esta actividad, si ella o nosotros ya que nos miraba entre risas y complicidad para que nuestros padres no se enteraran de lo que hacíamos, allí estábamos empujándonos ,riéndonos, brincando  y ella dirigiéndonos para que no nos hiciéramos daño, que bello recuerdo.
Bueno pero falta la mejor parte, la elaboración  de la más deliciosa Jalea de Guayaba que mis sentidos puedan recordar elaborada por mi abuela y por supuesto sus nietos, ese día todos anticipando el festín de la jalea que comeríamos, nada más de pensarlo se me hace la boca agua.

Mi querida abuela dirigía sabiamente la división del trabajo para su elaboración, en donde cada uno de nosotros tenía una tarea asignada que debíamos cumplir según las directrices dadas por ella y a las cuales se atendían con prontitud, las mismas consistían en poner varios recipientes donde se lavarían y se les quitarían la parte de color marrón que la unía a la planta, para luego ponerlas a hervir en un gran fogón  de leña, que había sido llenado de leña por otro grupo de nietos  designados para tal  fin,  la  abuela  una vez montada la olla para cocinar  las guayabas no se nos estaba permitido pasar al recinto de la cocina, todos nos quedábamos jugando en el patio  central  de la casa atentos al llamado de la abuela una vez cocidas y frías las guayabas, el olor ya impregnaba toda la estancia. Aquí la abuela llamaba a los nietos más grandes que en su momento tendría Juan Ramón 10 años y Alberto  como  8 años,   estos eran los encargados de pasar esa pulpa por un colador para quitarle todas las semillas, por supuesto todas las niñas que éramos las más pequeñas atentas observando lo que hacían nuestros primos  mayores, los cuales asumían dicha actividad con toda la seriedad del caso bajo el ojo atento de la abuela.

 Luego la abuela ponía esa pulpa al fuego y le colocaba el azúcar   , por supuesto para esta actividad  ella tenía  una vestimenta especial con un delantal grueso y una camisa manga larga a pesar de que había bastante  calor, ya que al comenzar a revolverla para que la jalea agarre punto la misma comienza a saltar y a quemarte, sabiamente mi abuela había mandado a construir una cuchara de madera con un agarrador bastante largo para evitar las quemaduras.

 Por supuesto en este proceso sólo se nos permitía estar a nivel de la puerta para evitar que nos quemáramos, pero muy atentos  a que la abuela terminara para comenzar a lamer la cuchara de palo, en donde el que agarrara primero la cuchara se encargaría de distribuir  desde donde podías  lamer la deliciosa Jalea que había quedado en la misma, por supuesto, yo ni mis otras primas tuvimos la dicha de la distribución de la jalea que tenía la paleta, obviamente  esta distribución no estaba exenta de peleas, lloriqueos y chismes llevados a la abuela ya que no había una distribución equitativa del maravilloso producto.

Luego la abuela,  vaciaba la jalea en unas bandejas como de dos centímetro de alto en donde la dejaba enfriar para luego cortarlas y pasarlas por azúcar. Por supuesto esta espera de enfriar la Jalea para los nietos era el desborde de la impaciencia enmarcada por unas preguntas retoricas ¿abuelita cuanto falta? , ¿ya está lista?, !Queremos comer!

Y la abuela con el mayor de los amores respondía, tranquilos un ratito más.
Por fin la abuela se disponía a partirla y pasarla por azúcar y a servirnos a cada uno un trozo de la añorada "Jalea de Guayaba" que saboreábamos con  gran deleite ante los ojos complacidos del amor de abuela.
Recuerdos maravillosos de mi niñez que atesoro con gran complacencia y  me nutren hoy día el saber que fueron experiencias de un pasado del amor de esa abuela “Rafaela” para nosotros sus nietos.
Este escrito es un tributo para ti, en cualquier lugar de ese otro plano donde estés “Abuelita Rafaela”
Jesucita Peters Salcedo.

1 comentario:

  1. Hola Jesucita: gracias por permitirnos con tu relato visitar la casa de la abuela Rafaela y disfrutar de esas reuniones en familia cuando niños. Saludos

    ResponderEliminar