MI CAMINO ESPIRITUAL/Santiago Porras/Relatos
ESCUCHÉ LA VOZ
DE JESÚS EN FLORENTINO
Santiago
Porras Rojas
Barcelona, 2
de abril 2024.
Hay un tema musical, cuyo autor era ciego de un
ojo y compuso un famoso tema en los años 70 titulado “I heard the voice of Jesus”
(Escuché la voz de Jesús). Su autor: Turley Richards, recita unos versos en los
que describe mis sentimientos presentes al escribir una experiencia de mi
camino espiritual y sirven de antesala a estas líneas de espiritualidad y fe…Comienza
así:
Escuché la voz de Jesús decir
Ven conmigo y descansa
Deja tu cansancio
El cansado se acostó
Recuesta tu cabeza sobre mi pecho
Fui a Jesús como era
Cansado, gastado y triste
Encontré en Él un lugar de descanso
Y me ha hecho feliz
(*1)
El Evangelio de hoy, correspondiente a San Juan
(Jn 20, 11 – 18) relata el encuentro de María Magdalena con Jesús resucitado,
quien lo había perdido, por su muerte de cruz. En mi caso, lo había declarado
perdido, lamentándome de no lograr encajar en mi experiencia migratoria en una
cultura en donde se ha perdido la fe en Jesús y reina la incertidumbre, como en
muchos lugares de la tierra.
Por primera vez, en más de cincuenta años
escuchándolo, no escuchaba la voz de Jesús.
Desde mi infancia había sentido su energía
espiritual y en casa mis padres alimentaban nuestra vida religiosa a través de
ejercicios y manifestaciones comunes de bondad, generosidad y humildad que,
unidas a los rituales y mandamientos, me ofrecían una idea de lo que era
fundamental realizar para ser una persona de bien.
Notaba entonces que, ser bueno y piadoso me
ofrecía posibilidades para sentir que Dios era bueno conmigo, porque junto a mi
familia y portarme bien en cualquier lugar que estuviera, recibía y obtenía
durante toda mi vida muchos resultados favorables. Por su puesto que esa
conducta, era presagio de un futuro quiebre consumista, enmarcado en la
dimensión materialista del sentido de vida.
Me sentía privilegiado y confiado de recibir
muchos síes y muy pocos noes. No había por qué llorar o angustiarse. Incluso,
cuando experimenté la pérdida del mejor empleo del mundo, en el que disfrutaba
yo y mi familia de una condena al éxito; logré resurgir de las cenizas al
escuchar la voz de Jesús a mi lado durante el desierto del desempleo durante
dos años…Escuchaba la voz de Jesús…y la Virgen María.
Con los años y las reinvenciones a través de las
oportunidades que aproveché para seguir logrando sentirme capaz de seguir renovándome
en medio de la continuada adversidad, decidí convertirme ya sexagenario, en un
inmigrante en otra cultura, confiando que sería posible y tanto, como había
sido frecuente.
Confiaba en mí, consideré que sería capaz de
lograr el éxito acostumbrado. Me fui entusiasmado exteriormente, pero con una
tristeza inmensa, escondida en mi corazón al dejar la tierra y las gentes con
las que existía gran confianza y oportunidades.
Una vez instalado en la nueva cultura, me lancé a
proponerme ante nuevas modalidades de interpretar sus realidades, con el
lenguaje y los patrones comunicacionales tradicionales con los que esperaba
engrandecer mi ego sordo a las señales que me ofrecían ahora, respuestas
negativas que les impedía otorgarme autoridad para servirles, con todo lo que
sabía profesional y laboralmente. Así comencé a dejar de escuchar la voz de
Jesús.
Fue tal mi sordera, que consideré que la
espiritualidad no era prioritaria, pues ahora, consideraba que el mundo y sus
resultados se fundamentaban en los hechos y opuestos a lo invisible, a lo
espiritual y así, comencé a perder la esperanza como llave para sostener la luz
de la fe y confianza en la voz de Jesús.
Así transcurrieron más de mil días y noches, de
negaciones continuas y a la vez una sensación de estar atrapado y sin salidas.
Era mi experiencia a través del laberinto del Minotauro o de reencuentros
consecutivos con los lestrigones de Ulises en su Odisea.
Apartarme así de la casa del Papá bueno, con
quien a su lado me había permitido superar las adversidades de la vida, me
estaba costando la vida sin sentido.
Entonces, en medio de mi sordera, por casualidad
había auxiliado a mi vecino, de 80 años sufriente de una enfermedad
degenerativa. A Don Luis Freitas, lo levanté del suelo, donde cayó y se hirió
en su cabeza y, allí estaba Jesús, no lo escuché. Allí encontré la mano del
Señor, a través de mi amiga escribidora; Yvette Henríquez; médico con una
enorme sensibilidad extraordinaria para asegurarme de cómo asistir a Don Luis;
por cierto, uno quien era natural de la Isla de su familia: Madeira-Portugal.Ahora
comprendo que allí me acompañó Jesús y, que poco a poco se fue revelando a
partir de un servicio espontaneo de solidaridad y misericordia.
Así las cosas, otro día en el que alborozado de
lograr una oportunidad de trabajo como limpiador asignado a la Guardia Urbana
de Barcelona-España. Alegre y agradecido a Dios, decidí comenzar a leer el
Evangelio del día y, allí el Evangelio Mt13, 1-9 se titulaba “Y dio frutos”.
Escuchando la voz de Jesús, escribí en mi móvil :
“Jesús predica la
misión en parábolas esta vez, dedicada al sembrador y sus cosechas.
Preguntémonos ¿cómo
me identifico como semilla?
Vengo en el metro a
las 5:30 am, voy a mi faena diaria temporal.
Desde entonces,
había dejado de hacer estas reflexiones que venía haciendo desde comienzos del
año en curso (2023), con la intención de escribir un libro para niños o
adultos, con reflexiones cortas.
Me indago
¿Estoy sembrando a
la orilla del camino o en terreno pedregoso o entre abrojos o en tierra buena?
Al leer la
parábola, encuentro que, así como lo he hecho, estaba sembrando en terreno
pedregoso.
La semilla de la fe
la he estado sembrando donde hay poca tierra y la semilla brotó, pero sin buena
tierra se ahogó.
Quiero dar frutos
difundiendo el mensaje de la palabra de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, y
por ello retomo mis reflexiones para transmitir la idea de cómo podemos dar
frutos unidos a Jesucristo y ser activo sembrador de la palabra del Señor.”
Desde este día escribo cada día una reflexión
sobre la palabra de Dios y la comparto con algunos familiares y amigos.
Es un enorme momento espiritual para cada día, en
el que no suelo colocar mis experiencias en primera persona, pues estimo que no
se trata de hablar de mí, sino de generar una reflexión para los que alcancen a
escuchar la voz de Jesús, en los libros del Nuevo Testamento que dan testimonio
del amor y la misericordia de nuestro Dios verdadero, alimento predilecto para
el alma y espíritu a quien lo guarde en su corazón.
Ahora bien, aprovechando la oportunidad que nos
ofrece el tema del mes, en nuestra comunidad de escribidores, culmino esta rica
oportunidad para desarrollar la fortaleza de la “Espiritualidad y fe” con la
reflexión surgida de mi ejercicio espiritual para hoy.
Para contextualizar apropiadamente esta
reflexión, hemos de leer el Evangelio del apóstol San Juan (Jn 20, 11 -18), el
cual hace referencia al llanto de María Magdalena en el sepulcro en donde al
parecer, se han llevado el cuerpo de Jesús y el mismo Jesús se le hace presente
y le pregunta<< “¿Por qué estás llorando mujer?” y ella le responde
“Porque se han llevado a mi señor y no sé dónde se lo han llevado”>>… (Invito
a leerlo íntegramente para alcanzar la riqueza de este testimonio)
A continuación, reproduzco la reflexión que he
escrito para agradecer a Jesús por haber permanecido siempre a mi lado y
respetando absolutamente mi libertad, ha acudido y acude a mi para dar vida a
mi espíritu para darle sentido a mi vida:
“Al leer el pasaje de este testimonio
del Evangelio de Juan, viene a mi memoria esa experiencia de haber visto a
Jesús ¿Qué y cómo fue lo que vi?
Buscaba ocuparme en un empleo, venía
acompañando a un vecino con una enfermedad degenerativa, sin realizar estudios
de enfermería. Buscaba entonces nuevas oportunidades para asistir a otros
ancianos que requirieran asistencia.
Ocurrió, mientras asistía a un curso
de idiomas que, una compañera, también inmigrante me propusiera para prestar
servicios en una residencia de ancianos. Al comenzar, otras compañeras
enfermeras con estudios, quienes no se llevaban bien con mi compañera de
estudios, y al designarme tareas, me encargaron de cambiar los pañales a un anciano
con movilidad reducida, que balbuceaba expresiones incomprensibles y agredía
con las manos.
Comprendí que, si bien era un reto
interesante, no contaría con la asistencia de mi compañera de estudio, porque
era su día libre. Además, sus adversarias me someterían a una experiencia muy
compleja de superar.
Ya en la labor, Florentino se quejaba
mientras le servía con dificultad, y viendo su sufrimiento junto a mis nervios
por realizar las labores del aseo, movilidad y reubicación en la silla de
ruedas; le pedí continuamente a Florentino perdón y le prometía hacer lo mejor
para aliviar su sufrimiento y el mío por hacerlo mejor.
Florentino, nunca se mostró agresivo y
cuando logré sentarlo en la cama para trasladarlo a la silla de ruedas; escuché
a Florentino decirme
“-Merci” (Gracias) y con su mirada vi,
no desde el cuerpo, sino con el alma y entonces, escuché, reconocí la voz de
Jesús, nuestro Señor.
Gracias Señor, por tu misericordia me
mostraste tu rostro de bondad y belleza.Por eso hoy quiero anunciarte
humildemente como primicia de tu amor por toda la humanidad.”
El verso final de otro tema “Escuché la voz” de Juan
Carlos Fernández, un predicador argentino,es propicio para finalizar este
relato:
Escuché la voz
Que viene del cielo
Es la voz de mi señor
De mi padre bueno
Todo lo que llevo vivido
Hasta ahora voy ganando
No hago ruido ni alboroto
Con mis hechos voy hablando
(*1) Escuché
la Voz de Jesús. TurleyRichar. 1970.
(*2 ) Escuché
la Voz. Juan Carlos Fernández. Rabito 1974.