domingo, 28 de abril de 2024

Escuché la voz de Jesús en Florentino/Santiago Porras

 

MI CAMINO ESPIRITUAL/Santiago Porras/Relatos

 

ESCUCHÉ LA VOZ DE JESÚS EN FLORENTINO

  

Santiago Porras Rojas

Barcelona, 2 de abril 2024.  

Hay un tema musical, cuyo autor era ciego de un ojo y compuso un famoso tema en los años 70 titulado “I heard the voice of Jesus” (Escuché la voz de Jesús). Su autor: Turley Richards, recita unos versos en los que describe mis sentimientos presentes al escribir una experiencia de mi camino espiritual y sirven de antesala a estas líneas de espiritualidad y fe…Comienza así:

 

Escuché la voz de Jesús decir

Ven conmigo y descansa

Deja tu cansancio

El cansado se acostó

Recuesta tu cabeza sobre mi pecho

Fui a Jesús como era

Cansado, gastado y triste

Encontré en Él un lugar de descanso

Y me ha hecho feliz

(*1)

 

El Evangelio de hoy, correspondiente a San Juan (Jn 20, 11 – 18) relata el encuentro de María Magdalena con Jesús resucitado, quien lo había perdido, por su muerte de cruz. En mi caso, lo había declarado perdido, lamentándome de no lograr encajar en mi experiencia migratoria en una cultura en donde se ha perdido la fe en Jesús y reina la incertidumbre, como en muchos lugares de la tierra.

Por primera vez, en más de cincuenta años escuchándolo, no escuchaba la voz de Jesús.

Desde mi infancia había sentido su energía espiritual y en casa mis padres alimentaban nuestra vida religiosa a través de ejercicios y manifestaciones comunes de bondad, generosidad y humildad que, unidas a los rituales y mandamientos, me ofrecían una idea de lo que era fundamental realizar para ser una persona de bien.

Notaba entonces que, ser bueno y piadoso me ofrecía posibilidades para sentir que Dios era bueno conmigo, porque junto a mi familia y portarme bien en cualquier lugar que estuviera, recibía y obtenía durante toda mi vida muchos resultados favorables. Por su puesto que esa conducta, era presagio de un futuro quiebre consumista, enmarcado en la dimensión materialista del sentido de vida.

Me sentía privilegiado y confiado de recibir muchos síes y muy pocos noes. No había por qué llorar o angustiarse. Incluso, cuando experimenté la pérdida del mejor empleo del mundo, en el que disfrutaba yo y mi familia de una condena al éxito; logré resurgir de las cenizas al escuchar la voz de Jesús a mi lado durante el desierto del desempleo durante dos años…Escuchaba la voz de Jesús…y la Virgen María.

Con los años y las reinvenciones a través de las oportunidades que aproveché para seguir logrando sentirme capaz de seguir renovándome en medio de la continuada adversidad, decidí convertirme ya sexagenario, en un inmigrante en otra cultura, confiando que sería posible y tanto, como había sido frecuente.

Confiaba en mí, consideré que sería capaz de lograr el éxito acostumbrado. Me fui entusiasmado exteriormente, pero con una tristeza inmensa, escondida en mi corazón al dejar la tierra y las gentes con las que existía gran confianza y oportunidades.

Una vez instalado en la nueva cultura, me lancé a proponerme ante nuevas modalidades de interpretar sus realidades, con el lenguaje y los patrones comunicacionales tradicionales con los que esperaba engrandecer mi ego sordo a las señales que me ofrecían ahora, respuestas negativas que les impedía otorgarme autoridad para servirles, con todo lo que sabía profesional y laboralmente. Así comencé a dejar de escuchar la voz de Jesús.

Fue tal mi sordera, que consideré que la espiritualidad no era prioritaria, pues ahora, consideraba que el mundo y sus resultados se fundamentaban en los hechos y opuestos a lo invisible, a lo espiritual y así, comencé a perder la esperanza como llave para sostener la luz de la fe y confianza en la voz de Jesús.

Así transcurrieron más de mil días y noches, de negaciones continuas y a la vez una sensación de estar atrapado y sin salidas. Era mi experiencia a través del laberinto del Minotauro o de reencuentros consecutivos con los lestrigones de Ulises en su Odisea.

Apartarme así de la casa del Papá bueno, con quien a su lado me había permitido superar las adversidades de la vida, me estaba costando la vida sin sentido.

Entonces, en medio de mi sordera, por casualidad había auxiliado a mi vecino, de 80 años sufriente de una enfermedad degenerativa. A Don Luis Freitas, lo levanté del suelo, donde cayó y se hirió en su cabeza y, allí estaba Jesús, no lo escuché. Allí encontré la mano del Señor, a través de mi amiga escribidora; Yvette Henríquez; médico con una enorme sensibilidad extraordinaria para asegurarme de cómo asistir a Don Luis; por cierto, uno quien era natural de la Isla de su familia: Madeira-Portugal.Ahora comprendo que allí me acompañó Jesús y, que poco a poco se fue revelando a partir de un servicio espontaneo de solidaridad y misericordia.

Así las cosas, otro día en el que alborozado de lograr una oportunidad de trabajo como limpiador asignado a la Guardia Urbana de Barcelona-España. Alegre y agradecido a Dios, decidí comenzar a leer el Evangelio del día y, allí el Evangelio Mt13, 1-9 se titulaba “Y dio frutos”.

Escuchando la voz de Jesús, escribí en mi móvil :

“Jesús predica la misión en parábolas esta vez, dedicada al sembrador y sus cosechas.

Preguntémonos ¿cómo me identifico como semilla?

Vengo en el metro a las 5:30 am, voy a mi faena diaria temporal.

Desde entonces, había dejado de hacer estas reflexiones que venía haciendo desde comienzos del año en curso (2023), con la intención de escribir un libro para niños o adultos, con reflexiones cortas.

Me indago

¿Estoy sembrando a la orilla del camino o en terreno pedregoso o entre abrojos o en tierra buena?

Al leer la parábola, encuentro que, así como lo he hecho, estaba sembrando en terreno pedregoso.

La semilla de la fe la he estado sembrando donde hay poca tierra y la semilla brotó, pero sin buena tierra se ahogó.

Quiero dar frutos difundiendo el mensaje de la palabra de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, y por ello retomo mis reflexiones para transmitir la idea de cómo podemos dar frutos unidos a Jesucristo y ser activo sembrador de la palabra del Señor.”

 

Desde este día escribo cada día una reflexión sobre la palabra de Dios y la comparto con algunos familiares y amigos.

Es un enorme momento espiritual para cada día, en el que no suelo colocar mis experiencias en primera persona, pues estimo que no se trata de hablar de mí, sino de generar una reflexión para los que alcancen a escuchar la voz de Jesús, en los libros del Nuevo Testamento que dan testimonio del amor y la misericordia de nuestro Dios verdadero, alimento predilecto para el alma y espíritu a quien lo guarde en su corazón.

Ahora bien, aprovechando la oportunidad que nos ofrece el tema del mes, en nuestra comunidad de escribidores, culmino esta rica oportunidad para desarrollar la fortaleza de la “Espiritualidad y fe” con la reflexión surgida de mi ejercicio espiritual para hoy.

Para contextualizar apropiadamente esta reflexión, hemos de leer el Evangelio del apóstol San Juan (Jn 20, 11 -18), el cual hace referencia al llanto de María Magdalena en el sepulcro en donde al parecer, se han llevado el cuerpo de Jesús y el mismo Jesús se le hace presente y le pregunta<< “¿Por qué estás llorando mujer?” y ella le responde “Porque se han llevado a mi señor y no sé dónde se lo han llevado”>>… (Invito a leerlo íntegramente para alcanzar la riqueza de este testimonio)

A continuación, reproduzco la reflexión que he escrito para agradecer a Jesús por haber permanecido siempre a mi lado y respetando absolutamente mi libertad, ha acudido y acude a mi para dar vida a mi espíritu para darle sentido a mi vida:

“Al leer el pasaje de este testimonio del Evangelio de Juan, viene a mi memoria esa experiencia de haber visto a Jesús ¿Qué y cómo fue lo que vi?

 

Buscaba ocuparme en un empleo, venía acompañando a un vecino con una enfermedad degenerativa, sin realizar estudios de enfermería. Buscaba entonces nuevas oportunidades para asistir a otros ancianos que requirieran asistencia.

Ocurrió, mientras asistía a un curso de idiomas que, una compañera, también inmigrante me propusiera para prestar servicios en una residencia de ancianos. Al comenzar, otras compañeras enfermeras con estudios, quienes no se llevaban bien con mi compañera de estudios, y al designarme tareas, me encargaron de cambiar los pañales a un anciano con movilidad reducida, que balbuceaba expresiones incomprensibles y agredía con las manos.

 

Comprendí que, si bien era un reto interesante, no contaría con la asistencia de mi compañera de estudio, porque era su día libre. Además, sus adversarias me someterían a una experiencia muy compleja de superar.

Ya en la labor, Florentino se quejaba mientras le servía con dificultad, y viendo su sufrimiento junto a mis nervios por realizar las labores del aseo, movilidad y reubicación en la silla de ruedas; le pedí continuamente a Florentino perdón y le prometía hacer lo mejor para aliviar su sufrimiento y el mío por hacerlo mejor.

Florentino, nunca se mostró agresivo y cuando logré sentarlo en la cama para trasladarlo a la silla de ruedas; escuché a Florentino decirme

“-Merci” (Gracias) y con su mirada vi, no desde el cuerpo, sino con el alma y entonces, escuché, reconocí la voz de Jesús, nuestro Señor.

 

Gracias Señor, por tu misericordia me mostraste tu rostro de bondad y belleza.Por eso hoy quiero anunciarte humildemente como primicia de tu amor por toda la humanidad.”

 

El verso final de otro tema “Escuché la voz” de Juan Carlos Fernández, un predicador argentino,es propicio para finalizar este relato:

 

Escuché la voz

Que viene del cielo

Es la voz de mi señor

De mi padre bueno

Todo lo que llevo vivido

Hasta ahora voy ganando

No hago ruido ni alboroto

Con mis hechos voy hablando

(*2)

 

(*1) Escuché la Voz de Jesús. TurleyRichar. 1970.

(*2 ) Escuché la Voz. Juan Carlos Fernández. Rabito 1974.

 

  

 

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