lunes, 14 de marzo de 2016

Por razones erróneas o cuando las creencias van por otro lado

En las épocas de muchacho - hace poco pues- el entrenamiento físico era una forma de vengarse por parte del entrenador. Vengarse de todo aquel que desde su raza superior, no debía avanzar.

No hablo de un entrenador ario. Me refiero a un individuo más normal que corriente,  quien en sus años mozos había decidido estudiar las artes de la docencia en educación física. Este personaje extraído de las páginas de cualquier relato de tortura de la Alemania nazi, contaba con sus jugueticos de tortura.
Recuerdo una especie de mesa de comedor con gavetas que llamaban “plinto(*)”, cuyo objetivo era pasarle por arriba empleando un trampolín, cama elástica o cualquier recurso disponible. Nunca entendí cual era el objetivo. 

Quizá hacía falta una motivación. Un “cuento” que ambientara tal absurda proeza. Algo así como…”te viene persiguiendo un malandro y tu corriendo debes pasar sobre la mesa del comedor y huir del malhechor. También existía un aparato con dos barras paralelas sobre las cuales debía columpiarme. Todavía no se para que.

Esta especie de Freddy Kruger del ejercicio no le faltaban detractores. No solo por su estilacho y su figura que dejaba en entredicho sus habilidades gimnásticas, sino por el trato despectivo hacia el 90% de la clase que se estrellaba contra el gavetero.

Este selecto grupo de los buenos, es decir aquellos con condiciones deportivas, estaban los menos capacitados intelectualmente para la vida. Al igual que el entrenador, eran personajes con los cuales no contaba para estudiar. Era una lucha entre el intelecto y lo físico, solo envidiado en aquellos años de adolescente, por las chicas con las cuales salían a rumbear. Era algo así como formar parte de un equipo o de otro. Montescos y  Capuletos, Tirios y Troyanos, buenos y malos.

Desconozco si en la actualidad, la actividad en las escuelas es transmitida de una manera diferente. Si más que pasar una materia marginal (entendiendo por marginal, estando al margen), la actividad física es vendida como la posibilidad de generarse bienestar tanto en lo físico como en lo espiritual.

Si algún entrenador se ha ocupado en decir que tu actividad intelectual se verá fortalecida gracias a las endorfinas dopaminas y otras “inas”.

Si las habilidades para pasar un “plinto” te permitirián besar a la chica de tus sueños,  antes que su celoso padre se diera cuenta que tu estuviste.


César Yacsirk
Caracas 14, de marzo de 2016


(*)Aparato gimnástico de forma rectangular y alargada, compuesto por varios cajones de madera superpuestos, de los cuales el superior va recubierto de una almohadilla para apoyar las manos; se usa para realizar diferentes tipos de ejercicios y saltos.

4 comentarios:

  1. Es la misma descripción que yo haría de mis profesoras de educación física. Siempre dudé de si estos profesores les gustó alguna vez el deporte, la educación o, si me apuran, la vida. Nunca vi alegría ni entusiasmo en ellos. Y no esperaba que me la manifestaran a mí, que no era precisamente una promesa olímpica, ni siquiera con "los elegidos". El porcentaje en mi clase era más o menos igual que en la tuya: sólo había un 10% bendecido por los dioses deportivos, que pasaban a ser sus favoritos y a los que tampoco se molestaban en motivar. La motivación hacia el deporte era innata en ellos. Tampoco entendí nunca cómo es que acercar a los jóvenes al deporte significa transformarlo en una especie de castigo, en vez de una invitación a pasárselo bien y saber que tiene muchos beneficios. Igual que tú, espero que hayan cambiado un poco las cosas.

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    1. Jajajajaja gracias por tu comentario. Vi que pude transmitir un sentimiento

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  2. Jajajaja lo suscribo, nunca odié tanto la actividad física como en mi época del colegio.

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  3. El plinto, una palabra olvidada, casi odiada. El tema era pasarlo sin tocarlo como en el "salto del león" lo llamaban. Del otro lado una colchoneta de 1 centìmetro de espesor, dar una vuelta y ya. Yo me imagino que con tantas leyes de seguridad industrial, el plinto debe al menos, haber perdido las gavetas...

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