martes, 12 de abril de 2016

Lionel


Era día de Navidad cuando entré muy despacio a la capilla del colegio. La luz que atravesaba los vitrales era muy poca y las velas encendidas eran insuficientes para iluminar el ambiente frío y oscuro del santuario. Una sica de aguinaldos muy suave se escuchaba de fondo. Tendría siete años de edad, y como niño al fin, sin muchos preámbulos, comencé a pedir por mi regalo de Navidad. Mi petición la hice con tanto fervor que estoy convencido que ese día logré hablar con Dios. Hasta ahora no he podido repetir esa comunicación con la nitidez y sintonía espiritual tan perfecta que conseguí aquella tarde. Si hubiese existido para esa época el Skype, de seguro que ¡también lo hubiese visto!



Mi madre me inició en la religión y fui bautizado en la iglesia católica. Todas las noches nos reunía a su alrededor y rezaba junto a mis hermanos. Recuerdo que en un libro me mostraba un dibujo de un triángulo con un ojo en su interior. Me decía que era Dios que nos observaba continuamente, que todo lo veía y todo lo sabía. Me movía frente al dibujo y en verdad ¡el ojo me perseguía! Sentía temor y respeto por aquella mirada del triángulo, pero luego me fui acostumbrando a su presencia y más bien comencé a sentir su protección, guía y ayuda para discernir entre lo bueno y lo malo.
 
Fueron mis primeras experiencias de espiritualidad y religiosidad, dos cualidades idénticas pero completamente diferentes. En mi primer contacto espiritual de aquella Navidad, sentí que Dios me había invitado a comunicarme con él cuando quisiera y desde donde fuese, sin citas previas y sin partida de bautizo de religión alguna. Esos momentos de conexión espiritual son íntimos y personales que nos brindan una sensación de paz y serenidad. Nos ayudan a recordar que no estamos solos. La conexión va evolucionando en la medida que pidamos menos por nuestros deseos y que lleguemos a conocer más de lo que Dios realmente desea para nosotros, cuál es nuestra misión y tratando de cumplir su voluntad alcancemos el mayor placer de nuestra existencia.
La religiosidad, siguiendo las creencias, doctrinas y dogmas dictados por la iglesia a la cual pertenezcamos, es otro canal para acercarnos a Dios. Hay personas que no practican religión alguna, pero que sin embargo aceptan y creen en la existencia de un poder superior. Si revisamos las escrituras sagradas de muchas religiones, conseguimos que son más los elementos que nos unen que los que nos dividen, por tal razón, acostumbro a respetar la religión de cada persona. El hombre siempre ha sido un ser sociable que necesita construir vínculos con otros, de acompañarse  y vivir en comunidad, por lo tanto, al momento de orar y alabar a Dios, también lo acostumbra a hacer en grupo. Creo ciertamente que hacerlo de manera colectiva debe tener un efecto multiplicador. Continúo profesando la religión católica y asisto a menudo a la iglesia. Me agrada en particular el momento en que nos piden darnos fraternalmente la Paz. Sin embargo, muchos participan asumiéndolo como un acto meramente social más que religioso, se exhiben, aparentan y se distraen del verdadero objetivo del servicio. Cuando hay mucho ruido en el templo, prefiero mis audiencias privadas para conectarme.
La espiritualidad es una de las 24 fortalezas que la Psicología Positiva categorizó, y determinó que es fuente importante  de bienestar. Los investigadores han demostrado que las prácticas religiosas están asociadas con vidas más largas, más sanas y más felices, y sus beneficios pueden sentirse hasta el final de nuestras vidas.
Las grandes religiones comparten la creencia de que, aunque el cuerpo muera, el espíritu continúa y en alguna otra dimensión nos encontraremos de nuevo con nuestros seres queridos.   Esa creencia permite que abandonemos este plano terrenal con fe y esperanza, y cuando despedimos a nuestros seres amados, aunque siempre sea triste la separación, gracias a la fe, lo hacemos con amor, paz y tranquilidad. 
Si las fortalezas de la espiritualidad y la religiosidad son tan beneficiosas, las podemos desarrollar y ademas son gratuitas, ¿Porqué  entonces desaprovechar ese beneficio?

Lionel Alvarez Ibarra
Abril 2016


3 comentarios:

  1. Querido Lionel,estoy muy identificada con la historia que describes. Mi experiencia es que mi espiritualidad se hace mas profunda cuando estoy rezando,, muchas veces siento que me elevo y tengo una conección Divina, me siento afortunada por vivir y sentir la presencia de Dios en mi vida.

    ResponderEliminar
  2. Yo también pienso que no tiene ningún sentido desaprovecharlas querido Lionel, como siempre: un placer leerte.

    ResponderEliminar
  3. Amigo Lionel leerte siempre es un bálsamo y est vez ese bálsamo tiene aroma a conexion personal y colectiva , espiritual y religosa !!!
    Te escribo desde la cuenta de Juan , pero soy YO....

    ResponderEliminar