martes, 8 de enero de 2019

MIS AVENTURAS EN CAMA


Por: Martín A. Fernández Ch.
Fecha: 08/01/2019

Si lo pienso bien, no he tenido una mejor cómplice que la cama. Son tantas las aventuras activas y pasivas que son de su conocimiento, que agradezco infinitamente su silencio, tanto que la considero como la mejor relación de amistad. Ella conoce de: diversión, cuentos, sueños, rabias, proyectos, amor, pasión, llantos, en fin, es testigo de gran cantidad de emociones, algunas incontables.

No recuerdo la primera, sé que fue una cuna. Por asociación y por lógica elemental, de lo visto cuando mis hermanos la usaron (tomando en cuenta que los pañales eran de tela) debió ser una etapa apestosa. Pero también, fue un tiempo cuando era el centro de atención amorosa por parte de mis padres y de los más cercanos.

Al crecer, junto con mis demás hermanos, las camas evolucionaron para ser un parque de diversión. Todos en una misma habitación, las camas estaban dispuestas para ser galeones de guerra, camiones de carga, camiones de bomberos, naves espaciales, lugar de escondite,  trampolines (aprovechando que las camas tenían resortes), entre otros inventos de la imaginación. Llegamos a tener camas tipo literas, las cuales se prestaban para jugar a escalar; pero no duraron mucho, debido a que mi segundo hermano tuvo una caída libre mientras dormía, seguro estaba soñando que volaba.

El piso también fue mi cama. Esto ocurría cuando no aguantaba el dolor de espalda y mi recuperación dependía de postrarme allí, con cobija de por medio, toda la noche. Pero hubo una ocasión (gracias a Dios que fueron pocos días), que tuve que dormir en el piso porque no tenía cama.

A veces, las camas eran indiscretas: cantaban. La música que producían era variada, el ritmo y la intensidad dependían de la hora, del acompañamiento y de la pasión. En la actualidad aún sigue sonando, lo hace como una sinfónica cuyos variados sonidos armonizan en la mejor pieza musical: el amor.

Hubo una época, cuando cursaba el diplomado de Psicología Positiva, que dos compañeras de estudio, quienes eran hermanas, me ofrecían llevarme a la “kama”, es decir, me daban un aventón en carro para dejarme frente al local “Kama Sutra”, a una cuadra de mi casa. Quiero pensar que no había ninguna intención escondida, aunque sonaba algo sugestivo cuando, al terminar la clase, me decían: ¿Quieres que te llevemos a Kama Sutra?

Ahora, la experiencia de vida en la cama es extraordinaria. En ella está presente la complicidad, el amor, el placer, el calor, la risa, la diversión, los desayunos y demás convivencias emotivas que solo se presentan en pareja. Por esto, es la cama un santuario, la cual mantengo cuidada y consentida.

 FIN

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