domingo, 5 de julio de 2020

Arte & Bienestar/Irma Wefer


Vivir el arte

   El arte es como vivir en una habitación sin paredes. Sin más límites que el viento que ondea la memoria y agita la imaginación. Quizás no exista un acto más humano que ese  impulso de libertad. 

     El signo que lo muestra es su carácter inclusivo pues nada de lo humano le es ajeno. Percepciones encontradas como certezas y  contradicciones,  armonías y  desmesuras,   lo profano y lo divino conviven en su desconcierto. Su poder es tal que puede  transmutar lo grotesco en bello y lo bello en grotesco. 

     Es el mundo de los sueños, alejado de lo efímero y temporal. Sobrecogedor presagio de lo eterno. Y a la vez voces encontradas en un símbolo común de la belleza, representado en un espacio que lo concreta en lo real y lo hace “el rostro del tiempo”.

      Rostro en que se desvanece toda falsedad.  En él todo juicio va acompañado de un sentir: el del artista que crea y el del que contempla lo creado. El sentir es ese lenguaje universal  por el que todos somos capaces de entendernos o rechazarnos, sin cabida para la mentira. 

     El arte nos hace comprender la opción del silencio. Venimos del ruido pero solo en el silencio podemos oír el esfuerzo creador. Solo en el silencio podemos oír eso que el otro sintió la necesidad de decir. Oír verdades a las que nos sumamos o nos confrontamos. Desde allí nos descubrimos.

    El arte es esa actividad profundamente perturbadora en el encuentro de la inocencia y el asombro del niño que juega creando y la sabiduría del mago en su poder transformador. 

     Irma Wefer

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