lunes, 19 de enero de 2015

Intimidad en Claroscuro

Una mañana clara, blanca, muy blanca. Una mañana que podría ser descrita por literatura de poca profundidad como clandestina, tenue y de poco volumen, gritaba esa mañana con su incandescencia que todo estaba claro, bello y hasta luminoso. El camino no ofrecía resistencia, ningún obstáculo se observaba en la vía. Nada que detuviera la velocidad del ímpetu. Nada que indicara la marcha en reversa. La mirada a través del ojo de la puerta y su apertura lenta, escondía una sonrisa tímida pero decidida. Cuentos iban y venían. El chequeo obligatorio del estado de nuestros seres queridos y conocidos, la última del noticiero de la mañana y un sinfín de temas de poco interés, acompañaban las notas dulce- amargas de un café recién elaborado. La conversa artificialmente alargada se distanciaba aún más de los deseos. Con una sutileza angelical las palabras fueron desplazadas por la kinestésia, y aunque carentes de contenido ya acariciaban por el simple hecho de ser pronunciadas. Ya estas, aunque vacías sonaban aterciopeladas. La ausencia de dominio se apoderaba del momento y acompañaba el descenso ralentizado a un plano blanco y desconocido. Aun cuando el ciclo de la naturaleza reñía con la fuerza del deseo y un atisbo de sensatez pretendía detener el hecho inevitable, nada sobre esta tierra poseía la fuerza de detener la pureza de ese instante. Al retornar la consciencia solo un par de ojos llorosos confirmaban la belleza del momento. Una mirada cómplice que acompañaba la ingenuidad de una sonrisa. Una mirada imposible de evitar. Una mirada que compromete a seguirla y mantenerla bajo el compromiso que esa mirada estará siempre presente. Cesar Yacsirk 19.01.15

2 comentarios:

  1. Un placer leer tu texto César, percibo en él la frescura y la amabilidad de la intimidad del hogar y la familia. Un abrazo.

    ResponderEliminar