miércoles, 14 de enero de 2015

Un toque

Escribirle a alguien es una forma de tocarlo.
Pero a veces duele.
Se siente una puntada en el pecho. El escozor que deja el vacío. El vértigo que da el abismo que aparece cuando se abren los ojos para descubrir que el encuentro, ese en el que hubo abrazo, voz y caricia, fue un sueño.
Hay personas que no tienen idea de cuánto te hicieron llorar. Y ni si quiera te explicas cómo siguen en tu corazón. Ellas tampoco.
Hay quienes te marcan para siempre y ocupan un lugar en tu alma al que ni tú mismo sabes llegar.
Y aunque ya no sufres por ellas, el día que las extrañas, duele, porque tu cerebro sí conoce la dirección.
El día que sientes nostalgia y les escribes, duele.
Hay amistades profundas. No las desgasta el tiempo, ni la distancia, ni siquiera las heridas.
Hoy me acuerdo de las heridas, pero me duele más la ausencia.

Largas conversas. Complicidad. Risas. Olor. Calor.  Eso que no está, es lo que realmente duele.

A veces sólo se puede tocar con palabras. Entonces comencé a teclear...te.

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