martes, 31 de marzo de 2015

Extracto de la novela que escribo: La ingenuidad del arrepentimiento de David


Camina con lentitud como si cada pierna le pesara al moverla. Hace un esfuerzo deliberado por lucir como alguien que da un paseo. Ha oscurecido y transita por la calle ya solitaria. Muchas de las tiendas han cerrado. Le parece curioso que días antes, frente a las mismas vidrieras, miró con interés las cosas que ahora carecen de toda importancia debido a las nuevas circunstancias. Es como si la película de su vida que se proyectaba en una sala de cine de pronto se ha detenido. Las imágenes en la pantalla tienen una nitidez pasajera y frágil, en la medida que la luz que emanaba del proyector como una humareda multicolor se entremezcla con las sombras confundiéndose con la oscuridad de la sala.

Siente un impulso por apurar el paso, pero vacila y recupera la marcha lenta y pesada que traía previamente. - ¿Para que apurarme? Igual da que me quede caminando toda la noche. Ya no tiene caso llegar temprano a casa. Hoy debo encargarme de los quehaceres y preparar la comida para la semana. Pero nada de eso parece tener sentido, nada tiene urgencia.-

Finalmente llega a casa. Abre la puerta y se queda detenido unos instantes en el umbral, un poco confundido, como haciendo una inspección del lugar antes de pasar por completo. Todo le parece diferente o simplemente nunca lo ha visto con esta mirada. Al final de la sala la ventana mantiene a raya una noche oscura y densa que parece querer abalanzarse al interior. Camina vacilante sin saber exactamente qué hacer. Unos años atrás andaba apurado y decidido por esos mismos lugares. ¿Cómo llenar el tiempo ahora que parece infinito? Una fina capa de polvo cubre todo, como queriendo llevarse las cosas de este plano al mundo de los recuerdos.

Hace un recorrido visual por ese lugar donde han transcurrido varias etapas de su vida en un intento de encontrar en qué punto exacto perdió su centro. Camina torpemente y sin dirección, como en círculos. Los sillones tapizados ya varias veces todavía lucen enteros. La alfombra, de muy buena calidad, ha tenido mucho aguante pero ya parece necesitar una limpieza. Las estanterías están cargadas de libros diversos.


Siempre le discutía todo a su madre. Ella se defendía, con argumentos, mientras él terminaba molestándose y diciendo cosas de las que luego se arrepentía. Ahora mismo, como congelado en el centro del salón, la miraba en retrospectiva con más gentileza, reconociendo que había tenido una gran fortaleza de espíritu para llevar adelante su vida y la de sus hijos.

Las lágrimas comienzan a brotar. Piensa que nunca reconoció sus virtudes. Nota que tiemblan sus piernas y su corazón da saltos repentinos como un potro salvaje, a la vez que siente nauseas. Cierra la puerta y se devuelve a la sala para acomodarse en el sofá. Su mente se traslada en el tiempo. Reconstruye los acontecimientos desde aquella reunión que sostuvo con Ilan para plantearle que la llevara a vivir con él. ¿Qué se iba a imaginar en ese momento que su hermano estaba a punto de divorciarse?

Pese a las críticas de su hermano y a la negativa de su madre, la recluyó en la Casa de Cuidados.  Aun así, olvidada y dejada de lado, ella lo trataba con el mismo cariño de siempre y tono sobreprotector: –¿Y cómo está hijito? ¿Se arreglaron las cosas con Susana?-. Pero esto no sirvió de mucho, porque Susana igual se fue de casa al poco tiempo.

Por ese tiempo andaba absorto, como en otro mundo, sin rumbo. A pesar de ir a terapia, estaba sumido en el auto abandono. Durante ese periodo no tenía ánimos para visitar a su madre, ni siquiera para llamarla por teléfono.  


A Susana también la abandonó en cierto modo. Nunca le correspondió con dulzura, mucho menos en los peores momentos. Cae en llanto nuevamente al recordar todos los gestos de atención que Susana había tenido con él y que no supo valorar. Hace un recuento rápido de su vida y le parece mezquina y egoísta. Siente repulsión por sí mismo. Se ve a sí mismo como un monstruo. Tiene un poco de hambre, pero piensa que no merece ni comer. Piensa que ha desperdiciado todo en su vida, que lo ha estropeado todo. Tal vez debería yacer allí día tras día sin alimentarse hasta morir como una forma de expiación.


Víctor Calzadilla

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