martes, 8 de septiembre de 2015

El primer viaje del resto de nuestras vidas




Episodio 1: La Aventura

Puente del 1ro de Mayo de 1989. Ese año el día del trabajador cayó lunes, por lo que nuestra amable idiosincrasia nos permitía la excusa perfecta. Transitaban los últimos meses de mis 17 años, momento en que las ansias alocadas de llegar a aquella fecha icónica para cumplir la mayoría de edad, nos hacía pisar ese acelerador temporal digno de ser estudiado por Albert Einstein o Stephen Hawking.

Éramos un grupo de 15, entre aún adolescentes y los que ya habían cruzado la meta. Cuatro carros y una ilusión bastaron para dar el paso que marcó nuestras vidas, y que en parte nos hace lo que hoy somos. ¡Sí señor! nos vamos para Morrocoy, cueste lo que cueste, caiga quien caiga, se oponga quien se oponga. La rebeldía adolescente se impuso. Tres días de la ansiada libertad, sol, playa y rumba. Y aún así, cada uno se llevó a cuestas y sin saberlo, el equipaje mágico que nuestros padres supieron empacar muy bien en nuestras mentes: precaución, cordura y una pequeña lonchera llena de responsabilidad.

El grupo era variado pero unido, nos conocíamos muy bien. Estudiantes en su mayoría, uno que otro rebelde que no quiso estudiar y que ya trabajaba, pero lo más importante y que siempre cuidamos al extremo, la regla de oro de nuestra cuadra en aquella calle Lisandro Alvarado de Santa Mónica, quizás la única que siempre estuvo limpia, por lo menos en nuestra presencia. Nada de drogas.

Viernes 28 de Abril, 3 de la tarde, hay que poner a tono los carros. En realidad no nos enfocamos mucho en la parte mecánica, lo importante era llevar un buen equipo de sonido y unas buenas cornetas (no como las de ahora, claro está), pero por lo menos algo digno de Jhon Lennon, Tracy Champman, y la changa de los 80.


Episodio 2: Adios Mamá.


12:00 de la medianoche del viernes, momento de la partida. Nuestra mejor arma, Yonathan, quien tenía una miniteca llama “Red Ligth”. Él llevaba consigo el Gran Bajo (un cajón tipo corneta de DJ), y algunos reflectores de luz, pero que significaban la mayor diversión del viaje, música y luces que en esa época hacían de las suyas en nuestras almas para llevarnos a  momentos inimaginables de alegría y disfrute.

Así partimos hacia lo desconocido, los más expertos lideraban el grupo. Más atrás, los que nos rebelamos y desafiantes nos fuimos sin la buena pro de nuestros padres. En una época en la que los teléfonos celulares eran una simpática atracción de la serie “Miami Vice”, sólo nos acompañaban unos “Walkie-Talkie” que nos permitían comunicarnos entre carro y carro, casi como lo hacía la Policía Metropolitana de la época.


Episodio 3: ¡Sanos y Salvos!


Sábado 29 de Abril, 6 de la mañana, llegamos a Tucacas, Edo Falcón. El viaje transcurrió sin contratiempos y muchos ojos pelaos. Hicimos una larga fila para utilizar el único teléfono monedero cantv que había en los alrededores y aliviar un poco el insomnio de nuestros padres. Era la hora de cargar provisiones. Hoy día me sigo riendo de lo que para nosotros, en ese momento, eran las provisiones para pasar 15 personas y un niño de dos años, los 3 días y 2 noches en un Cayo desamparado del Parque Nacional Morrocoy: 1 bolsa negra (sí, las de basura) llena de pan de los de antes, los pequeñitos que llamaban de a locha, como 7 kilos de queso paisa rebanado y 7 kilos de jamón de espalda (que era más barato). Por supuesto que el único que llevaba una dieta más o menos balanceada era José Domingo, el pequeño de 2 años, hijo de la única chica del grupo y que era la hermana de uno de los muchachos.

A esta compleja combinación de proteínas, grasas y carbohidratos lo acompañaban: 15 Mazinger (Hoy conocida como “pata de elefante”) de Ron Cacique, unas 7 botellas de Ginebra Gordons y mucho jugo de naranja. Definitivamente, hay que tener 18 años – ish  para sobrevivir a esto.

Sábado 29 de Abril, 9 de la mañana, llegó el momento, ya cuadramos el peñero que nos llevaría hasta Cayo Sombrero, islote insignia de la mejor rumba del parque nacional. No quiero sonar pretencioso, pero el resto de las veces que he ido a Morrocoy, jamás he visto un peñero como ése. Es el único peñero que he visto con un bajo de miniteca instalado, alimentado con la batería de un carro y un reproductor de cassette (de esos que se sacaban como una gaveta), todo proveniente del Chevette dos puertas de Camilo. La música se hizo presente, y vivimos el viaje en lancha más maravilloso del mundo. Sólo en ese momento, los más atrevidos e inexpertos, se atrevieron a destapar las primeras cervezas de la mañana aún calientes, sólo para terminar lanzándose al agua cerca de la orilla con ropa y cartera incluida, y sembrando su cara en la arena del Cayo durante horas antes de recuperar la conciencia.

Esa noche me convencí de que los acumuladores Duncan no tienen comparación (por lo menos en esa época), pues nuestra carpa fue la discoteca del fin de semana, y esto incluyó, música y show de luces. Por supuesto que no hubo menos de 50 personas bailando hasta más no poder en frente de nuestra carpa hasta más allá del amanecer.

El domingo 30 de abril transcurrió en completo relax. Fue la primera y última vez que me cepillé los dientes usando “Cacique” en vez de “Colgate”, y apartando unas pequeñas dificultades para abrir unas latas de atún y la eterna espera del peñero que traía el hielo, fuimos felices. Fuimos libres, fuimos nosotros, los muchachos de la cuadra. Y al compas de las notas de la guitarra del Gordo Roberto interpretando “Father and Son” de Cat Stevens, descubrimos que los lazos que nos unían eran completamente legítimos.


Episodio 4: Cómo pasar un susto a la Cuba Libre



Esa noche del domingo, luego de disfrutar la ya instalada discoteca frente a nuestra carpa, el cansancio hizo lo suyo, y haciéndome “el loco”, me escurrí a dormir a eso de las 4 de la madrugada. No habían pasado 15 minutos cuando una sacudida extraña e inesperada me hizo brincar de la superficie sobre la que me había acostado. Lo primero dije fue “Juro que no tomo más Ron” pero enseguida comencé a escuchar los gritos de las personas que indicaban que lo que en realidad pasaba era que había un temblor. ¡Por Dios!, en medio de la nada, en una pequeña isla y viene a temblar. Al salir de la carpa pude ver la silueta de las palmeras iluminadas por una hermosa luna llena, bailando de lado a lado, como si fueran de plastilina. Ése es el impresionante recuerdo que tengo de lo que más tarde supimos fue un sismo de considerable magnitud que tuvo como epicentro San Juan de los Cayos. Afortunadamente, en esa época aún no habíamos visto todas las películas y videos de Tsunamis de hoy en día, y aún así hubo quien dijo que tomaría el “primer peñero que viniera para Caracas”, como si al pobre peñero le salieran ruedas para llegar hasta la capital.

Hoy día somos conscientes de la angustia que vivieron nuestros padres al conocer la noticia del temblor, pues Digitel, Movistar y Movilnet eran una fantasía por esos días. Pero en honor a la verdad, debo confesar que para nosotros fueron suficientes unas cuantas Cuba Libre para dejar atrás el movimiento telúrico.


Episodio 5.: El regreso


Lunes 1ro de Mayo 1989. Luego de terminar de amanecer con la misma de la noche anterior y usando como excusa el fulano temblor, regresamos en una lancha en medio de un mar picado y muy agitado. Unos rezaban, mientras otros hacían lo propio del Cosaco Ruso. Sin mayor contratiempo llegamos al embarcadero donde habíamos dejado los carros, y ante los ojos atónitos de todos nosotros, el Chevette de Camilo prendió sin necesidad de auxiliarlo, con la misma batería que sirvió de planta eléctrica para todo el viaje (insisto, ¡que batería tan buena!). Así emprendimos el regreso, convencidos desde ese mismo momento, que por el resto de nuestras vidas recordaríamos ese viaje, así como el glorioso momento en que degustamos unas deliciosas y bien calientes hamburguesas callejeras en Valencia Edo Carabobo.


Episodio Final: El Magno Evento

Durante años el “Viaje a Morrocoy”, ha sido ícono de nuestra historia personal, y hasta el día de hoy no hay forma que no salga a relucir en cualquier reencuentro de algunos de los 15 que nos arrojamos a aquella aventura de muchachos. No hay duda que no seríamos los mismos sin haber vivido la extraordinaria experiencia, y que en todos nuestros corazones, siempre habrá un lugar, por más pequeño que sea, para honrar y agradecer a la vida por aquellos 3 días que de alguna manera saboreamos al máximo. Morrocoy fue nuestro Woodstock, y así lo recordaremos y reviviremos por siempre. Allí fuimos únicos, un día a la vez, una hora a la vez, un minuto a la vez. Sus recuerdos seguirán plasmados en nuestras mentes por siempre. Nuestros hijos conocerán la historia, sólo pido a Dios que ellos también puedan vivirla (pero con celular, por supuesto).


Este pequeño recuerdo está dedicado a los 15 de la cuadra y al pequeño Jose Domingo (hoy no tan pequeño), protagonistas del llamado “Magno Evento”, pero con muchísimo amor, cariño y sentimiento, a la memoria de nuestro amigo, hermano y el único integrante de aquel maravilloso viaje que hoy ya no está con nosotros. Camilo José Temes Urbina. Hermano: Tus alas de ángel acariciarán por siempre las blancas arenas y las aguas cristalinas de las playas de tu amada Venezuela. 

Camilo Temes (1970-2015)


1 comentario:

  1. Querido Oscar, gracias por compartir este texto tan emotivo, que además de ser una bitácora es un homenaje. Y como pasa con los textos escritos con el corazón, pese a ser experiencias íntimas, es muy fácil identificarse con ellas. Gracias por compartirlo.

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