viernes, 29 de septiembre de 2017

La playa de mi niñez: mi querido Puerto Azul

Cuando pienso en una playa feliz, no puedo evitar pensar en Puerto Azul  ¡¡¡ Cuanto agradecimiento a mi querido Club!!!  Los momentos más felices de mi infancia fueron ahí, un fin de semana tras otro, un año tras otro, creciendo  en sus playas y piscinas.
Le debo dos o tres insolaciones a 40° C porque no había manera de sacarme de la piscina  “La culebra”; no me importaba lo intenso del sol, aun en las temporadas más fuertes del año. Salía solo para almorzar un perro caliente o hamburguesa, para no invertir mucho tiempo en esa “tarea obligada” de comer, cuando había taaanto por jugar y disfrutar. Me pasaba muchas horas, con una amiguita tan fanática como yo, tirando  piedritas  dentro de la piscina para salir de inmediato a buscarlas por debajo del agua. Jamás necesite anteojos para proteger los ojos del cloro, aun cuando me pasaba horas sumergida buceando  el fondo.
Luego aprendí a nadar mejor y me hundía en la piscina de “Los espejos”: Tres o cuatro metros de profundidad para que mi familia y otros curiosos nos vieran hacer muecas chistosas.
Unos años después, mi hermanita creció y le enseñe todos esos juegos que antes había aprendido. ¡¡¡Qué bien la pasábamos juntas!!! Además, la libertad: había mucha seguridad y podíamos recorrer todo el Club a solas sin tutela paterna (¡¡Yupiiiii!!). Caminar el malecón era tarea maravillosa cuando aumentó la conciencia de que hacer ejercicio ayudaba a la salud y a quemar calorías. De un lado veías el mar abierto; azul, profundo e imponente. Del otro lado, yates de muchos tipos, tamaños y niveles de lujo. Me hice amiga de los cangrejitos: largos ratos viéndolos caminar por aquellas grandes rocas, donde, sin saberlo, también meditaba con el romper de las olas majestuosas. En la noche: el cine, los espectáculos, el golfito y la comida rica, sin olvidar el bowling.
Mi mamá pasó muchos sustos por cuenta mía, porque cuando yo era adolescente, me pasaba largos ratos en la playa Oceánica, mas allá de donde rompen las olas, para disfrutar una y otra vez de ese suave levantamiento. Mami me gritaba desde la orilla para que regresara, y la verdad, no le hacía mucho caso.
Cuando  ya tenía 18 años, papá decidió vender la acción. El opinaba que ya íbamos menos y se empeñó en hacerlo. Las tres, mi mamá, mi hermana y yo, nos pusimos muy bravas con él. Solo logramos perdonarlo completamente, unos 14 años después, cuando yo de adulto y profesional, compre de nuevo otra acción con mis propios medios. Mi hermana me acompañó a esa subasta donde regateé y regateé, muy comprometida con lograr aquella acción. En ese momento, la alegría familiar, la ilusión por regresar a esas hectáreas  y aguas maravillosas, además de  los espectaculares recuerdos, nos embriagaban a los cuatro, incluido papá. Era el agradecimiento mínimo que yo le debía a mi bello Puerto Azul, después de proporcionarme los momentos más felices de mi niñez. Todavía hoy, medio siglo después, lo honro, lo quiero y le agradezco infinitamente: ¡Mil gracias por tanto, mi querido Puerto Azul! ¡Gracias!
Maigualida Boedo Paz

Sept 2017

3 comentarios:

  1. O sea Maigualida, que en esos paseos a Puerto Azul hubo mucho Boedo y poca Paz! Gracias por compartir tan bellos recuerdos.

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  2. O sea Maigualida, que en esos paseos a Puerto Azul hubo mucho Boedo y poca Paz! Gracias por compartir tan bellos recuerdos.

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  3. Invitanos Maigua! Y así sumamos recuerdo a Puerto Azul! 😉

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