viernes, 8 de junio de 2018

"misaéseis"

"Misaéseis"
Juan Pedro era margariteño, de La Asunción, y tenía 21 años cuando lo apodaron con el nombre de “misaéseis”. Resulta que era demasiado enamoradizo y una tarde de un domingo, frente a la  plaza, fumándose un cigarro, descubrió que las mujeres más hermosas del pueblo, asistían justo a la misa de las seis de la tarde. Para entonces, Juan Pedro ya había leído a Don Juan De Marco, y había adquirido muchas habilidades “enamorísticas” con las mujeres; o lo que es lo mismo, sabía cómo enamorarlas.
Se hacía llamar JuanPé, entre sus amigos. Le encantaba colocar sobre nombres a la gente, pero no le gustaba mucho que se los pusieran a él. Se vestía con un pantalón de kaki con camisa de cuadros con las mangas arremangadas hasta los codos; usaba zapatos sin trenzas, como para poder huir en un momento justo, y se dejaba la barba como de dos días. Tenía una maquinita que se lo cortaba a esa altura y siempre parecía que estaba de dos días sin afeitar. Era blanco y tenía los ojos color de la miel; todo un galán pues, un “mangazo” como llegó a decir Jacinta la del número 13, la que fue una de sus primeras víctimas.
Jacinta era una muchacha jovencita que apenas había cumplido los 18 años. No había tenido novio alguno y por supuesto era virgen. Se vestía como las muchachas del pueblo, con zapatos bajitos negros, falda de flores y una camisita negra. Tenía el pelo castaño, producto de la mezcla de las razas margariteña y portugués. Caminaba como una ave zancuda, paso a paso y observando a la gente cuando iba en camino a la misa de las seis de la tarde. Así como Jacinta veía, era vista por JuanPé, quién como un poco antes de las seis, se arrodilló en las escalinatas a esperarla pasar, y como quién se encuentra sorprendido y en un cruce de miradas, llegó a regalarle una sonrisa.
Jacinta le devolvió la sonrisa acompañada de unas mejillas sonrrojadas, por lo cual JuanPé supo que había pescado. Al salir de misa, él por supuesto estaba en su camino, y tras volver a sonreir, le dijo,
-Hola, me llamo Juan Pedro ¿y tú?. Vivo a tres cuadras de acá-
-Me llamo Jacinta y vivo al voltear la cuadra siguiente-, contestó
-¿Te puedo acompañar?-, -ya se hace tarde-, completó
-Claro mi mamá debe estar en la ventana esperándome.-
Si ya ella caminaba como una zancuda caminando sola, acompañada del galán, se tardaron mas del doble para caminar los 100 metros que los separaba de la iglesia a su casa. En ese trayecto, JuanPé, delineó lo que iba a ser su estrategia de guerra por los próximos 10 amores del pueblo. Primero habló de lo solo que se sentía, luego de la pérdida de su madre, seguido por la necesidad de estar acompañado y todo junto a la declaración maravillosa de la belleza que observaba y admiraba en ella. Así fue, durante tres domingos hasta que al cuarto domingo, llegó tarde a su casa, a las 9 en vez de las 7.
Le siguieron Carmen, Clara Julia, Adela Vicenta, Mariana del Valle, Rosa Margarita, Asunción Santa María, y otras. Pero siempre, sin recato alguno, les comentaba a sus amigotes lo que hacía, en la puerta de la Iglesia, antes de la misa de seis y por supuesto lo que hacía tiempo después. A este caballero que no le gustaban los apodos, recibió aquel que lo acompañaría por el resto del tiempo que vivió en La Asunción: er “miséseis”; el propio “hijo er diablo”
Solo bastaba un poco de tiempo para que las historias contadas por sus víctimas llegaran a los oídos del cura Don Fermín, un español bien jodido por dentro y por fuera, que gritaba y regañaba a los pecadores o pecadoras en plena confesión. La ventaja era que gritaba en catalán, idioma que solo entendía una sola señora del pueblo: Doña Pepita, la mamá de Asunción Santa María que era Catalana también y había ido a acompañar a su hija a que se confesara pues hacía varios días que no probaba bocado, y le dijo:
-Una buena confesión te va a aliviar y a abrir el apetito-,
Pero lo que logró abrir el cura Don Fermín fueron las orejas de Doña Pepa que entendió perfectamente con pelos y señales lo que el Cura Don Fermín le gritaba a la joven  que lloraba al contarle los detalles del encuentro con su amante. Se dice que los gritos de la señora fueron tan altos, que las campañas volvieron a redoblar, ya que por el paso de los años estaban tiesas. 
-“Hacían diez años que no sonaban”- , dijo tiempo después el cura
Al salir de la iglesia jalando por el brazo a su hija pecadora, gritaba; esta vez en español, todo lo que sentía y lo que sentía por JuanPé a quién conocía desde chiquito. La gente que oia los gritos de la mujer, los llegó a confundir con los vendedores de frutas y verduras que decían a través de un parlante gris y oxidado: -a 100 los plátanos-, o –llévese tres piñas y paga dos-. Pero resultó que no era eso, y cada madre en la boca de su vecina, logró descubrir lo que le pasaba a cada una de sus hijas desfloradas. Los gritos de todas las madres a la vez, llegaron a los oídos de Juan Pedro, quién decidió salir corriendo. Se dice que esa noche, todos los padres de las niñas asistieron a una reunión y que solo dejaron de ir los que tenían hijos varones, ya que no llegó a tanto. Esa noche salieron en su búsqueda.
Al regresar, los hombres del pueblo prendieron fuego a la casa del joven. Su padre viudo  había salido también. La mañana siguiente muy temprano, una dama vestida de negro, aquella que llamaban Jacinta cuando jovencita, logró rescatar de entre las cenizas, una carta doblada en cuatro. Se apresuró a desdoblarla y ver que tenía un escrito en puño y letra, y que al final estaba firmada con el nombre de Juan Pedro Rodriguez. Un suspiro sordo, le quebró la voz, seguido por las lágrimas que brotaron de sus  ojos, aquellos que una vez estuvieron llenos de aquel a quién había amado tanto. Abrazó la carta contra su corazón, hasta que sus ojos se secaron y pudo leer entonces, el contenido. La primera frase que tenía la carta decía: “A Jacinta, el único amor de mi vida, a quién hice daño y a quién no pude pedir perdón. Le doy mis bendiciones”
“Bendiciones.
No he podido dejar de pensarte. Llenaste mi existencia pero no tuve el valor de decirlo.  Si me llegas a perdonar, quiero que sepas que solo deseo bendiciones para ti.
Que la brisa de la mañana te de el aliento necesario para ver el atardecer
Que tu infinito amor te permita perdonar y comenzar de nuevo
Que en ese comienzo, tu vida sea dos veces mas plena que la que hubieras tenido antes
Que nunca te arrepientas de nada y que sigas escuchando a tu corazón, pues en lo años, se vuelve el mejor consejero
Que tengas alas para volar alto a donde quieras ir. Que tengas una larga vida, muchos hijos y nietos que llenen tu vida de gracia y amor continuado
Que brille tu luz siempre y que ayude a brillar a todos los que te rodeen para que seas un faro en la oscuridad
Para que nunca me olvides,  y me perdones

Juan Pedro Rodriguez”

Ese día, Jacinta dejó el pueblo. Dicen que la vieron con alas de mariposa, volando hacia el ocaso...

1 comentario: