domingo, 28 de febrero de 2021

¡¿Cursi, YO?!!

 

Siempre he querido cantar. Sin embargo desafino sin límites y soy objeto de burla cuando en familia me aventuro a entonar una canción.

Tengo sentido del humor, y puedo  pasar largos ratos de diversión con pequeñas cosas o grandes tonterias. Aún así,  muchas veces me descubro seria cuando otros están inmersos en carcajadas.

Me gusta actuar. Es de esas cosas que espontáneamente jugaba de niña. De esas cosas que trascendieron en mis deseos para formar parte de mi lista de pendientes para probar.

Y se presentó la oportunidad. Hace un año, en febrero de 2020 me inscribí en un taller de teatro para adultos. El disfrute no se hizo esperar. Cada lunes en la noche acudía al inicio de mi formación como actriz. En medio del trabajo corporal, la ubicación en el espacio y los ejercicios de ritmo, concatenación y sincronización en conjunto, empecé a probar e imaginar las complejidades y retos que este interés de toda la vida representaban. 

Apenas con 5 clases ¡Bum! Caemos en cuenta de que todos en el mundo estamos en pandemia. Nos atrincheramos en casa y el taller, obviamente, se suspende. 

A las dos semanas recibo el mensaje de que continuaremos las clases, obviamente, por Zoom. Claro, ya no sería taller de teatro, sino lectura e interpretación de textos teatrales. El director seleccionaría obras o fragmentos que estudiaríamos durante algunas sesiones, para luego cerrar con una lectura dramatizada.

Así transcurrieron varios meses y leímos, analizamos y practicamos variados textos. Hicimos lecturas dramatizadas invitando a algunos familiares y amigos. Practiqué con algunos textos de autores que conocía: García Lorca, Ionesco. Otros nuevos para mí, como Karin Valecillos, quien generosamente nos ha acompañado en los ensayos y lecturas de sus textos, otorgándonos el escaso privilegio de la interacción con el autor de la pieza en estudio. He disfrutado cada lectura, descubriendo en cada sesión nuevas aristas de cada personaje y la obra, unos días amándolos y otros odiándolos, otros reconociéndome en ellos y otros sin comprender. Y cada vez, este asunto que tanto me interesa, de leer e interpretar se ha ido convirtiendo en la anticipada pasión manisfestada desde niña.

Un día, en octubre, el director nos dice que la obra que vamos a estudiar la vamos a leer en febrero, al cumplir un año, y que se invitará al público general. Nos envían la obra, de Karin Valecillos.

Empieza mi diálogo interior:

Que bien, de nuevo Karin, veamos que tópico nos muestra con su libreto inteligente.

Título de la obra: “El Club de los Cursis”

¡¿Quéeeee?!! ¿Qué es eso?  ¿El club de los cursis? Noooo... eso no se parece a mí. Si hay algo que no soy es cursi. ¿Y voy a leer en público una obra que yo misma no iría a ver? Nooo.

¡Qué incomodidad!

¿Y qué hago ahora? Espera, lee la obra...

Leo la obra, y confirmo: no! A esta obra yo no iría jamás! Si la veo en cartelera, con un mohín la dejo pasar! Y ahora se supone que la voy a leer al público general!

¿Y entonces? Ya va, ya va... Tú no quieres actuar, ser actriz, pues? Los actores representan papeles que no se parecen a ellos, que no son ellos. Dále la oportunidad. Explora!

Silencio...

A ver, Carmen Lucía: si esto te está pasando, es porque algo vas a aprender. Entrégate, igual que las lecturas anteriores y explora, sin expectativas

Luego me entero que mi papel es el del más cursi de todos, a mi juicio, el gurú que ayuda a los demás a dejar de ser cursis, pero que representa él mismo la cursilería desbordada. ¡Noooooo!

Bueno, Carmen Lucía, aquí tienes un verdadero reto: representar algo que menosprecias. ¡Entrégate y aprende!

Y me entregué. Decidí explorar el tema y hasta lo propuse en mi otro club, el de escribidores, para el mes de febrero, el del amor y la amistad, que está cundido de cursilería.

Llegó el día de hacer las invitaciones, y aunque dudé un poco, mi motivación para enviarlas fue compartir mi experiencia, mostrar un trabajo que me apasiona y me hace sonreír (no cualquier sonrisa, la Ducherne) e invitar a dar una mirada diferente a temas y pasearnos por ellos y, por qué no? Cambiarles la etiqueta.

Amé leer dramáticamente a Arnaldo, el iluminado, amé a los otros personajes y su evolución a través de todos las lecturas y análisis preparatorios. Y amé el día de la lectura pública, y darme cuenta de que no solo les proporcionamos un rato divertido, sino que varios de los expectadores se declararon cursis.

Después de haber pasado por esta experiencia del club de cursis y los intercambios en el chat del club de escribidores, estoy pensando que la cursilería es el disfraz que le ponemos a la más intensa demostración de amor, porque esa expresión muchas veces nos hace sentir que nos pone totalmente a merced del otro. 

Ahora veo lo cursi con otra mirada. Y creo que cuando una persona otorga el calificativo cursi con la connotación que yo antes le daba, lo que siente es miedo a dejarse llevar por la expresión de amor que percibe.

Pensando no en mis actos de cursilería, que juzgo pocos, ¡obviamente! sino en los momentos en que secretamente he tenido sensaciones de cursilería, no solo evoco el amor romántico hacia una persona. También me doy cuenta de que me he desbordado de cursi, íntimamente, en el amor por mi esposo, mis hijos, mi familia, mis amigos, mi trabajo y, por supuesto, por el grupo de teatro. Por todo. Mi corazón es cursi, porque un corazón en amor pleno solo sabe de intensidad, no de adjetivos. 

Terminé la lectura cantando, sin miedo a nada, a voz en cuello en público, totalmente desentonada y desafinada. Por cierto, aprender a cantar bien es otra de las cosas que tengo en mi lista de pendientes. ¡A por ello!

Carmen Lucía Rojas

Febrero 2021


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