lunes, 2 de noviembre de 2015

Lo dulce o la historia de una canción

Lo dulce
(La historia de una canción, en Navidad)

Hace mucho tiempo, caminaba un niño por las areniscas carreteras de Belén. Él tenía un tamborcito que le había fabricado su abuelo con unos hierros de carretas y un cuero de una oveja que estando enferma, se sacrificó. Solía caminar arrastrando el polvo, lo golpeaba con sus piecitos humildes y a cada tanto, brincaba de entre los remolinos que causaba. Todo era árido, hacía tiempo que no llovía; de hecho, hacía tanto calor,  que el cuero del pequeño tambor se estiraba y sonaba un poco mejor.

Observó esa mañana temprano que mucha gente corría de un lado a otro, murmuraban, bailaban, sin saber que años más tarde se convertiría en sangre pintada en las paredes, como anunciando el final de la inocencia. Pero ese día no. Ese día era de paz. El niño se llamaba Ben, que significa hijo, en hebreo. Pero él se llamaba solo Ben , ya que no se sabía de quien era hijo. No tenía muchos amigos, solo su tambor y un pequeño zurrón donde guardaba pequeños objetos de gran valor como piedras, semillas, y hojas secas, mezcladas con el polvo del camino. Dentro del zurrón solía esconderse una pequeña abeja de quién había de aprendido el significado de la amistad. La abeja venía todos los días, y lo había hecho así, por mucho tiempo.

Ese día, caminó. Lo hizo sin rumbo fijo, no como siempre ya que en especial este, caminó más distraído que de costumbre. De vez en cuando reconocía unos zumbidos del zurrón y sabía que la abeja le hablaba, y él respondía. Respondía como cualquier cosa, como para que no se sintiera que no la tomaba en cuenta. En un momento de la marcha, se paró frente a un grupo de gente. Se arrimó a los primeros pies y se fue escabullendo entre ellos hasta llegar a los primeros y poder ver a una casa que tenía un brillo especial. Había un niñito en un pesebre y la gente lo admiraba. El ruido en el zurrón estaba más agitado de lo habitual por lo que lo abrió y dejó salí a la abeja, la que voló cerca del niño. Ben no se preocupaba por ella, sabía que era responsable y que no le iban a hacer daño. (Y mucho menos de ella al niño)

En ese momento se colocó de frente con su pequeño tambor y tocó. Con los años, han comentado algunos ángeles que sonó como fantástico; todos callaron y escucharon el sonido prodigioso, venido de la piel seca de la oveja, del metal y del zumbar de la abeja. Al terminar de tocar, el niño quedó en silencio. Los pastores todos quedaron en silencio, todo estaba como congelado. Solo los ojos del niño santo buscaban cual había sido el origen del sonido, hasta que lo encontró y el niño santo le sonrió. Ben supo que le había dado su mejor regalo y que el niño se lo había agradecido. La abeja de Ben regresó a su colmena y le contó al resto, sobre la canción que le tocaron al niño Dios. Las abejas todas, como continuación del canto, llevaron polen y libaron miel, hasta que esta comenzó a caer en cascadas por las calles empolvadas, por los ríos, por los aires. Hacía tanto calor que la miel se volvió espuma blanca, espuma dulce de la miel. Ese día, los habitantes todos, viendo las calles cubiertas de blanco, recordaron  la nieve que alguien alguna vez contó que existe, y a las historias de Noé con el maná del cielo.

Ese día lindo, hasta el niño Dios conoció lo dulce que puede ser un regalo que se da desde el corazón.

Alberto

(Les entrego la letra de la canción y ahora quizá le encuentren sentido…)
El pequeño tamborilero
Autor desconocido


El camino que lleva a Belén
baja hasta el valle que la nieve cubrió.
Los pastorcillos quieren ver a su Rey.
Le traen regalos en su humilde zurrón,
ropopopom, ropopopom.
Ha nacido en el portal de Belén
el Niño Dios

Yo quisiera poner a tus pies
algún presente que te agrade, Señor.
Mas Tú ya sabes que soy pobre también,
y no poseo más que un viejo tambor,
ropopopom, ropopopom.
En tu honor, frente al portal tocaré
con mi tambor.

El camino que lleva a Belén
lo voy marcando con mi viejo tambor:
nada mejor hay que te pueda ofrecer,
su ronco acento es un canto de amor,
ropopopom, poroponponpon.
Cuando Dios me vio tocando ante Él,
me sonrió.

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