sábado, 20 de enero de 2018


       EL GUAYABO

Asistía a un seminario sobre perspectivas económicas, en el Hotel Meliá Caracas hace algunos años.   Ya estaba sentado en mi mesa a la hora del almuerzo, cuando observo a lo lejos una mujer atractiva haciendo la cola para el bufé. Ella levanta su mano y pareciera saludarme. Como no la identifico, bajo la mirada y continúo almorzando. Vuelvo a verla y nuevamente me saluda. Disimuladamente volteo para ver si es a otra persona a quien se está dirigiendo, no consigo a nadie, concluyó que es conmigo y le respondo el saludo tímidamente. Enseguida noto que a su lado está Marisol, una amiga de Valencia, a quien sí reconozco y que pareciera acompañarla.

Luego del almuerzo, aprovechando que Marisol estaba sola, me le acerco y le pregunto por esa mujer  que anda con ella. Con entusiasmo me responde: ¡Pero si tú la conoces! ¡Es Claudia!  Ha debido notar mi cara de asombro al no poder reconocer a la mamá de un compañero de mi hijo  en el colegio. Entonces se me acerca  y en voz baja, casi al oído, me dice: “Lo qué pasa es que se está divorciando, anda toda despechada y me la traje al seminario para que cambiara de ambiente"
Le digo - No solo está cambiando de ambiente, también de fisionomía, con esa cabellera ahora rubia y la inyección de botox  ¡está irreconocible!  Marisol se ríe y me dice: "tú sabes cómo son las mujeres cuando tienen un "guayabo", quieren cambiar de "look" y hacer lo que siempre habían querido hacer, pero no hacían".

Me pareció simpático lo del "guayabo", término que tenía tiempo que no escuchaba. En otras latitudes, en Colombia, Ecuador y hasta en algunas regiones de Venezuela, "guayabo" se refiere a la resaca, ese malestar que se siente luego del consumo excesivo de alcohol.  En España se solía llamar "guayabo" a una mujer bella o guapa, y en México, quizás relacionado con lo anterior,  "montarse en un guayabo" es sostener relaciones sexuales. Pero a lo que se refería Marisol lo entendí desde un principio cuando hablaba del guayabo de Claudia, es al mal de amores, al natural y común despecho, uno de esos momentos cuando un cúmulo de emociones se entrecruzan y la persona se siente verdaderamente abatida.

Por muy bien que Google explique los síntomas del guayabo, nunca  lo hará entender mejor que cuando se experimenta en carne propia. Tristeza, palpitaciones, un profundo vacío que ni siquiera se sabe exactamente donde está ubicado ni de dónde proviene, si del corazón o del estomago. Lo padece por igual, tanto el hombre como la mujer y no lo cura la aspirina, ni el magnesio que está tan de moda, ni siquiera la sábila que dicen cura todo y dudo que un seminario de economía pueda ayudar.  Aquel frondoso árbol  se ha marchitado, la savia del amor dejó de circular por sus ramas y ya no se siente el agradable aroma de su fruto.

Algunos especialistas recomiendan llevarlo como un duelo, con sus etapas de negación, rabia, negociación, tristeza, aceptación y asimilación. El guayabo no debería durar toda la vida, el tiempo ira borrando sus síntomas y secuelas. Si sus raíces son robustas y profundas lograran absorber la savia del amor verdadero, el único elixir capaz de recuperarlo. Fortalezas como  autocontrol, inteligencia emociona, la Fe y la capacidad de perdonar compactarán el terreno, donde podrá el guayabo anclar fuertemente sus raíces. Así sus ramas recuperaran su frondosidad y de nuevo la fragancia de sus guayabas impregnarán el aire, y la brisa, como aromática mensajera, tentará a más de uno, mexicanos y de todas las nacionalidades, a montarse en el guayabo.

No volví a ver a Claudia y desconozco su paradero. A Marisol la conseguí muchos años después, y cuando la encontré, se había divorciado, ya estaba comprometida con un italiano, parecía muy feliz y casi lista para emigrar a Europa.  ¿Se aplicaría ella misma los consejos que le dio a Claudia para superar su guayabo? No lo sé, ni se lo pregunté, pero muchas veces, "en casa de herrero, asador de palo e'guayabo".

Lionel Álvarez Ibarra
Enero 2018


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