sábado, 26 de septiembre de 2020

6 meses comigo mismo/ Alberto Lindner

6 meses conmigo mismo

Luego de 6 meses viviendo en mi casa encerrado, y con 28 años viviendo acá, me doy cuenta de que vivo en una casa nueva. Los años que han pasado fueron de trabajo intenso; salía antes del amanecer y regresaba ya en la tarde noche. Cuando salía, la vida externa no había comenzado y cuando regresaba, ya había concluido. Mi vida interna estaba resuelta con una señora que limpiaba y plachaba.

En estos seis meses he descubierto cosas a lo interno y a lo externo de mi casa. A lo interno, sobre el transcurso de las horas, de los ruidos  cuando la madera cruje cuando le pega el sol y  cruje cuando se enfría. Los ruidos de las tuberías y más aún, las luces y las sombras que se reflejan por la entrada del sol a través de las ventanas. Ya sé exactamente el reflejo de la luz en la pared del estudio, en marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto y septiembre. Casi que pudiera dibujarlo en las paredes con un lápiz y deducir, como lo hicieran los antiguos, que el sol se mueve en el tiempo, así sea en forma relativa.

Todo cambia. Mi cocina no tiene ventanas. Así que lo externo afecta a lo interno. En seis meses no he traído técnicos a la casa para evitar el contagio, por lo que se han dañado cosas ya sea por falta de uso, por exceso o por uso natural. Todo requiere ser revisado o ajustado. Muchas veces sustituido. El piso se llena de polvo y debo barrer; pero resulta que desde hace más de seis meses no tenemos agua corriente, sino de “a poquito” una o dos veces al día. Los muebles se gastan. La silla de oficina se gasta y se le han roto las ruedas en los últimos meses. La última vez se rompió la delantera y me agarré del escritorio. Otra historia hubiera sido con la rueda trasera.

Los baños requieren atención, al igual que un cuarto de trastos viejos que tengo desde que una rotura de tubería levantó el piso.  Me doy cuenta de que debo hacerme cargo, pero lo postergo. He planeado dedicarle una hora al día para ordenar lo que no uso para regalar o botar, pero voy lento. La bibloteca, que es el fondo de mi cámara cam, si fue arreglada un poco como telón de fondo de algo que estoy por ser, pero no aún del todo. “Under constrution” suelen decir en la web

Con respecto a mi casa externa, he tenido que convivir con elementos que quizá había reconocido en las veces anteriores que me tocó el encierro. La falta de luz de tres días o las agitaciones de calle en el 2017, cuando estuvimos encerrados por 72 horas. Tengo un kiosko en la acera de enfrente. Muchos conviven y hacen negocios allí. “El kiosko verde, el mas caro de Caracas”, dicen. Hablan gritando y cuando los demás no escuchan al líder, sube el volumen, hasta que algo pasa y rompen en carcajadas; así como una letanía, de 8 a 6. El domingo descansamos de ellos.  La falta de gasolina también ha ocasionado largas colas. Tengo una estación de servicio como a cuatro kilómetros y la cola de los carros ya llegan a mi ventana. Mi casa queda en subida. Hace 30 y tantos años había neblina, silencio y pocos carros. Ahora en el negocio del agua, suben camiones de cisterna cargados, cada cinco minutos; son diesel y sus motores son muy ruidosos (y mi cocina no tiene ventana, ¿se acuerdan?). Son muchas cosas externas que voy descubriendo y de cómo me siento con ellas y las asumo. La peor es que mi casa es un túnel de edificios. Es como una calle (caja) de resonancia. Hay al menos entre los vecinos, dos motos Harley Davinson, un Camaro nuevo, y un carro de carrera. Y suben o bajan a discreción y a cualquier hora para probar sus resonadores. He aprendido a taparme los oídos sin que me moleste ya; ya los anticipo. He aporendido sus ciclos de derrape sociológico. Y no les he contado aun, de mis vecinos, sus costumbres  e intervenciones en mi vida privada. También que mi casa es lindero de un ascensor que hace ruido y lindero del ducto de basura. Así me he enterado que nos les importa la hora para botar cosas, botellas, frascos o cajas. Las que vienen del piso 7 son las peores. Si alguna vez me mudo de acá, (lo que deseo con el corazón), haré un “cheking list” entre los que debo poner, “No vivirás encima de la sala de bombas ni  del tanque del edificio”

Nos hemos acostumbrado, perdón, me he acostumbrado a algunas cosas. Es eso o hacerlo cuerpo…. En pandemia es poco lo que podemos quejarnos, sin embargo ejerzo mis derechos con regularidad.

A veces me canso, me agoto y lo siento. Mi cuerpo reacciona y lo descubro. Y entonces, un día, descubro que todo esto es una metáfora de mi mismo. A la interno y con respecto a lo externo. Son cosas que nos pasan y de cómo nos hacemos cargo. En estos seis meses ya debí haber visitado al urólogo, al cardiólogo, al gastroenterólogo, al dermatólogo, al odontólogo y al oftalmólogo; cosas de haber pasado los 60s. Son como pecados no confesos, que debo atender. El cuerpo da señales, vive en el presente y no espera por que pase la pandemia. Este punto me asombra y me estremece.

Comprendo ahora las diferencias entre emociones y sentimientos; entiendo cómo se vuelve cuerpo cuando no las atiendes. He encontrado un significado al amor, sobre todo en la bidireccionalidad del amar y ser amado. Cuando nos damos permiso en la segunda, las cosas cambian. He aplicado el poder de la palabra para transitar lo que nos pasa y salir fortalecido por medio de afirmaciones, declaraciones y juicios poderosos.

Yo pensaba que para manejar los muchos miedos derivados de mi niño convertido en protector, lo podía hacer desde el desarrollo de la fortaleza de la valentía. Y en eso es que estaba, pero ahora que veo que el amor y el miedo están en el mismo continuo y son complementarios, es que el trabajo al miedo  desde el amor. La confianza que a veces suele ser un juicio o una emoción, aparece cuando reconocemos nuestros miedos.

Antes, y toda mi vida, dormía con una luz de vigilia. Ya apago todas las luces de la casa. Oscuridad total. Sigo avanzando. El nuevo test VIA hecho en pandemia, y los arquetipos de Jung, muestran consistencias observables (Como dicen mis amigos psicólogos)

En estos seis meses he descubierto que mi casa es un espejo de mi mismo y me cuenta lo que debo hacer: la hoja de ruta, del hacerme cargo. Me dice que para llegar al alma, el camino es el cuerpo.  ¡Qué difícil es cruzar el espejo! Al menos, ya lo abrazo.

AL

Reflexiones del ser:

No lo sabemos, no lo conocemos completamente

Es como un acertijo

Vamos uniendo piezas

Nos asombramos con cada pieza

No sabemos desde dónde vamos a descubrir algo que nos lo muestre

Tenemos una vida para hacerlo, el camino es lo que importa

Todo es un gran juego, un tablero, un acertijo, un rompecabezas

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