domingo, 12 de diciembre de 2021

El Sagrado Corazón de Jesús

Dar y recibir. El Sagrado Corazón de Jesús

A veces, uno suele no escuchar a su voz interior. No sé cómo llamarla porque suele aparecer como un saboteador, y en otras ocasiones, como un sabio. En mi época de estudios, y de cuando practicaba bioenergética, análisis transaccional, le decían a esa voz,  “el pequeño profesor”. Resulta que a veces nos pasan cosas que se repiten y aunque esa voz alerta acerca de los riesgos, no le hacemos caso. Eso también pasa con el cuerpo cuando se resiente y avisa, pero nos hacemos cargo cuando hay que hacerse cargo.

Igual pasó con mis llaves. Durante muchos años he llevado las llaves de la casa en el cinto de la correa, con una suerte de ganchito. Hoy no puedo decir a que se debe ese hábito. Ahora me parece un absurdo; <las llaves de la casa colgando hacia afuera de la hebilla del pantalón>. Y no es solo eso, sino que en tantos años, como 10, tuve varios eventos desagradables. El primero trabajando en Guarenas, aparecieron. Luego, el segundo, las dejé pegadas en la reja de la casa de mis padres, aparecieron, la tercera cuando se partió la delgada tela del pantalón marrón (mi preferido), saliendo del carro, apenas hace tres meses,  y esta última que les voy a narrar.

Esas llaves cuentan historias, se parecen a nuestra vida y a sus apegos. Vamos acumulando llaves hasta llegar a tener tantas que no sabemos para qué sirven, ni la mitad de ellas. Era domingo, como a las 2 de la tarde, salí de casa y me colgué las llaves  del cinto. Llegué al supermercado, hice las compras hasta que en algún momento hice la reacción de costumbre para saber si las llaves aun colgaban. ¡Y esta vez, no!. Nuevamente apareció esa sensación desagradable de entre pánico, rabia, susto, y ansiedad. Un coctel desagradable. Mi mente hizo lo de siempre, recorrió lo que hice desde que cerré la reja, me colgué las llaves y caminé. –“Se me cayeron acá”, pensé,  y pregunté en el supermercado, barrí debajo de los estantes, pregunté a los clientes, a los vigilantes; luego salí y subí la calle, y nada. Había llegado el día en lo que esa voz me alertaba siempre Sin embargo me dije:. –“Van a aparecer”

Un caos, no solo estaban mis llaves, sino las de la reja del edificio. Recordé un resbalón por causa de una piedra, bajando la calle que se fue por el desagüe y me pregunté, ¿Serían mis llaves?. Y creo que tuve la seguridad que eso pasó y así lo informé al presidente del condominio. Se me cayeron y las pateé. ¡No había otra explicación! Es raro que en tantos años nadie haya reportado pérdida o robo de llaves; a lo mejor eligen callar.

Ya en casa, recordé como me han aparecido las cosas que he perdido. Me lo recomendó mi amiga Janett de cuando yo estudiaba arquitectura y ella ingeniería. –“Pídele al Sagrado Corazón de Jesús que aparezca lo perdido, el siempre ayuda”, me dijo. Esa noche lo busqué en Internet y se lo pedí de corazón a corazón. También decía que San Antonio era bueno encontrando las cosas perdidas, así como hace con los grandes amores, quizá por eso me acordé de ella ese día.

El  mismo domingo busque un juego de llaves que dejé en la casa de mi familia, y pude entrar a casa. El lunes las copié, completé un juego nuevo y de 30 llaves bajó a 8. –“Esto es una gran enseñanza”, me dije como para equilibrar el desconsuelo. Ya no era un llavero de colgar sino de colocarlas en el bolsillo. Así había resuelto al menos, la mitad del problema: la necesidad.

El martes ya lo daba por hecho, no era justo que le exigiera al Sagrado Corazón que me ayudara en tan difícil tarea. A las 3 pm del martes, sonó la puerta de mi casa; era el portero, y me preguntó: -“¿Usted perdió sus llaves el domingo?” y una maravillosa sensación de esperanza recorrió mi pecho. –“Si, yo le dije al presidente del condominio que creía se me cayeron en un desagüe”. El portero continuó: -“Alguien encontró una llaves y se las dio a un vigilante de un edificio. El vigilante acaba de subir a pie y yo estaba en la puerta y me preguntó si sabía de alguien de este edificio que había perdido unas llaves. Se llama Santiago, está en el Conjunto Casa de Campo, suba de una vez”, exigió. Y terminó diciendo: -“No sé porque se me ocurrió que pudiera ser usted”

Agarré mis nuevas llaves, mi esperanza,  y subí, casi corriendo, con el Sagrado Corazón de Jesús en una mano y la fe, en la otra. Santiago fue amable, me mostró las llaves y reconocí de inmediato el brillo de la luz tostada del sol del atardecer, en ellas, del rayo de la esperanza, del agradecimiento profundo. Lo que puede darle no se compara con lo que recibí; era lo que tenía. Recuerdo que en un gesto de humildad, me arrodillé y agradecí ante Dios.

Hoy, a un mes del evento, recorro mentalmente los dos días en que esas llaves hicieron su travesía hasta llegar al origen, nuevamente. Hoy soy agradecido. Creo mucho en la esperanza y aun más en la Fé. Hoy entiendo acerca de las fortalezas que me acompañan, y de aquellas cosas que aun no podemos explicar con palabras, y que hemos compilado en lo que llamamos “espiritualidad”. El camino al propósito de vida es largo, pero es maravilloso. Hoy agradezco nuevamente al Sagrado Corazón de Jesús.

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