sábado, 3 de febrero de 2024

El tren, el escualo y el reloj. Alberto Lindner

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El tren, el escualo y el reloj

Un niño vivía al lado de la estación del tren, en una casa amarilla con un jardín lateral que los separaba. Sabía que iba a llegar un tren porque veía desde el árbol, en el casi habitaba, la llegada del relojero, el Sr. Eau. Raro nombre tenía pero un día contó que así se escribía agua en francés, pero se pronunciaba “ O “. Le gustaba que lo llamaran O. Pero si es cosa de nombres raros, el niño del árbol se llamaba Fulgencio. Años después, ya un poco más grande, pudo demostrar  que era verdad que no había tenido infancia.(Aunque nunca es tarde para tenerla)

En sus conversaciones con el Sr. O, cuando abrían la estación del tren solía contarle cosas que escuchaba o leía aunque solo tenía 5 años entonces. Había aprendido a leer corrido, en silencio. Se robaba los libros prohibidos de la biblioteca de su mamá y luego los volvía a colocar sin que nadie diera parte de su ausencia temporal.

Era un día caloroso y el Sr O ya sabía que venía un tren. Era un pueblo raro, pues vivía de la estación, pero rara vez el tren se detenía. El pueblo tendría como tres cuadras de ancho por seis de largo. Tenía árboles de frutas, plazas, veredas y hasta un lago con patos. Cada tres minutos pasaba de largo un tren. Era divertido sentarse a esperar y verlos pasar. Me acostumbramos a contarnos historias de solo tres minutos.

-Esperamos trenes hoy, señor O?

-Si claro, hoy está contemplado dos viajes en simultáneo en las dos vías que traviesa el pueblo. Hoy tendré trabajo fuerte porque debo evitar que se encuentren. Además, toca mantenimiento de rieles y vagones.

-Y yo ayudaba, me encanta ayudar-pensé

La estación del tren era como una casa con una torre, tenía dos árboles en la fachada. Se abría con un portón de madera gris, ya mareada por el sol y el tiempo. Se entraba de lado a la casa, porque los rieles estaban en la parte de atrás, justo en frente del árbol donde el niño se la pasaba el mayor del tiempo. Lo que más le llamaba la atención era el viejo reloj de la torre y el dibujo del escualo que tenía en la sala de llegada, aunque él Sr. O prefería llamarlo “el andén”. Ese día realmente fue ajetreado pero cada tres minutos, podíamos hablar.

-¿Qué le gusta de los tiburones, Sr. O?

--Mi familia vino de Francia, de un sitio frente al mar. Solía haber escualos y nosotros nadábamos con ellos. ¿A ti te gustan los tiburones?-me preguntó

-Me gusta verlo en la foto, me gusta la independencia, pero no quisiera ser comido por uno-le contesté- me da como temor. Bueno, la verdad que los hipopótamos también

Uno de los vagones que iban y venía tenía un tiburón en la parte lateral y así lo había podido ver desde el árbol. Ese día solo se paró el tren justo antes de cerrar. Era un poco incierto para Fulgencio cuando volvería a estar operativo.

Extraña amistad entre un niño de 5 años y el Sr. O que rondaba los 80. La gente del pueblo lo veía como una persona oscura, callada, severa, pero Fulgencio tenía otra percepción del personaje.

-¿Por qué la gente del pueblo no lo quiere?-le preguntó al día siguiente que también se esperaban trenes- he escuchado que hablan cosas de usted

-Si claro. Es que tengo mucho tiempo haciendo esto y la gente se acostumbra a uno y no podemos cambiar. Hoy por ejemplo me toca limpiar el reloj.

Los dos amigos subieron a la torre y vieron el pueblo por la ventanilla. El tomó con dos manos al viejo reloj y lo colocó sobre la mesa. Todo el tiempo que estuvo, lo dedicó a ver el extraño aparato. Era pequeño, y la verdad el niño se preguntaba como hacían para ver la hora.

- Yo creo que hacían como que la veían-pensó en voz alta.

Era de cuerda, era amarillo y dorado. Tenía el cuerpo redondo y los grandes números ocupaban casi todo el espacio. Debajo de él tenía una estructura con tres esferas doradas que giraban para un lado hasta que se cansaba y se devolvía hacia el otro sentido. Comentaron que parecía como las olas del mar que van y vienen. Y se reían de la ocurrencia. Lo que pasaba es que cuando giraba, las esferas en su giro, reflejaban la luz del sol en pequeños hilos de luz. Lo protegía una concha de cristal absolutamente transparente y lograba que los ases de luz giraran también de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda.

-Es una responsabilidad este reloj. Si se para puede ocasionar problemas con los trenes. Sobre todo el tren del tiburón que se guía por los reflejos-explicó- El que posea el reloj debe ser responsable de la llegada de los trenes.

-Pero si siempre llegan y se van vacíos

-Exacto, ese es el secreto de mi trabajo

Años después, habría de comprender cuál era ese trabajo. A los 5 años casi no recordamos las cosas.  Pero resulta que ya grande, se recuerda de cuando le quitaron las ruedas de atrás de la bicicleta, la foto del viejo tiburón en la estación, de las canoas que bajaban por el jardín hasta llegar al andén del tren, los cuentos de la familia francesa, pura magia blanca.

Un día ya no abrió más la estación. No se sabe qué pasó con los trenes, pero igual bajé del árbol y fui a preguntar por el Sr. O.

-¿no viene hoy el Sr. O?

-No viene más. Pero te dejó un paquete.

Y recibió de las manos de su esposa,  una caja marrón sellada con cinta verde. Al abrirla,  salieron hilos de luz. Era el viejo reloj de cuerda con la tapa de cristal que estaba en la torre mágica.

-¿Por qué yo debo tenerla?, ¿Qué va a pasar con los trenes, con los tiburones, con la ilusión de los vecinos?-me pregunté

Cuando el niño ya grande, se fue del pueblo, se llevó el reloj. Hoy, lo ha vuelto a ver. Son las 8 y 21 de algún día, de cualquier año.

-Gracias señor O, mi primer amigo

 

Nota:

-Hoy, estoy viendo el partido de la final con los Tiburones de la Guaira. El reloj indica que es hora de ganar. El tren del tiburón está llegando a la estación. El Sr. O estaría contento. Si me preguntas, ¿Por qué soy de los Tiburones de la Guaira?, esta es la historia…

 

             

 

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