Autor: Martín A. Fernández Ch.
Fecha:
06/02/2024
En ese apartamento, a los 3 años, sintió el terremoto de 1967, aunque se
enteró de eso cuando empezó a tener conciencia, porque su vago recuerdo era un
movimiento de exagerado de vaivén de la ventana principal. Su inocencia no le
permitió tener miedo, pero también recuerdó, estando en los brazos de su madre,
ver a su papá asustado llegando por las escaleras.
En ese lugar aparecieron sus tres hermanos, dos muy seguidos a su edad, de
los cuales no tuvo conciencia de sus nacimientos, y el menor alumbró cuando él tenía
10 años. La sala - estar se convivió en una cancha para jugar al futbol, ver
televisión en blanco y negro, la cena navideña, las discusiones
fundamentalistas sin sentido, el lugar de hacer las tareas y estudiar, los
festejos de cumpleaños y hasta las riñas a puñetazo, puesto que eran 4 machos
alfa, y que terminaban con la intervención del correazo y el castigo de
ponerlos de rodillas contra la pared, uno al lado del otro.
Por cierto, muchas veces se rompieron figuras de porcelana, que las arreglaban pegando los brazos, piernas o cabezas, con algo mágico que fue la pega EGA. También, en el cuarto, que ahora le llaman habitación, jugaban brincando en las camas o a piratas de alta mar, que se prestaban muy bien porque era de resortes. Una vez, a los papás se les ocurrió comprar camas tipo literas, hasta que el tercero, soñando seguramente a ser aviador, se calló pegando la cara contra el piso, al día siguiente serrucharon las camas para convertirlas en un solo nivel. El apartamento era tan grande que les permitía jugar al escondite, hasta se valía esconderse detrás de las grandes cortinas de la ventana.
Había un cuarto que lo llamaban “el cuarto viejo”, el cual era terrorífico
porque siempre estaba oscuro, lleno de trastes viejos o no tan viejos, al que solo
se entraba si era estrictamente necesario. También, había un lavadero, cerca de
la cocina, que tenía una especie de maletero lleno de todo aquello que ya no se
usaba, como la cuna, los adornos de navidad y otras cosas que no se decidían
que fuesen escombros. Al lado de este lugar había un baño, que le decían
“viejo”, para distinguirlo del otro que sí era de uso recurrente. Como en el
nivel de planta baja del edificio había un almacén de víveres y alimentos,
aparecían en el apartamento cantidades exageradas de cucarachas y ratas de
todos los tamaños, a lo que venía bien tener animales en casa, como gatos o
perros. En ese ambiente se criaron Martín y sus hermanos, por eso es que saben
de bichos y de roedores.
A su mamá le decían Mamaíta, no solo sus hijos, también su papá (a quien le
decían Papaíto) y la gente muy cercana a la familia. Ella les ponía mano fuerte
a sus cuatro hijos varones. Les hacía cocinar, barrer, pasar coleto, en fin,
limpiar toda la casa, porque en realidad era un apartamento grande.
Un día, cerca de navidad, Mamaíta salió y los dejó solo en casa. Eran aún niños
o, como dicen ahora, pre-adolescentes y se pusieron creativos a jugar futbol en
la sala. Se animaron tanto que hasta las cortinas de la ventana se movían al
ritmo de las tensiones del juego. Ella vio desde la calle esa alegría. Los
sorprendió cuando entró al apartamento y los castigó duramente. Ese día les
dijo que ella era el Niño Jesús, pero ellos ya lo sabían, y que no iban a tener
regalos, lo cual no ocurrió puesto que Papaíto intervino para suavizar la
sanción.
Allí, Martín permaneció hasta tener más de 30 años, es decir, cuando se había
convertido en un niño grande. Luego se mudaron a Carmen de Uria, casi llegando
a Naiguatá, solo por 3 años porque entonces ocurrió el deslave de Vargas en
Diciembre de 1999, pero eso es otra historia.
FIN
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