Una historia interminable
Alberto tiene
una tarea difícil hoy. Entre todas las cosas que hace, necesita escribir un
cuento que explique de forma clara, que es lo que ha podido aprender de los
niños. Pero, ¿aprender qué? Si todavía somos una parte de niños. Ese niño,
¿nunca termina de crecer? O, ¿crece se vuelve el Yo, y aparece otro niño?, o
todas de ellas. Es el misterio maravilloso de la vida.
Hace poco leí
que nunca es tarde para tener una infancia feliz. Y no se trata solo de un
darse cuenta y que de repente pase y le damos “check”. Se trata de un continuum en la vida y es, lo que al final, he decidido
escribir.
Cuando era
chico, hace más de 55 años, solía ser el capitán del equipo de niños de la
familia. Era el niño grande, el líder. Como soy el menor de mis hermanos,
estuve más cerca de los hijos de los mayores, que de ellos. Los dos primeros de
mi hermana mayor pasaban largas temporadas en mi casa. Me encantaba jugar con
ellos e inventar mundos mágicos. La antigua casa de mis padres, tenía techos
altos y los cuartos tenían puertas grandes y pesadas de madera. Los closets
entonces eran portales del tiempo, los niños, (yo también), eran los viajeros
del tiempo, las aventuras las creaba al instante, siempre habían peligros y
retos, que resolvíamos juntos. Hoy, lo recuerdan. Como dice la poeta, “no
olvidamos lo que nos hizo sentir”
Luego fui
titiretero de profesión, a los 17. Visitamos numerosos colegios de Caracas y nos
contrataban en cantidad. Mi sobrina creció y se hizo psicólogo, mi hermana,
educadora y sus tesis de grado fueron a través de la mirada y enseñanza de un
muñeco de tela, cuyos sentimientos se expresaban libremente en la mano y voz de
quién los interpretaba. Aprendí a gestionar el mostrarme a otros, sin miedo y
sin pena.
Mis otros
hemanos, tuvieron hijos, que son mis sobrinos, ahijados y con ellos tres,
hicimos un club de fines de semana. No hubo teatro infantil, carrera en
parques, juegos, viaje, que no hicimos. Parque del Este, Planetario, Jardín
Botánico y hasta vimos tres veces la obra de teatro del “Libro de la Selva”. Si
hay algo que profundizó en la creatividad y la curiosidad como fortalezas, es
eso.
Luego, ellos
comenzaron a tener hijos y desde el abuelazgo y en la llegada de la pandemia,
logramos conectarnos a través del dibujo. Son magníficos, queridos y jugamos,
dibujamos, comemos helado, viajamos, aventureamos. Nos queremos.
Todo se trata
de ser libre, con un niño libre interior. Cuando era joven, algún estudioso que
le pone nombre a todo, los distinguió en niños rebeldes, sumisos y libres. Yo
creo que he sido de todo eso, pero al final, quedan emociones que nos inspiran
y nos ayudan a continuar el camino hasta que sea. Ya llegó la camana nueva, los
sobrinos biznietos, pero esa es otra historia.
Hoy,
siguiendo la ruta del amor, enseño a jóvenes en su llegada a la universidad.
Son mitad niños y yo, mitad adulto, así que es una tormenta perfecta. He
logrado que aprendamos juntos, y en mis clases, si me conocen ustedes bien,
pueden reconocer a los portales del tiempo, a los teatros de títeres, a las
obras de teatro, a los dibujos internos, al niño libre que baila con el oso
barrigón, a las estrellas en su infinitud y por sobre todo, al respeto a cada
quién. Algunos, cuando se despiden, me dan un abrazo.
Alberto
Lindner. Caracas 23 de marzo de 2024.
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