martes, 20 de marzo de 2018

BOLAS CRIOLLAS Y EL MINGO


Cuando niño, tendría unos nueve años, se mudaron cerca de mi casa, una familia que venía de Bejuma.  En el camión de la mudanza, entre enseres y peroles, venía  un pesado bolso. Después nos enteramos que allí traían encerrada toda una tradición de su pueblo natal. Los muchachos de la cuadra nos hicimos rápidamente amigos de Albert y José -los hijos de los nuevos vecinos- y a los pocos días estábamos llevando a rastras el misterioso saco hasta un terreno baldío que estaba en la esquina. Soltamos el morral al suelo y de allí salieron desparramadas bolas verdes y rojas.  ¡Falta el mingo! - gritó Albert- Era una bola más pequeña, blanca y sucia que hubo que sacarla del fóndo, en donde se había quedado atascada. Fue mi primer encuentro con el juego de bolas criollas.

Llamó mi atención que las bolas traían troquelado  "Made in Italy". A ese detalle no lo presté más atención hasta que un día me enteré de que en Italia practican un juego llamado "Bocce" y se pronuncia "botche", tal cual como el "boche " criollo.  Si bien el juego de bolas -o bolos- ha existido en muchos lugares desde tiempos ancestrales, ese detalle del "Bocce" hizo que me inclinara hacia los que piensan que nuestro criollo juego tiene su origen en la península itálica. Con la expansión del imperio, pasó  a otros países de Europa, incluyendo España, desde donde llega a América.

En Inglaterra hay un juego parecido pero diferente. Tuve la oportunidad de presenciar algunos encuentros, se practica sobre un césped muy bien cortado, al mingo se le llama "jack ball", los jugadores van vestidos pulcramente y tanto participantes como público mantienen un comportamiento serio y distinguido, muy a lo "británico". En Venezuela es lo contrario, un juego de bolas criollas es casi sinónimo de algarabía, se aceptan gritos y ¡hasta groserías!

Algunos de sus términos se han incorporado metafóricamente al habla corriente. Se escuchan expresiones como: “Es tiempo de que arrimes una pal’mingo”, “¡ Vas a perder ese boche!” o ""Ese tipo es más pesado que collar de bolas criollas". Recuerdo que en la empresa en donde trabajaba, había un empleado del almacén que cuando se acercaba a las oficinas de mercadeo, llegaba con mucho alboroto, saludaba desde lejos en alta voz a todos los presentes. En una oportunidad alguien comentó que pareciera estar llegando a un patio de bolas criollas. Desde ese momento lo comenzaron a llamar “patio e’bolas”.
Este deporte se practica generalmente "empinando el codo", el otro pasatiempo nacional del cual le es difícil separarse. El los torneos organizados tienen árbitros, pero en los juegos informales se cuenta con la presencia del "chasero". Éstos son personajes ya populares en las canchas y que a "pepa de ojo" puede indicar que bola está ganando. Pero si todavía el perdedor guarda sus dudas, el chasero puede hacer uso de sus implementos: dos pequeñas ramitas rectas que sujeta en paralelo y que alarga o recorta para obtener la distancia exacta entre la barriga del mingo y la barriga de las bolas en disputa, a partir de esas mediciones da el veredicto.

En nuestras vidas encontramos pasajes parecidos a un juego de bolas criollas.  Nos fijamos metas, ellas son nuestro "mingo", al que tenemos que acercarnos lo más que podamos. También se nos presentan momentos en que tenemos que tomar decisiones, que es más conveniente ¿bochar o arrimar? y como todo en la vida, tiene su riesgo y sus consecuencias. He visto jugadores, que al querer bochar, fallan y golpean la bola de su compañero, o lo que puede ser peor, le dan al mingo y cambian todo la geometría del juego.

Podemos estar muy cerca de nuestra meta, en términos de bolas criollas diríamos a “pata  e'mingo”, disfrutamos y celebramos ese momento, pero la vida nos envía señales que no debemos obviar. Cuando ignoramos esas señales de advertencia, una y otra vez, nos puede llegar el “boche clavao” que nos pone en otro lugar  y hay que  comenzar de nuevo.

Lionel Álvarez Ibarra
Marzo 2018

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