jueves, 27 de mayo de 2021

La Buena Vida (buena vibra)

La buena vibra…(Vida)

Existe una sabia conseja que nos indica que las cosas buenas de la vida nos hacen daño, engordan o son pecados. Claro, esto para los que somos de la cultura judeo cristiana y occidental. Pareciera entonces, que cuando vemos por la calle a un gordito en bastón y con mirada pérfida, debamos decir: “Ahí va un hombre que ha tenido una buena vida”.  Las cosas hacen daño cuando atentan contra nuestra propia integridad ya sea desde la arrogancia o quizá desde el ser intrépido que va mas a allá del miedo, o mucho peor, del temerario, que no lo conoce. Si engordamos, tiene que ver con la comida; las grasas pobres, la comida chatarra, las harinas, los alcoholes. La balanza nos indica los niveles de buena vida. Por último, y que quizá resume todo, es cuando estamos en sintonía con los siete pecados capitales, que son, la soberbia, que ya nombramos, la gula, la avaricia, la ira, la lujuria, la pereza y la envidia. La lista nos regala una suerte de acciones a estudiar.

Mi amigo Aristóteles, que nos mostró que la virtud es el “punto medio” (que no siempre es la mitad), se encuentra entre dos pasiones, y que hacemos las cosas por tres motivos: por el placer, por la utilidad y por la bondad.  Esto lo vemos claramente en la amistad, que le dedicó tanto tiempo. Hay amigos por interés y los hay por placer. Pero con duración finita porque cuando se acaba lo que le da origen, termina la amistad. Sin embargo define una tercera categoría en donde dos o más personas, se reconocen iguales y se desean mutuamente, el bien. Él decía, “dos almas que navegan juntas”. La amistad duradera se basa entonces, en una decisión que a la larga, se vuelve un hábito, una virtud y un sentimiento que además a la postre, nos es útil y placentero.

Nos han acostumbrado que en una sociedad consumista, la buena vida se basa en una piscina, en el carro, el yate, y la casa. Dedicamos mucho esfuerzo a tener y a saber, durante un gran periodo  pensando que esas cosas son parte de la buena vida. Y no me opongo, son parte de la buena vida, pero definitivamente, y  en mi opinión, no la constituye. Al lado de los “teneres” están los “saberes”. Crecimos en una sociedad donde el “conocimiento era poder”. Pero se democratizó y ya todo o más que todo se consigue en internet, si tenemos el criterio para diferenciar lo útil, de lo placentero o lo bueno. El conocer tiene que ver con el Ego, con la necesidad de ser reconocido, aplaudido, validado. ¿De qué vale llenar nuestro correo electrónico de las mil cosas o roles que pensamos que somos o tenemos, y que a veces son más largos que el texto escrito?

Le damos valor a la opinión del otro, de sus juicios. Hacemos trizas nuestra autoestima cuando le damos valor a la opinión de terceros, cuando tenemos dentro, las fortalezas para poder diferenciar las cosas.

Entonces, sino son “teneres ni saberes”, ¿qué va quedando? A veces no es fácil, pues en la convicción temprana de lo que la vida buena es, nos centramos en lo material e intelectual. Ambos son buenos si nos sirven para alcanzar otras cosas, quizá, conectados con otros fines más humanos o espirituales. Las palabras que he encontrado para habitar la buena vida son: ser, sentir, compartir y trascender. ¿No son bellas?, ¿No nos inspiran? Solo de nombrarlas nos conectan con la bondad Aristotélica, con lo posible de Luis Castellanos, con nuestros procesos internos según Santiago Porras, con lo salvaje y posible de nuestra Ángela Feijoo, con los poemas compasivos de Gudelia, con el Pancho de Pily, con nuestros teneres internos de Yvette y muchos más.(Que perdonen si no los nombro)

Ser, sentir, compartir y trascender, nos conectan con una hoja de ruta, con un plan maestro. La búsqueda del ser ya no es como se decía cuando yo era adolescente. Ahora el ser es humano, más sencillo. Lo encontramos en el silencio, en la compañía, en la amistad, en reconocernos como una entidad. El ser, habita en nosotros, y nosotros descansamos en el ser. No lo podemos definir, solo sentir. Los sentimientos entonces, derivan del conocimiento simple y espiritual de lo que somos. De lo que “todos” somos. En esa convicción nace el compartir, el ayudar, la compasión y la empatía. Dejamos algo mayor al mundo, de lo que llegamos a tener o de los roles que desempeñamos. Por último, y sin esfuerzo, trascendemos y nos conectamos con lo superior. Ahí habita la buena vida; en el camino y en la amistad.

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