Cuando se
dice “… te voy a contar un secreto y no se lo digas a nadie…”, logramos la
atención plena de nuestro oyente, sus ojos se espabilan, sus pupilas se
agrandan y logramos que sus cinco sentidos se pongan alertas para escuchar esa
confidencia que será protagonista en la conversación.
Un secreto
también da inicio a un laberinto de comentarios que pueden enredar situaciones
de vida, donde se abren puertas a misterios desconocidos y a la tentación de
pensamientos como: “humm… se lo digo a …
?” . O en una conversación imprevista: “… sabes lo que me contaron…”. Y allí comienza
el secreto a esfumarse, a dejar de ser protagonista y encontrarse en diferentes
voces que lo trivializan.
Pero los
secretos más secretos son los de mi adolescencia. Recuerdo cuando chama, mis
secretos los escribía noche a noche en mi diario que sellaba con un candado.
Mis sentimientos, mis opiniones, mis pensamientos. Secretos, porque hasta ahora
nadie ha tenido la oportunidad de leerlos…. ¡Y yo de recordarlos porque el
diario se perdió!!!!!
Total, que mis
secretos juveniles son como la receta del ponche crema de Eliodoro González P. “el secreto
mejor guardado”.
Janet Jiménez
Bogota, Oct. 2016
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