Autor: Martín A. Fernández Ch.
Fecha: 24/01/2021
El día había estado frío, posiblemente más de lo
acostumbrado para la ciudad de Caracas en el mes de Enero. Juan, quien ya
alcanza los 60 años, así lo
siente cuando las bajas temperaturas empiezan a
colarse por los huesos y hacen que la
sensación térmica sea más aguda y hasta obstinante. Estaba dándose un paseo por
los canales de la televisión y no había ningún programa que le enganchara,
tenía que esperar hasta las seis de la tarde, que es cuando empieza la serie
policial que tanto le gusta, pero aún faltaba una hora. De repente, se levanta
y susurra para sí mismo "me voy a la plaza para ver si agarro algo de
calorcito con este Sol", se pone su mascarilla que estaba colgada
en un clavo de la pared del hall de entrada, sus lentes oscuros de marca "Ray
Ban", su gorra de Los Tiburones de La Guaira, que
es su equipo amado de béisbol y, finalmente, sus zapatos que estaban a un lado
de la puerta de salida, ya algo desteñidos por tanto rociado de alcohol y cloro
que le hacen cada vez que entran de la calle.
Al llegar, se sienta en un extremo de un banco que
estaba ubicado donde daba el Sol, en el cual ya se encontraba otra persona
sentada en el otro extremo. Juan se puso a observar a las personas que estaban
en la plaza, que eran pocas, posiblemente debido a las restricciones sanitarias
recomendadas para cuidarse de la pandemia del COVID-19. Ellas vestían de manera
particular, con chaquetas o franelas de mangas largas, algunas con guantes,
muchas con mascarillas de variados estilos (las KN95 de 5 filtros, las médicas,
las caseras de telas de colores o dibujos, etc.), que quien sabe cuánto tiempo
de uso tienen.
De pronto, el señor al otro lado del banco le
pregunta "¿Eres Juan verdad?" A lo que Juan responde afirmativamente
moviendo su cabeza y tratando de verle a la cara o lo que se deja verde ella.
El hombre tenía lentes correctivos de pasta, con un tapaboca de tela que tenía
pintada una carita feliz, su cabello era crespo y algo largo de color rubio,
pero con muchas canas; también se notaba que era alto por sus largas piernas que
tenía extendidas sobre el piso. Juan trataba de buscar alguna pista para
identificar a la persona, se le ocurrieron varios amigos que pudieran ser, pero
los terminaba descartando porque había algo que no se ajustaba: creo que
es...pero, no es tan flaco; creo que es...pero, no es tan alto; creo que
es...pero, no es tan canoso; o creo que es...pero, no es capaz de ponerse esa ridícula
mascarilla. Al final, optó por la típica expresión para salir del paso “¡Epa
pana! ¿Cómo está tus cosas?" Con la intención de darle continuidad a la
charla y así, en el transcurso de ella, poder despejar las dudas sobre la
identidad del hombre misterioso.
¾ ¡Dentro de las circunstancias que
estamos viviendo, podría decirse que bien! ¡Por lo menos, hay que agradecer que
estamos vivos! ¾dice el hombre con una risa
sarcástica contenida por el tapabocas, haciéndola más gruesa y tenebrosa.
¾ ¡Tienes razón, chamo! Esto que nos
está pasando, tiene sus temas escabrosos. Fíjate que uno de los problemas que
tengo es poder descifrar la identidad de la gente. Es algo que me cuesta
muchísimo. Las personas andan con sus rostros completamente cubiertos, no solo con
mascarillas, sino también con otros accesorios que usan, como: lentes oscuros, gorras,
pañoletas, guantes... ¡No joda, así es imposible reconocer a alguien! ¾dice Juan, quien no le quita la
mirada al tipo, tratando de conseguir alguna pista que le permita descubrir al
rostro detrás de la carita feliz.
¾ ¡A mí también me cuesta un montón! En
tu caso te reconocí por la gorra de Los Tiburones y tu caminar de pasos cortos
cuando venías hacia acá, pero no siempre lo logro. Yo prefiero ver la cara de
la gente cuando me hablan, es que el movimiento de los labios, la expresión de
los ojos y las muecas que hacen, me ayudan a entender lo que dicen. Ahora, tengo
que cerrar los ojos y escuchar atentamente, que, por cierto, la voz detrás del
tapabocas se transforma y, si te descuidas, pierdes el hilo de la conversación.
Y también pasa lo contrario: que los demás no lo entienden a uno. La verdad es
que es muy frustrante todo esto ¾dice el hombre anónimo, quien muestra
su decepción dando unos manotazos al aire.
Ya Juan empezaba a tener sospecha de quien era la
persona, por sus ademanes y movimientos corporales le hacían recordar a su
amigo Ricardo. Estaba seguro que era él, aunque lo veía algo delgado en
comparación con la última vez que estuvieron juntos, ya hace un año, un poco
antes de iniciarse la llamada cuarentena, que luego se convirtió más bien en
algo similar a una sentencia de casa por cárcel, con permisos breves de salida para
tomar Sol. Ver a su supuesto amigo algo delgado le pareció razonable, pensando
en la mala situación económica por la cual todos atraviesan o, mejor dicho, la
que sufre gran parte del pueblo de a pie, que ha hecho estragos en la alimentación,
incluyéndolo a él, quien también está más flaco, así lo comprueba cada vez que
pone sus pantalones, que antes no necesitaba correa y ahora tiene que usarla
porque se les caen.
¾ La otra vez andaba con mi novia haciendo
la caminata mañanera diaria. EL otro lado de la calle vimos, frente al supermercado,
un hombre que nos saludaba levantando su brazo. Yo no lo reconocí, pero ella me
dijo que era Chuchú, la persona que nos ayuda a llevar las compras a la casa. Me
dijo que lo reconoció por su habitual vestimenta, que cada vez le queda más
holgada: chaqueta negra, pantalón caqui y con los zapatos de goma que le
regalamos ¾dice Juan, quien sigue intensamente fijándose en el tipo misterioso,
para asegurarse de que es Ricardo.
¾ Fíjate que el otro día, me conseguí
de frente con una compañera de prácticas de natación, que, por cierto, ya vamos
a cumplir un año de su suspensión, a quien le decimos morocha. No me acuerdo si
es Alexandra o Yolanda, no porque se parecen, es que soy malo para relacionar los
nombres con los rostros. La vi en un centro comercial, tardé en reconocerla,
pero pude. Tenía tapabocas blancos y lentes oscuros; pero la delató la forma de
moverse medio malandrosa, así como también, su cabello corto y de color negro.
La saludé con un “Hola morocha”. Ella tardó unos segundos en reconocerme, hasta
pienso que se asustó cuando la abordé, pero al final me saludó "Epa Pedro,
cómo estás, ¿Cuándo vamos a volver a nadar?", le respondí haciendo gestos
con mis hombros, levantándolos en señal de incertidumbre. Fue una conversación fugaz,
duró mientras nuestros caminos se encontraron, sin abrazamos, ni besos, por
aquello del cuidado sanitario ¾dijo Pedro cruzando sus brazos a la
altura de su pecho.
Si Juan no tuviese mascarilla, se le hubiera visto cómo
su quijada se le caía de la sorpresa. Se dio cuenta que no era Ricardo, de lo
cual estaba tan seguro que apostaría por ello.
Ahora, su incógnita era sobre quién es ese Pedro, no tenía ni la mínima idea,
a pesar de tener un buen rato viéndolo y haciendo comparaciones.
¾ ¡Eso pasa Pedro! Lo malo de este
asunto es eso mismo que dijiste. A mí me gusta mostrar amabilidad con un
apretón de mano o un abrazo o un beso en el caso de una mujer, porque pienso
que esa energía hace bien emocionalmente. ¿Tú sabes lo mal que se siente uno que
no puedas abrazar y besar amorosamente a tu gente querida? ¡Que uno no pueda
tener una reunión familiar de manera libre, sin tanto miedo! Cualquiera se
deprime con toda esta circunstancia. ¡Pero bueno, no hay que rendirse, hay que
resistir! Esto es transitorio y debemos tener paciencia ¾dice Juan, quien sigue hurgando en
sus recuerdos con cual Pedro está hablando.
¾ Sí, son muchos cambios que contrastan
con nuestras costumbres y rutinas diarias. El otro día, salí con mi esposa para
ir a visitar a una amiga. Ella es hermosa, me considero afortunado por su amor,
lo cual siempre doy gracias a Dios por tenerla. En el ascensor, hubo unos
segundos que dudé si ella era la mujer que tenía en frente, porque al verla con
tapabocas y lentes con vidrios amarillos que combinaban con el color de su
cabellera, sentí que estaba con una desconocida. Pero la lógica me aseguró que era
ella, ya que habíamos salido juntos del apartamento y solo éramos dos en el
ascensor. Además, ese cuerpo que tiene, lo reconoce mi cuerpo ¾dice Pedro, que le está haciendo
señas con la mano a un par de mujeres que venían caminando, como para que
supieran donde
se encontraba.
¾ ¡Eso si es gracioso! Eso se llama
"laguna mental y mortal". ¡No le vayas a decir a tu esposa ese
cortocircuito que tuviste, si no quieres lío! ¾dice Juan, riéndose a carcajadas con
las manos sobre el tapabocas para que no se le bajara al cuello.
¾ ¡Ni de broma! Esas son las cosas que
uno debe guardarse ¾dice Pedro, quien también se ríe.
¾ Fíjate en lo que te voy a decir. El
otro día fui al Centro de Caracas, con mi novia, en vehículo. Para una
diligencia importante. Pasamos por toda la Avenida Baralt, que tenía un tráfico
de infierno. Casi al final, tuvimos que cruzar por la calle que pasa por el
frente del Mercado de Quinta Crespo. ¡Te quedas loco con lo que ves! Allí hay
una anarquía total, mucha gente caminado por donde les da la gana, se mezclan
con los vehículos, muchos andan sin mascarillas o las mascarillas las llevan en
la garganta, los tapabocas son variados, que seguramente ninguno sirve.
Nosotros adentro de la camioneta, estábamos aterrados porque pudiéramos
contagiarnos, a pesar de tener las ventanas cerradas ¾dice Juan, quien de vez en cuando
volteaba para observar a las mujeres que venían, para ver si identificándolas
lograba saber quién era ese
Pedro. El cuerpo de
una de ellas le atraía, tenía algo que le era familiar.
¾ ¿Cómo puede uno ser simpático, si no
puedes mostrar una sonrisa? Yo tengo cejas pobladas, quien me ve a la cara
piensa que estoy arrecho, pero cuando sonrío compenso esa primera impresión.
Pero, ¿Cómo hago con un tapabocas? Es imposible expresar bondad con un rostro
oculto. Quizás si existiese un ademán o señas que todos entiendan, para dibujar
imaginariamente una sonrisa o alegría, sería fabuloso para acercarse
emocionalmente a los demás, pero no existe ¡habrá que inventarlo! Es que el
rostro refleja emociones y en sintonía con lo que dices. Si alguien con cara
brava te dice “esto es un atraco”, inmediatamente entiendes y te asustas. Si
alguien te dice “te amo” con una cara de alegría, le
tienes que creer, porque notas la sinceridad. ¿Y ahora?¿Cómo haces con un tapaboca?
No puedes identificar esa emoción. Imagínate a alguien diciéndote "esto es
un atraco" o "te amo", con una mascarilla. Suponte si vas a
denunciar a un atracador, ¿Qué le vas a decir al policía? ¡Que era un hombre
con un tapabocas, con lentes oscuros, con una gorra y con chaqueta negra, si gran
parte de la gente anda así! ¾dice Pedro, que esta vez se movió
expresivamente con los brazos y el torso, buscando reflejar su consternación.
¾ ¡Caramba! ¡Qué difícil! Definitivamente
tratar de ver los rostros ocultos es peor que mirar a una pared, porque ella
por lo menos te muestra un grafiti y expresa algo ¾dice Juan, quien ve que aquellas
mujeres están entretenidas conversando con una persona, fijándose en la que le
gusta.
¾ A veces pienso que me estoy volviendo
sordo. Como también pienso en que los demás no me escuchan, entonces cada vez
hablo más fuerte. Siguiendo con los cuentos, el otro día vi a un hombre mayor
parado en la isla central de la calle principal de la urbanización, pareciera
que estaba esperando a alguien. Digo que era mayor por su cabello blanco. Era flaco,
como de mi estatura y algo encorvado. Se parecía a un amigo mío que no veía
desde hace un buen tiempo, quien es arquitecto y siempre conversábamos sobre diversos
temas país. Pero, tenía mascarilla y no estaba seguro si era él, porque la
última vez que nos vimos, me dijo que se iba a España a vivir con su hijo. Me dio
pena abordarlo, por eso de la vergüenza de equivocarse, también Yo estaba
apurado. ¡Qué tonto fui! No hice nada y me quedé con esa duda que ahora tengo
perenne, por estupidez ¾dijo Pedro, con una leve subida de hombros y haciendo seña a las mujeres
para que terminaran de llegar.
¾ La verdad es que ver la cara de la
gente es importante. Hace días, fui con mi novia a comer "Sushi" en
un buen restaurant, para aprovechar la oferta de dos por uno. Allí atiende gente
joven, todos visten de negro: pantalón, camisas de mangas largas, mascarillas y
pañoleta en la cabeza, todo de negro. Todos parecidos, solo se distinguen las
mujeres de los hombres, por razones obvias. Son amables y muy atentos. Pero no
puedes identificar bien al que te atiende, tú sabes, por aquello de ser empático
para que cuando regreses te vean como cliente asiduo y te atiendan mejor que
antes. Lo que pasa es que ellos tampoco pueden reconocerte como cliente, aunque
pueden ver tu cara cuando se come. Uno duda en dejarles propina, porque en fin,
te atenderán igual en la próxima vez ¾dice Juan, que al ver que ya tiene a
aquellas chicas cerca, se da cuenta que una de ellas, la que le gusta, se
parece a su novia Tamara.
¾ ¡Qué sorpresa Juan! ¿Y eso que
bajaste a la plaza? ¾dijo Tamara con expresión burlona, porque a Juan no le gusta mucho bajar
a la plaza.
¾ ¡Hola mi amor!, bajé a calentarme un
poco con el Sol. Pero ya tengo que volver, estoy pendiente de un programa que está
pronto a comenzar ¾dijo Juan algo incómodo porque sentía que no la había reconocido de
lejos, aunque tuvo esa atracción por ella.
¾ ¡Qué casualidad que te conseguiste a
nuestro vecino! Se quedó aquí mientras me fui a caminar un rato con su esposa,
para acompañarla a hacer algo de ejercicio ¾dijo Tamara.
¾ ¡Para mí es suficiente lo que hacemos
todas las mañanas! Ya me tengo que ir. Pedro, fue un placer conversar contigo. ¡Vecina!,
según dice mi esposa que eres, porque con esa mascarilla, el sombrero y los
lentes, solo me queda confiar lo que ella dice ¡Que la sigas pasando bien! ¾dijo Juan, quien se levanta y regresa
a su casa.
La incertidumbre de
Juan continuó, a pesar de que su novia le aclaró que ese hombre era Pedro, su
vecino, aún no lograba ubicar el rostro en su memoria. Quizás, lo ve todos los
días, pero desconoce los nombres de las mayoría de los vecinos y, aunque dice
tener una memoria fotográfica, ella solo le funciona cuando los rostros dejan
de ocultarse.
FIN