Cuando miro cuidadosamente
veo la Nazuna florecer
veo la Nazuna florecer
junto al
seto!
Basho
Asocio la espiritualidad con mis abuelos. Mi abuelo
administraba sus palabras, sabía escuchar y dar buenos consejos, estaba siempre
presente y con buen humor, era vertical pero a la vez cálido. Mi abuela era
servicial y buena anfitriona, entregada, siempre pensando en los demás. Ambos
atraían a su casa a toda la familia y hasta a los vecinos de la cuadra. Eran
muy queridos y tenían un hogar que era un ejemplo para muchos. Habían soportado
la muerte trágica de dos hijas en la flor de la vida, pero decidieron aprender
de esta experiencia tan dura para ser humildes y saber disfrutar de los
pequeños momentos. No tenían títulos, ni cargos, ni grandes bienes de fortuna,
pero tenían una fuerza interior y una sabiduría que era notada por todos. De
ellos me quedó una clara idea de la espiritualidad que yo quiero en mi vida.
Mi abuela era bastante religiosa y devota, voluntaria de
grupos y círculos relacionados. Mi abuelo estaba al margen de toda religión
organizada. Aunque en su juventud se había declarado ateo, a raíz de la
experiencia trágica que le tocó vivir desarrolló su espiritualidad a su manera.
Era muy discreto en eso, pero tras su fallecimiento descubrí una biblioteca
secreta con ejemplares que ponían en evidencia sus intereses poco comunes.
La curiosidad y el amor por el conocimiento me dieron el
valor en plena adolescencia de aventurarme en estos textos, que lejos de
saciarse, se acentuaron aún más.
Afortunadamente, esta travesía me condujo a las aguas más seguras de la
psicología. Me influyeron autores como Erich Fromm, que advertían en aquel
momento de la necesidad de retomar la espiritualidad en la Sociedad sin tener
que recurrir a las religiones tradicionales.
Mientras que en mis lecturas había “ido y venido”, en la
vida misma ni siquiera había “comenzado el viaje”. Estaba bastante claro acerca
del tipo de espiritualidad que quería; una forma de vivir capaz de
proporcionarme aceptación, paz, armonía, alegría y amor. Pero al comenzar a enfrentarme
con las exigencias de la vida diaria olvidé muchas de las advertencias que
había leído, perdí interés por ese tipo de lecturas y, lo peor de todo, terminé
dejando a un lado mi ideal espiritual.
Al cabo de un tiempo me encontré nuevamente con la necesidad
de retomar esta faceta de mi vida, pero no me interesaban tantos las
explicaciones, como las soluciones. Así que fui bastante práctico. Mi forma de
abordar esta inquietud fue a través de ejercicios psicofísicos, cambios en mi alimentación,
terapia floral, homeopatía, práctica de la meditación, estimulación de meridianos
y del Qí. Esas prácticas me llenaron de vitalidad y dieron un impulso
extraordinario a mi vida en ese momento.
Con el paso de algunos años sentí la necesidad de buscar
explicaciones, de comprender mejor las cosas, de modificar las formas de pensar
que me traían sufrimiento. Fue así como comencé nuevamente una búsqueda de algo
que satisficiera esta necesidad más cognitiva de contar con un marco de
referencia y que me ayudara a organizar mis prácticas. Y encontré lo que estaba
buscando: un cuerpo coherente de conocimientos, vinculados con una práctica
religiosa, con un profundo potencial místico. Pero este tesoro que encontré no estaba
a la mano listo para usar, sino que requirió de nuevos esfuerzos, nuevos
estudios, nuevos desafíos, nuevos cambios.
Hoy en día la espiritualidad es el centro de mi vida. Y del
centro se ha ido expandiendo para ocuparla toda: idioma, cultura, vida social y
eventualmente una nueva familia. A la final esta búsqueda me ha llevado a un
nuevo comienzo con una nueva identidad. Pero todavía no estoy libre del riesgo
siempre presente de que las cosas prácticas terminen por hacerme perder de
vista su esencia, que es muy sencilla realmente: saber honrar a la vida siempre,
tanto en las buenas como en las malas.
Víctor Calzadilla