Capítulo final. La Esperanza
Ese día el abuelo Jencaaz había
amanecido inquieto. Daba vueltas por la casa vieja haciendo que la madera
crujiera tras cada pisada. A lo lejos, la gente escuchaba como una letanía formada
por sonidos sucesivos Los clavos de la madera hacían su parte y agregaban al
sonido de los pasos, otro más sonoro, metálico y fino. Agloj lo escuchaba.
Trataba de identificar el origen de los sonidos y la sucesión de efectos, en su
mente. Agloj, la pequeña maga, escuchaba
con atención y componía con los sonidos, suaves canciones que tarareaba entre sus
labios.
Pero con los sonidos,
llegaron los olores. Primero fue el olor a mango verde cocinado al fuego con su
concha, para hacer el manjar de mango; luego fue el de la guayaba madura que se
cocina en agua caliente y se deja vencer ante el calor. Por último fue el olor
a papelón; un olor significativo que estaba intacto en su memoria. Agloj salió
corriendo hacia el abuelo mago que no detuvo su marcha aun cuando Agloj lo increpó
y solicitó respuesta:
-Abuelo, ¿no sientes los
olores en la casa?, preguntó
-No hija, no huelo a nada,
solo estoy pensando, por eso camino, algo se apresura a pasar y no sé que es, respondió.
Agloj pensó también que lo olores que percibía se debían al roce de los pies
del abuelo mago contra la madera cansada y rebosada de olores que por años
habían estado en la cocina de la casa.
-¿No hueles a papelón?,
volvió a preguntar al abuelo
-Los olores que percibimos a
veces, están en sintonía con los recuerdos que nos los evocan. Si estamos
pensando en alguien ausente, es posible que olamos lo que recuerda a esa
persona, explicó
-Mi mamá… dijo suavecito, a
lo que Jencaaz le preguntó que había dicho.
-Me huele a mi mamá, dijo
casi gritando a la vez que corría a su cuarto en la búsqueda del diario de su
madre, que había escondido en su lugar secreto, justo detrás de un cuadro a
mano derecha del sillón que usa para leer en las tardes, pues la luz de una
ventana en el lado opuesto permite la entrada de la cantidad exacta para no
encandilarse o no tener que forzar la vista.
Con mucho cuidado retiró el
cuadro, que tenía a dos jinetes montados a caballo y uno a pié. “esos son los
tres poetas de la historia”, recordó que decía su mamá. Sacó con mucho cuidado
su libro, que ahora brillaba por fuera como si estuviera encendido en fuego. Lo
abrazó intensamente y todas las imágenes de su madre comenzaron a brotar desde su
memoria olvidada, inclusive recordó que aquel idioma extraño en el que cantaba
canciones desconocidas, era el Esperanto, un idioma creado y nacido a
principios del siglo XIX, en la tierra de sus abuelos. Entendió que Esperanto
es “espero” en español, y que espero, es esperanza en esperanto. Aquella
esperanza que había tenido por años y en la necesidad de recordar lo que había vivido
de niña y sabía, le tenía que dar sentido a su vida.
-Todo tiene sentido ahora,
dijo con los ojos brillantes cargados de lágrimas que esperan un segundo para
brotar.
Entonces abrazó mas fuerte
el libro, repitiendo una y otra vez: “mamá, te recuerdo ahora”. Agloj ahora
comprendía que todo tenía que ver: su abuelo de jengibre, canela y azúcar, las
estrellas de cinco puntas que le pidió el abuelo, sus amigos del bosque que le
mostraron los sabores y hasta las espigas del viento y sus atributos… todo
cuadraba perfectamente, como un acertijo descubierto. Ahora sabía quién era y de
donde venía. Mientras abrazaba el libro de la esperanza, recorría todas y cada
una de las páginas de su interior, el diario que su madre había escrito cuando ella
estaba en su vientre; el legado que quería dejarle para cuando se diera cuenta
que era una maga blanca. No tuvo la necesidad de abrirlo nuevamente porque sabía
todo lo que decía, pero con una única excepción: la última página que su madre
maga escribió después de ella nacer.
Agloj hizo exactamente lo
que la primera vez dijo que no haría; y era leer la última página de primero. Encontró
lo que sabía desde la mañana, iba a encontrar. La última receta de la última
página del diario era “la Paledonia de papelón” Agloj en ese momento y en
absoluto silencio, pues su abuelo ya no caminaba en el piso de abajo, cerró los
ojos y dejó que las imágenes y recuerdos llegaran a su cabeza. Recordó que aprendió
de su madre la magia blanca de hacer las recetas; el punto de fuego, el punto
de melaza, el punto de mezcla, las grasas y las harinas.
-“Querida Olga, si quieres
hacer esta receta mágica, debes preparar primero el melado de caña, lo dejar
reposar y es al día siguiente que vas a mezclar los ingredientes”, le decía su
madre entre recuerdos.
-Sí. Mamá usaba un cacharro metálico para mezclar
los ingredientes y siempre usaba una paleta de madera. El cacharro era gris con
el fondo negro curtido por el tiempo, con un asa roto pero que servía para
moverlo de una mesa a otra, mientras que la paleta era como del tamaño de un
brazo; me imagino que era para que el calor no quemara-, se decía en silencio
Agloj abrió los ojos que ya habían
derramado sus lagrimas, tantas, que el abuelo tuvo que secar las escaleras de
madera, pues bajaron por los escalones como las olas y podían llegar a dañar
los muebles de la sala. Con los ojos bien abiertos, leyó la última página.
-“Paledonia de papelón”,
decía el título escrito con puño y letra. –“Receta de magia blanca y dulce”. La
niña leyó muy lentamente la única receta del libro cuyo contenido desconocía. La
repasó y la volvió a leer y asì nuevamente por horas, hasta que se borraron las
letras, de tanto leerlas, quedando blanca nuevamente la hoja. Todas ellas ahora
estaban bordadas en el alma de quien ama y recuerda a la vez.
-El mejor homenaje a MT será
hacer la receta nuevamente, esa que no conozco. Agloj bajó por la escalera aun
húmeda y encontró a su abuelo con el fregador en las manos, con su sombrero
negro de pico, su bata blanca y su natural sonrisa. Estaba vestido de mago,
como celebrando la ocasión.
-Las lágrimas también son
buenas para la tristeza y para el alma, le dijo
El papelón es un derivado de
lo dulce de la caña de azúcar que se cocina en grandes pailas y luego se
endurecen como piedras. El primer proceso es devolver a la caña de azúcar la
liquidez. Agloj consiguió en casa, un papelón con forma de cono, del mismo tamaño
de la paleta de madera. Lo colocó en el cacharro junto a cuatro tazas tipo desayuno,
de agua. El fuego medio, al hervir el agua, derrite al papelón y lo convierte
en un melado dulce, suave, y manejable. Agloj decidió colocar en el hervor,
todas las especias que le dieron nombre al abuelo. Le colocó, para cuatro tazas
de agua, una cucharadita de canela, dos de jengibre, un cuarto de clavos de
olor, un cuarto de nuez moscada y una de anís dulce. Al enfriarse, Agloj filtro
la mezcla para retirar palitos, o abejas que caen en la paila, seducidas por el
dulzor.
Al día siguiente, se recogen
cuatro huevos frescos, de las gallinas del patio de la casa y se colocan con
todos los demás ingredientes, sobre la mesa. Primero se le agregan los huevos a
la mezcla hasta que todo quede incorporado. Luego, desde una taza llena a ¾ de
aceite, se agregan varios chorritos y la
harina de trigo, en forma alterna. Agloj tuvo el cuidado de cernir la harina
para que no formara grumos y para que sean absorbidos de mejor manera, los líquidos.
Al primer cernido, se le agregan una cucharadita de bicarbonato y dos de polvo
de hornear. La cantidad de harina va a depender de lo líquido de la mezcla, así
que Agloj recordó como decía su madre:
-“Se le agrega harina hasta
que la mezcla haga pliegues al sacar la cuchara del interior”, dijo en voz baja.
-Esta es la mezcla base
dijo, - ahora solo queda trabajar con imaginación.
Agloj sabía que se le puede
colocar pasitas, ciruelas, y frutos secos como la nuez o el maní. Esta vez, le
puso solo pasitas negras. Luego colocó gentilmente el contenido en un molde y
lo cocinó a 350 grados por una hora.
El olor inundó la casa. La
masa negra, crece con las harinas y se esponja. Los olores de la melaza de caña
junto a las especias, producen sensaciones mágicas en el olfato, y más cuando
la probamos.
Agloj decidió celebrar su
nuevo cumpleaños e invitó a su abuelo, a la Tía Maruja, y a sus amigos del
bosque. En la puerta antes de entrar, los invitados pudieron leer: “Esperanto,
espero, esperanza…”
Alberto
PD: estas seis entregas de “Recetas
de Magia Blanca y Dulce”, son un homenaje a mi madre, que sin dudas, fue una
maga