Tengo un amigo digital en Barcelona, España. El siempre nos
comparte que una gran ciudad debe cumplir con tres requisitos: un servicio de
taxi excelente, un buen Café y un vampiro. En Caracas no hay manera de tener un
buen servicio de taxis. Sin embargo
Barcelona tiene suficientes fuentes de interés para caminar, visitar y conocer.
Seguro que uno le pregunta a un catalán que cosas uno puede hacer en la ciudad
para llenar un día, y podrá, inmediatamente,
hacer su mejor lista, quizá dependiendo de sus gustos, roles o intereses; por
lo que pudieran orientarse a la gastronomía, al ejercicio o a la arquitectura.
Esa misma pregunta me la hice hace poco con la ciudad de Caracas.
Resulta que tengo un amigo-coach en Argentina que va y viene como quién vive acá,
pero no. Dejó de ser digital pues asistí a un taller suyo. Desde el deseo
legítimo de querer ser su amigo, le ofrecí mostrarle a Caracas desde la mirada
de un arquitecto. Desde el (mi) ego, uno se pregunta, ¿Quién mejor que un
arquitecto para mostrar una ciudad y más si se nace en ella?. Pues hice la
oferta. –“¿Quieres conocer Caracas bajo la mirada de un arquitecto?”. Claro, las ofertas son solo ofertas si a quién
le ofreces, no manifiesta el deseo de aceptar, ¿no?.
Las ofertas solas al igual que las peticiones, no conducen a
nada si alguien no declara que acepta. Entonces se constituyen en una promesa,
donde el que ofrece le cumple al que acepta. Así hice mi oferta tres veces, (“que
ladilla de insistente, yo”, como
dicen acá), y todas sin la aceptación correspondiente. -“Es que está muy ocupado”- pensaría uno como
para justificarlo. El hecho es, que a la tercera vez pensé, -¿y si acepta?, ¿qué Caracas le voy a
mostrar?. -¿Desde el arquitecto?. Allí fue donde hice la primera lista, pero
fue a parar al pote de basura, siguiendo una segunda y una tercera vez.
Entonces opté por preguntarle a mis pares, un grupo de egresados viejitos como
yo, y todos arquitectos. Les hice una pregunta: ¿A qué lugares llevarían a un
amigo argentino que no conoce Caracas, y que no incluya al Cerro Ávila, a
Galipán, y tampoco a la playa; que no
supere los 12 sitios y que se puedan visitar en un día?. Sus listas, las
enviadas, tuvieron cierto parecido con las mías,
aunque incluían al Ávila, a Galipán y a la playa, yendo a parar
al mismo pote. (Igual les
agradezco su tiempo en hacer las sugerencias. Quizá debí también preguntar a
poetas y locos, que de eso, todos tenemos un poco…)
Volví a formularme la pregunta, esta vez bastante cambiada:
-“Desde dónde yo
pudiera enseñarle Caracas a un (amigo) extranjero, con poco tiempo, vegano,
naturista, coach, y que practica la humanidad?”.
Esta vez la pregunta no estuvo planteada desde mi ego sino
desde al que pudiera interesarle ver otra cara amable de una Caracas que no
conoce, (pero no desde lo que yo pienso que él debería ver, sino un poco
poniéndome en su lugar y construir desde allí). Desde el arquitecto, hubiera
pensado que debería ver edificios y mayormente aquellos construidos por mí, con
mi colaboración, o coordinación. Al final, las listas estaban llenas de “yoes”
(Aceptado por el RAE). Ahora, los lugares los buscaría desde el otro o quizá desde donde dos
intereses se encuentran. Esa sola decisión abre un mundo de opciones y
oportunidades que no solo indica edificios, sino vistas, olores, sabores, percepciones,
conversaciones o solo contemplaciones,
incluyendo a otras personas, otros tiempos y otros lugares.
Lo primero que hice fue un mapa. Muy básico; un esquema de
Caracas con sus 5 municipios. La visita con 12 estaciones debería incluir a lugares
que él quizá conocería si viviera acá. (A lo mejor la conoce mejor que yo). Caracas
es una ciudad mágica de tan solo 15 a 20 kilómetros de largo por 5 de ancho. Su
nombre es Santa Mariana de Santiago de León de Caracas. En su escudo, se observa
a un león que abraza una concha marina, el símbolo de Santiago, el discípulo de
Jesús. Señalar las cosas por su nombre nos va dando pistas, así como los
límites que representa la ubicación
imponente del cerro Ávila que nos separa del mar Caribe. Hace algunos años
éramos 5 millones de habitantes, hoy, no llegamos a 3.
¿Qué es lo primero que hacen los propios cuando llega un
extranjero? Pues lo llevan a comer chicharrón de cochino al Junquito,
sándwiches de pernil a Galipán o a beber “caña” (alcohol), en Las Mercedes. (Los
más osados incluyen visitas a otro tipo de templos más paganos). Igual, siempre pensamos lo que al otro le
“debería gustar” según lo que somos y nuestras creencias. La lista final es
como lo ven en el dibujo coloreado, justo no, en lo que hubiera dibujado un
arquitecto, sino desde quien pretende escuchar al otro y si conecta con su niño
interno que va a jugar.
A las palabras de mi amigo Manel, además del vampiro,
agregaría que para conocer un sitio hay que visitar un mercado, una universidad
y una plaza. Así, los incluí en el viaje
El Plan:
Desayunar
una empanada de queso criollo con un café grande en Los Palos Grandes.
Dejar el carro
en el Parque del Este, e ir al centro en
Metro
Municipio Libertador
1.
Casa Natal de Simón, la plaza Bolívar.
Interpretar el espacio en el Museo Sacro. Conectarse con la espiritualidad
2.
Paseo Linares y el museo de la familia Mendoza.
Hablar con los viejitos de la Plaza Bolívar. La escucha y la sabiduría popular
3.
Por supuesto subir las escalinatas de El
Calvario, hasta la iglesia. El mundo de lo posible, de lo particular de Caracas
4.
Al regreso, entramos al Planetario Humboldt en el Parque del Este el más antiguo del
continente sur. Se trata de ver un ciclo de vida de Caracas desde el atardecer
hasta el amanecer del día siguiente, en la bóveda del edificio.
5.
La Universidad Central de Venezuela, pasear por
la plaza techada. La metáfora del tiempo-espacio y de “la casa que vence las
sombras”. Entrar al aula Magna a ver los móviles de Calder. Los elementos,
aire, fuego, agua, tierra y éter
Municipio Chacao
6.
Uriji Jami. (Nombre en pemón que le dan a la
selva. Significa espacio abierto). Es un startup digital, (como Instagram, pero
venezolano), con un campus en el Country club. Tomar café en el campus y
conversar con su promotor Jean Clauteaux. Almuerzo en Uriji campus una
ensaladita mixta y un mojito de hierba buena con limón. Con él, hablaríamos del
agradecimiento cuántico y de cómo poner el futuro a favor, y hacer que ocurra
7.
Visita al mercado de Chacao. Conversación con
las floristas. Espacio entrañable de olores y colores. Idiosincrasia de lo
posible
Municipio Baruta
8.
Tomar el postre en “Cacao artesanal” en La
Hacienda La Trinidad. El Cacao es Venezolano. El olor del cacao, a veces pienso
que nos conecta con las raíces americanas y hacen al continente, uno solo, un
solo bloque, desde la Patagonia hasta Alaska.
Municipio Sucre
9. Visita
al casco histórico de Petare. Revivir el “Vía Crucis”. Lo que permanece, lo que
se cuida y cuenta historias
Municipio El Hatillo
10.
Vista del Cerro El Ávila desde Cerro Verde, al
lado opuesto, desde la casa de mi hermana. Colores del Ávila, historias.
Conversación con Huberto Caballero autor de “El Ávila en su asombro”. Colores
del atardecer. Los azules de Caracas, una paleta mágica
11.
Visita al pueblo del Hatillo. Visita al pueblo
de El Calvario. Cena temprana en la Plaza de El Hatillo. Conectarse con la
grandeza de lo pequeño. El silencio, la paz
12.
Regreso
Ahora la
lista es distinta, no son edificios, aceras o plazas. Se trata de gente, de
símbolos, de cultura, idiosincrasia, y afectos, aquellos de los cuales los
caraqueños somos ricos. Me encantó hacer la lista, me gustó hacer el plan y
recorrer nuevamente cada lugar e imaginarme los personajes que invitaría o
visitaríamos a cada parada. Todos son posibles. Escucharíamos historias,
cuentos y los motivos de ser feliz, aun cuando se viva en la adversidad, porque
los venezolanos sabemos de resiliencia. Se trata de olor a café recién colado y
del cacao puro antes de volverse una torta. Se trata de los colores cambiantes
del cerro y de cómo Villanueva (el arquitecto de la UCV), manejó la luz y la
sombra para lograr espacios cálidos y amables. Se trata de las costumbres
propias que conviven todos los años en la sangre del Cristo de Petare o en las
escalinatas de su calvario. Se trata de la herencia y del orgullo de ser de acá
y desde donde uno es capaz de poder escuchar al otro, desde donde es, bajo el respeto y la aceptación.
Gracias
amigo, por permitirme, (aunque no lo sepas), realizar este reto expansivo y positivo, que
me ha llenado de orgullo, añoranza y un sentimiento entrañable que nace de
pertenecer a algo, alguien o a algún lugar. Yo amo a Caracas.
¿Qué siente
un actor que tras meses de ensayo de una obra teatral, llega el día del estreno; qué piensa un
promotor cuando ve un sueño avanzar solo; qué siente un humanista cuando ve que
su movimiento pasa de 20.000 seguidores a 95.000 en un año; qué siente un
escritor que tras escribir y escribir, un día tiene su libro en sus manos; qué
existía antes de escribir este ensayo? Me parece que se trata de poner el futuro a
favor. “Cuando uno lo visualiza, ya existe”, dijo Jean. Esta visita-tour ya
existe en alguna parte del futuro, y no va a dejar de existir. Solo espera por
el momento oportuno, para volverse realidad… una mágica realidad.
La vida es
un ratico, amigo. Ojala ahora, con la concordia del universo y tras la
declaración de posibilidades, pueda muy
pronto, mostrarte una ciudad, que en mi mirada, te gustaría observar, sentir y
conocer.
Alberto