lunes, 28 de agosto de 2017

Reunión de agosto 2017

Host de septiembre 2017: Don Alberto
Lugar: su casa
Día: 24 de agosto 2017
Tema: La última vez que hicimos algo por primera vez / tema libre
Asistentes: Gudelia, Henned, Lili, Cesar, Pily, Elinor, Maigualida y Don Alberto
Nota: Le damos la bienvenida a una nueva integrante del Club, a Pily.

Host de septiembre
Host: Doña Arcángela
Tema: a definir
Lugar a definir
Fecha: a definir



domingo, 27 de agosto de 2017




¿CUANDO FUE LA ÚLTIMA VEZ QUE HIZO ALGO POSITIVO POR PRIMERA VEZ? 


En el Club de escribidores de Caracas nos formularon la siguiente pregunta: ¿Cuando fue la última vez que hizo algo positivo por primera vez?  y además, nos pidieron que escribiésemos sobre ello. Reconozco que tuve que leerla varias veces para entenderla, porque más parecía un acertijo que otra cosa.  

Como resultado del análisis llegué a la conclusión que la respuesta dependería de lo que cada quien entendiese por "algo positivo".  Allí radica la clave y el rumbo que pueda tomar el desarrollo del tema. Entiendo como positivo, aquello que es bueno o útil. Algo que nos produce algún tipo de beneficio o nos resulta favorable, algo placentero o gratificante.
Los placeres y gratificaciones son aspectos positivos de la buena vida. Ellos son generalmente manejados como sinónimos, pero la Psicología Positiva explica muy bien las diferencias. Los placeres guardan relación con nuestros sentidos y emociones, responden más a necesidades biológicas, a diferencia de las gratificaciones que surgen en la medida que pongamos en prácticas nuestras fortalezas y virtudes personales. 

La vida placentera podemos encontrarla en diversos momentos y en diferentes formas: cuando disfrutamos de una buena cena, tomamos un buen vino, conducimos un automóvil nuevo o vamos de compras. Los placeres se hayan más fácilmente, las gratificaciones en cambio, requieren de esfuerzo, del uso de alguna de nuestras fortalezas.  Supongamos un caso hipotético de que fuésemos invitados a jugar tenis por María Sharapova, la escultural tenista profesional y modelo rusa.  Solo apreciar su belleza será motivo de placer, satisface nuestros sentidos. Pero de iniciar un partido de tenis, difícilmente sentiremos gratificación alguna porque nuestros niveles de destreza en ese deporte son muy dispares. Todo lo contrario, por nuestra parte sentiremos vergüenza de poner la cómica, y por parte de ella, probablemente fastidio y desencanto. 

Cuando desarrollamos una actividad filantrópica de manera espontánea, sin esperar nada a cambio y empleamos alguna de nuestras fortalezas personales, nos sentimos gratificados. Se dice que Bill Gates renunció a muchas funciones como CEO, para dedicar tiempo a la filantropía, llevando ayuda y  recursos a diferentes partes del mundo. Declaró que esa entrega le daba más satisfacción que ganar dinero.  No tenemos que ser un Bill Gates para hacer "algo positivo". Un simple ejercicio de bondad es una gratificación. Hacer uso, por ejemplo, de nuestra fortaleza de la amabilidad y llevar a los hijos de la vecina al colegio mientras ella va a una cita medica te permitirán sentir la satisfacción de la gratificación. 

Retomando la pregunta inicial, podemos ahora dar respuesta con un caso específico. Había estado en el Perú en varias oportunidades, pero siempre en viajes cortos de trabajo. En la última visita fui por primera vez al restaurante "La rosa náutica", eso fue "algo positivo" y motivo de placer. Pero también, en esa última visita le propuse a varios de mis colegas tomarnos unos días adicionales y viajar hasta Cuzco y Machupichu por primera vez. Había estudiado sobre la cultura inca y su historia. El haber activado en esos lugares mis fortalezas de curiosidad, interés por el conocimiento y aprecio por la belleza, me hicieron sentir gratificado.

Nuestras fortalezas no son para guardarlas dentro de nosotros, son para compartirlas y darlas a nuestros semejante. Actuar y conectarnos haciendo uso de ellas, ya sea a través del amor, la amabilidad, la gratitud, el perdón, la espiritualidad, o cualquier otra, será una forma de hacer "algo positivo" que nos llenará de gratificaciones que perdurarán por mucho tiempo en nuestras mentes y corazones.


Lionel Álvarez Ibarra
Agosto  2017




Don Pedro, la cápsula del tiempo

Don Pedro queda en el oeste de la ciudad de Caracas. Pertenece a la familia desde la adolescencia de mi madre y aún se conserva como patrimonio familiar. Mi abuela en su momento, y en éste mi mamá; han estado muy apegadas a él.

Así que en el transcurrir de los años Don Pedro se ha ido convirtiendo in-intencionalmente en una gigantesca cápsula del tiempo. Muchos miembros de la familia han vivido allí por períodos provisionales. Don Pedro los recibe con lo que tiene y éstos se van sin despedirse, dejando lo que llevaron. Don Pedro desconoce de camiones de mudanzas.

Don Pedro tiene de "todos".
 Del bisabuelo Pedro por quien tiene su nombre.
De la tía abuela Carmen Rosalía, a quien cariñosamente llamábamos "Chía".
De la abuelita Dina, para todos los vecinos y familiares "la mami".
De los cuatro hijos de Dina: Luis, Elinor (la Tita), Yanet y Nestor.
También tiene de mí, de mi esposo Antonio y hasta de mis hijas, quienes vivieron sus primeros meses en Don Pedro.

Como a todo "viejo" a Don Pedro hay que cuidarlo. Mi mamá se ocupa cariñosamente, lo visita, lo limpia, lo mantiene y lo curiosea.

Don Pedro tiene una magia que hechiza, es de esos oasis de la ciudad que te conectan con los recuerdos.

Junto a la habitación principal existe un gran cuarto vestidor  con una mezzanina, allí en grandes cajas de cartón se esconden grandes sorpresas... vestidos de novias de las tías, que las jóvenes nos hemos medido para comprobar que las generaciones pasadas siempre han sido más delgadas; fabulosos disfraces de desfiles en carrozas y comparsas carnestolendas caraqueñas, fotografías, libros, diarios, juguetes, etc.

La última vez que fuimos a visitar a Don Pedro; la Tita (mi mamá) obsequió a mis hijas varios de mis juguetes, entre ellos: la casa, la piscina, el autobús y el carro de la Barbie. Mi prima cuando las ve jugar, recuerda cuánto lloró pequeña pidiendo que se los regalaran y cuánto insistió mi mamá que eso NO porque eran para sus nietas. Ahora mi prima que en su momento sufrió con la negativa, reconoce que fue una excelente idea, porque otros juguetes que le dieron ya no existen.

Recuperar cosas de Don Pedro se ha convertido en un gran pasatiempo. Las niñas quieren volver y yo también.

Elinor Ribas




SE VA TEMPLANDO EL ACERO



SE VA TEMPLANDO EL ACERO

Son tiempos de un deslave emocional y material,
nuestros troncos inertes son arrastrados
entre fango y fogata de llanto.
Quien sabe si entre cenizas se estén puliendo
nuestras cornizas, nuestros costados.

Son tiempos de auroras grotescas,
esas que pululan y se hacen rancias,
se comen en festejos nuestra alma dormida.
Quien sabe si esté naciendo un nuevo sueño,
sin suturas y con el miedo cortado.

Son tiempos de nuevas metáforas,
Esas, que van envueltas en tules de luto blanco,
esas, que se cargan  vidas, aún no vividas.
Quien sabe si en nombre de la izquierda
salen los francotiradores de balas negras.

Son tiempos de estampida, de maletas buscando
nuevos ruleteos, escogidos al azar y al desamparo.
Quien sabe si nos llevan a una nueva suerte,
donde los  panes  no sean migajas,
ni restos escrutados en la abundancia de otros.

Son tiempos de ancianos blancos en soledad,
con sus bastones como circunstancia,
temblando entre la ranura y el olvido de su hambre.
Quien sabe si les adelantaron el castigo,
de un purgatorio convertido en infierno.

Son tiempos donde todos vamos templando nuestro acero.
Unos, con más miedo que fuego.
Otros, con las puntas indómitas de  libertad,
hincando el cielo en busca de suelo.
Las puntas que ningún carcelero ni cierra ni toca…


GUDELIA CAVERO

jueves, 3 de agosto de 2017


BROMAS Y TRAVESURAS

Cuando hablamos de bromas y travesuras, casi siempre recordamos nuestra niñez, y las asociamos a aquellas acciones que realizábamos sin mala intención, que hacíamos  más por diversión que por otra cosa.
Cuando niño, tendría unos seis años, recuerdo una que le jugué a mi madre un día de su cumpleaños. Había estado ahorrando por mucho tiempo hasta reunir diez bolívares que para ese entonces era una cifra importante. El dinero lo cambié por un billete en el abasto de la esquina,  y lo coloqué dentro de una cajita de fósforos. Se me ocurrió la travesura de meterla  dentro de otra caja y ésta dentro de otra. Al final fueron seis cajas en total. Supongo mi madre se daría cuenta de mis movimientos buscando cajas y papel de regalo con tanto misterio. Llegó el día y le presenté la gran caja a mi mamá. Ella comenzó abriendo la primera, luego la segunda, la tercera, pero cuando iba por la cuarta rompió en llanto. Supongo que le dio sentimientos el pensar que no había nada y solo era una broma. Mientras lloraba yo le insistía que no abandonara, que siguiera. Cuando finalmente llegó a la cajita de fósforo, terminamos los dos abrazados y llorando. Una broma que resultó más en llantos que en risas.
Pero las travesuras no se limitan a nuestra niñez, ese niño que todos llevamos dentro, sigue haciéndolas en nuestra vida adulta. De esa etapa recuerdo una ocasión que pasamos un fin de semana en la playa, y mi hijo, que tendría unos 10 años, invitó a Gianpiero, un compañerito del colegio. Me di cuenta que calzaba unos zapatos de playa idénticos a los míos, de color verde y de la misma marca, por supuesto la única diferencia era la talla. Se me ocurrió en la noche, cuando estaba dormido, cambiarle sus zapatos por los míos.  Casi no dormí, ansioso esperando el amanecer para ver su reacción. Se levantó y se calzó los zapatos que le quedaban grandísimos, caminaba hacia un lado y hacia otro viéndose los pies, hasta que finalmente le revelé la broma y nos reímos todos.  

El venezolano por lo general es echador de bromas. Una muy común, cuando acostumbrábamos a comer en restaurantes, era la de decirle al mesonero cuando estaba recogiendo, que no nos había gustado la comida. Éste, apenas veía los platos completamente vacíos, entendía el chiste y reía. Esa misma broma traté de hacerla cuando terminé de cenar en un restaurante en Bélgica. Era una señora la que me atendía, le dije que no me había gustado la comida, a pesar de lo vacío que habían quedado los platos. La mesera se fue pensativa y al minuto regresó acompañada del Cheff, quien visiblemente apenado preguntó qué cosa no me había gustado. La señora no entendió la broma, ¡era una belga sería!
Echar bromas y hacer reír a las personas se pueden considerar componentes del sentido de humor. Hay quienes por naturaleza les lucen las gracias, lamentablemente a otros no. Por lo tanto, hay que tener cuidado cuando se juegan bromas, porque la frontera entre la gracia y la morisqueta suele ser muy tenue. Hay personas que no las aceptan, se molestan, y si a usted se le ocurre jugarle una, esta corriendo un gran riesgo. Por lo tanto hay que actuar con prudencia, tomando en cuenta el momento, las circunstancias, el estado de animo y el grado de amistad. La inteligencia emocional también nos ayuda a evitar traspasar ese límite de lo sublime a lo ridículo, porque nos permite reconocer y entender las emociones de las personas, y poder actuar conforme a ello.
Si cuentas entre tus fortalezas con el sentido de humor, diviértete y haz uso positivo de él, pero teniendo siempre presente que el que echa bromas también tiene que estar dispuesto a aceptarlas. 

Lionel Álvarez Ibarra
Junio 2017