Autor: Martín A. Fernández Ch.
Fecha: 27/04/2025
Era casi la puesta del Sol, el mar se encontraba sereno, se podría decir
que su tranquilidad atemorizaba, como un llamado premonitorio, puesto que así
estuvo todo el día.
Ellos escucharon sonidos de sufrimiento que provenían de lejos. Era la
primera vez que percibían algo así, lo que les hizo investigar.
-
¿Escuchaste
eso Mantarraya? -dijo Delfina
-
¡Sí
lo escuché! Parece un canto de lamentos.
Pelícano también lo apreció, aunque con menos intensidad porque se
encontraba en el extremo del saliente de la roda del casco, punta de la proa de
su peñero, dejando que la brisa marina del atardecer alborotara su plumaje. Las
ondas de tal quejido le llegaron como un sonar proveniente del agua, que subió
por la madera de la embarcación hasta donde se encontraba. Al igual que sus
amigos, consideró que se trataba de muestras de dolor; entonces, les dijo que
iba a elevarse para informarles desde lo alto.
En su vuelo a gran altura, ellos lo seguían, pero también se guiaron por las
señales trasmitidas a través del agua, que les sonaban como llantos.
Desde lo alto, Pelícano observó a una gran ballena blanca, al acercarse se
dio cuenta que se trabaja de un cachalote de avanzada edad, puesto que así lo
predecía su magnitud de 20 metros de largo; entonces comenzó a volar en
círculos, para que sus amigos llegaran al sitio, pero, ellos ya estaban allí.
Delfina Guacamaya llegó primero, puesto que ara más ágil y rápida, luego lo
hizo Mantarraya Azulejo, debido a que su nado era parsimonioso.
Notaron que la ballena blanca tenía su cuerpo bien maltratado. La aleta pectoral
derecha estaba rota, como si había sido mordida. En su lomo tenía gruesas y
largas heridas, curadas por el tiempo, como señal de varios intentos de
casería. Su respiración no era normal, por eso permanecía en la superficie y no
se atrevía bajar a mucha profundidad.
Delfina le preguntó cuál era su nombre, a lo que le respondió “Albino”, pero que le había escuchado gritar a los hombres cazadores “Moby Dick”. En eso, Mantarraya le dijo sorprendido que era una leyenda histórica. Pelícano, quien estaba posado en el lomo del cetáceo, le indicó a Mantarraya que seguramente lo llamaban así por su parecido con el personaje de la novela del estadounidense Herman Melville, titulada con ese mismo nombre, donde se relata la persecución de una ballena similar que, al final, no logran cazarla.
Delfina Guacamaya, quien es la más curiosa, le comienza a preguntar por sus
marcas en el cuerpo, respondiéndole en cada caso, siempre acompañado de un
suspiro agónico “un grupo de orcas me atacaron cuando era más joven, disparos
de lanzas que me impactaron algunos barcos balleneros…” y así seguía
explicándole por todas las marcas que tenía. Mantarraya Azulejo, imprudente
como siempre, le preguntó si esa era la causa de su llanto, pero le manifestó
que no.
“Ya estoy cerca de los 70 años, estoy viejo y moribundo. Tengo dolores de
todo tipo, pero los más intensos vienen del alma, por todo aquello que soñé y
no me atreví a alcanzarlos por cobarde. Desde hace tiempo mis hijos se fueron a
otros mares y no sé nada de ellos. Mi esposa falleció de vieja hace dos años.
Estoy solo, no porque he dejado de tener amigos, sino porque ya han partido de
esta vida. Y ahora me toca a mí. Lo que quiero decirles, es que estos son los
ayayay de los viejos.
“¿Morirás solo?” Le preguntó Mantarraya. Delfina le dijo que eso era muy
triste. Pero Pelícano, quien también es de avanzada edad, entendía
perfectamente a Albino y les dijo a los chicos que “cuando se es viejo, la
soledad siempre está presente, puesto que cada quien hace su vida, pero que eso
no significa que dejen de amar y de extrañar, es solo una etapa de la vida, la
última”.
Albino les contó que, cuando llegue el momento, se sumergirá hasta lo más
profundo y su cuerpo morirá, pero que su alma se liberará y viajará a donde
están sus ancestros, amigos y familiares, para reencontrarse y continuar una
nueva vivencia en otra dimensión. Este será un viaje al cual nadie me puede
acompañar, lo tengo que hacer solo. El hecho de que hubieran venido hasta aquí,
a acompañarme, me ha ayudado a comprobar que existe el amor al prójimo.
La ballena, luego de esa despedida, comenzó a descender y, al poco tiempo,
cuando bajó más de 10 metros, dejó de verse. Solo pudieron apreciar grandes
burbujas de aires que subieron hasta la superficie.
Delfina Guacamaya y Mantarraya Azulejo, se asustaron y se angustiaron.
Entre ellos conversaron que, en el caso de Pelícano, lo acompañarían hasta el
final, pero que no lo dejarían solo.
Pelícano, quien estaba volando, para honrar a Albino, se elevó alto e hizo
piruetas como cuando era joven y se zambulló en el agua, para luego quedarse
flotando en la superficie con sus amigos en compañía. A pesar que conocieron a
Albino por poco tiempo, en ese reducido rato de conversación, entendieron toda
su vida. Permanecieron en silencio, meditando y sintieron el dolor que había experimentado
Albino.
FIN