"...preguntarle al papa Francisco si mi madre verá a mi padre más allá de la muerte, y para llevarle a mi madre su respuesta..." Javier Cercas en su libro: El loco de Dios en el fin del mundo.
Autor Martín Fernández
Fecha de publicación: 28/08/2024
Al pie de un arbusto, resguardado
en una morada con forma de cueva hecha con ramas secas, plantado en la ladera
rocosa de la montaña, frente al mar de la costa de Carmen de Uria, se
encontraba Martín Pelícano, ya era viejo, su plumaje estaba descolorido y despeinado,
sus ojos eran grises debido a su larga edad que sobrepasaba los 60 años,
superando la longevidad natural de su especie. Estaba moribundo, acompañado por
su pareja de vida y con un par de amigos de la infancia.
─Mi amor, me siento muy débil
─dijo Martín Pelícano.
─Respira con calma, te sentirás
aliviado si te tomas este brebaje que te preparé ─dijo su amada, tratando de animarlo,
pero temiendo por ese ineludible momento como es el último suspiro de la vida.
─Amigo mío, no te vamos a abandonar,
aquí estaremos para acompañarte ─dijo uno de sus compañeros que allí se
encontraban.
Estaban tristes, aunque entendían
que, lo que le pasaba a Martín Pelícano, formaba parte de la vida y que a todos
en algún momento también les llegaría. Sentían el gran deber de estar con su
gran amigo hasta su último aliento, pues han sido muchos años de aventuras,
compartiendo alegrías y tristezas.
─¿Te acuerdas cuando, todo
emocionado, a gran velocidad te lanzaste en picada al agua por un pez, pero un
tiburón se te adelantó? ¡Te enfureciste! Y, como un loco empezaste a picotearlo
para que lo soltara. Hasta que esa gran criatura te enseñó quien era el rey de
los mares, enseñando sus fauces y brincando hacia ti, tan alto que casi te agarra
─dijo Martín Pelícano a su amigo, con una leve carcajada.
─¡Qué va! Los tiburones son criaturas
torpes. Además, tú sabes que fui campeón acrobático y era la atracción
principal del circo de “Los Hermanos Valentinos” ─dijo el amigo, inflando su
pecho y presumiendo delante de todos.
─¡La verdad es que eres un
exagerado y un tremendo cobero! En ese circo tu trabajaste de asistente del
mago, apareciendo y desapareciendo dentro de su sombrero, porque la atracción
eran esos hermanos, haciendo acrobacias con sus motos dentro de una esfera
metálica. Además, luego que te salvaste de ese tiburón, fue tanto el miedo que agarraste
que estuviste una semana si entrar al agua. Y nosotros tuvimos que llevarte
comida para que no murieras de inanición. Eras y sigues siendo un echón y, peor
aún, un pelícano quemado ─dijo el otro amigo en tono burlón, haciendo que todos
los que estaban en el recinto se rieran a carcajadas.
─¡Mi amor no te rías tanto, que
estas muy frágil! ─dijo su amada, preocupada por su condición.
─No te angusties mi amor, que la
risa me reconforta, momentos como estos son los que valoro y extraño: estar con
mis amigos y recordar tantas anécdotas vividas ─dijo Pelícano, quien mostraba
un mejor semblante, aunque fue solo por un instante. ─¿Esos que están en la
orilla de la playa son Delfina Guacamaya y Mantarraya Azulejo? ─dijo, en un
pequeño instante que logró afinar su vista, mostrando una sonrisa, pero que en
seguida se transformó en tristeza, porque no tenía la fuerza para volar y
saludarlos.
A Pelícano ya le era difícil
respirar, sus pestañeos se hacían más lentos y sus pupilas se estaban
dilatando. De manera sorpresiva, aterriza a su frente una Pelícano de plumas blancas
brillantes, envuelta con una luz incandescente, haciendo que, al contrario de asustarlo,
más bien sintió con una paz indescriptible.
─Madre, estas hermosa. ¿Qué haces
aquí? No imaginé verte de nuevo ─dijo Martín Pelícano, mientras escuchaba un
lejano llanto desgarrador y las leves voces tristes de sus amigos despidiéndose.
─Hijo mío, vine a acompañarte en
este nuevo vuelo. No te espantes, pero vendrá a buscarte el Ángel Negro para
llevarte al mundo de los espíritus ─dijo su madre, mientras le daba un abrazo
amoroso, como cuando pequeño.
En ese mismo instante, llega un
negro pelícano, con su plumaje azabache brillante y con largas alas. Sus uñas
eran largas y del mismo color. En su cabeza, las plumas las tenía erizada. Si
bien parecía algo tenebroso, Pelícano no le temía, porque sentía que se trataba
de un ser especial. De repente, también llega un pequeño pelícano de plumaje
dorado, al cual Martín Pelícano lo reconoció porque se trataba de su amigo
imaginario de infancia, con quien se distraía largas horas volando y haciendo
piruetas en el aire.
─Martín Pelícano, llegó el
momento de que vayas al mundo de los espíritus. Has obrado bien, por eso, Dios
te quiere en su reino, en el paraíso. Si bien tu amigo imaginario y tu madre han
abogado por ti, no fue necesario, porque Dios te ama y te quiere a tu lado y
pronto tendrás la oportunidad de la resurrección, o bien como pelícano
nuevamente o como otra criatura si así lo deseas ─dijo el Ángel Negro, quien
tenía una voz glamorosa y que persuadía tranquilidad plena a Martín Pelícano.
─Preferiría ser un pelícano de
nuevo, porque fue muy placentero ─dijo Martín Pelícano, con voz pausada y
amable, haciendo una reverencia ante el Ángel Negro.

Los cuatro: Martín Pelícano, su
Madre, su amigo imaginario y el Ángel Negro, tomaron vuelo en dirección al
cielo. Él logró ver con claridad a sus entrañables amigos de aventuras cuando
su naufragio por el mar: Delfina Guacamaya y Mantarraya Azulejo, quienes se
encontraban cerca de la playa velando su partida. Pero lo que más le alegró fue
verlos con sus respectivas parejas y sus hijos, jugando juntos, con alegría y
amor. Logró ver a sus amigos haciendo espectaculares piruetas en el aire, como
si hubieran sentido que él estaba sobre ellos viéndolos, como haciéndole un
tributo festivo de despedida.

FIN