LA MALETA
Soy de los años sesenta, modelo italiano, de piel fina y de buena presencia. En Europa me conocían como "valija" (valigia, nella mia lingua madre), pero tan pronto llegué a Venezuela me llamaron "maleta", algo que no me agradó. No solamente porque el nombre sea feo, sino que luego me enteré que, acá, es sinónimo de malo, inútil e incapaz.
Por muchos años acompañé a mi dueño, en sus viajes de vacaciones y de negocios, irradiándole, con mi presencia, "elegancia y categoría". Eran tiempos de la democracia, hasta con poco dinero se podía viajar, aprovechando aquellas inolvidables ofertas de "¡viaje ahora y pague después!".
Todavía me sentía en muy buena forma, cuando la señora de la casa, por allá por los años setenta, se antojó de adquirir unas nuevas que estaban muy de moda. No me gustó que dijera, como justificación:"es que esa italiana es muy delicada". Recuerdo que eran unas "Sansonite" y las vendían en juego, dos maletas grandes y una pequeña que llamaban “neceser”. Fue así como pasé a la reserva, dejaron de usarme y comenzaron a viajar con las nuevas, que revestidas de una fibra vulcanizada, eran muy fuertes, y aguantaban los rudos maltratos a que somos sometidas en nuestros viajes.
Pero a finales de los 80 comenzaron a ocurrir cambios importantes en nuestra especie. Una nueva generación de maletas salió al mercado, fabricada con textiles muy resistentes y muy livianos, en vistosos colores, con asas telescópicas y cierres de seguridad. Pero lo más importante fueron ¡las ruedas! Los pasajeros no tenían que cargarnos en peso, como hacían conmigo; ahora las llevaban a su lado, halándolas, o empujándolas sin mayor esfuerzo, como ágiles bailarinas deslizándose sobre hielo.
Entonces, las otrora pretenciosas "Sansonite" también fueron desplazadas y vinieron a hacerme compañía, arrumadas acá, en el tramo más alto del armario. Con tantas maletas nuevas, más nunca nos llevaron a viajar, y no los culpo, tenían razón, no van a cargar con unas viejas, cuando pueden rodar suavemente a unas jovencitas.
Las últimas veces que me sacaron, fue para pasearme por el vecindario. Una tradición que se hizo popular, creyendo que eso les traería suerte y comenzarían a viajar mucho. Apenas se daban el abrazo de fin de año, la gente salía a recorrer las calles aledañas portando maletas. Siempre me dejaban de última, y solo cuando no habían suficientes maletas, llegaba alguien que me sacaba del clóset; por lo general de mala gana, y muchas veces escuché decir, con resignación: "¡qué "salao", me tocó la vieja sin ruedas!".
La maleta quizás sea uno de los elementos más emblemáticos de la Venezuela de los últimos años, cuando millones de venezolanos hicieron las suyas y emigraron, en búsqueda de libertad y mejor futuro para sus hijos. Sin embargo, no siento que represente al emigrante en su totalidad.
Aunque el dicho popular dice que "Por la maleta se saca al pasajero", eso suele dar una falsa imagen del portador, se lo digo yo, que soy una valija ya de 65 años y con larga experiencia. Recuerden que son sabios también los dichos que dicen: "las apariencias engañan" y "el hábito no hace al monje".
Nosotras, con nuestra apariencia, podemos impresionar los sentidos de cualquier observador, quien puede inferir, muchas veces equivocadamente, si el pasajero tiene dinero, bienes, posición social, profesión... Podría deducir, por nuestro aspecto, a que se dedica y que tiene el viajero, pero nunca le diremos, lo que es como persona. No deben confundir lo que se es, con lo que se hace o se tiene, que son cosas muy distintas.
Si desea realmente conocer al pasajero ¡olvídese de mi! ¡Ni siquiera me vea! Es cierto que él coloca dentro de mí, sus prendas y artículos personales, que le son útiles y necesarios, pero sus posesiones más valiosas no me las confía, eso lo lleva consigo: emociones, sentimientos, vivencias, ilusiones, sueños y esperanzas; su tierra, su familia, sus amigos, y sus más bellos recuerdos, que almacena en su memoria episódica, los comprime en PDF para que entre todo en su corazón.
Para conocer verdaderamente a la persona, debe desvestirla de todo ese "ropaje superficial" y sintonizarse con ella de corazón, porque como bien dice "El Principito": "Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos."
Lionel Álvarez Ibarra
Diciembre 2020
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