domingo, 25 de septiembre de 2022

AHORA QUE SOY GRANDE… ¿EN VERDAD SOY GRANDE?

 


Corrían los tiempos prescolares donde pasábamos diariamente muchas horas. corríamos, jugábamos, comíamos y tomábamos siesta. Yo no era muy amante de las siestas así que me iba repetidamente a hablar con la maestra de turno durante esa hora.

También era el jardín de infancia un espacio para la expresión de nuestras inquietudes artísticas.

En una oportunidad me escogieron para ser el personaje principal de una obra que tenía como protagonista a un jefe indio (que iba a ser yo), una princesa india y un grupo de aborígenes de relleno.

El personaje de princesa le fue asignado a Carmencita.

Carmencita era el amor de mi vida prescolar. La recuerdo menudita, muy blanca, de pelo corto. Nos íbamos en el mismo transporte que la dejaba en una casa verde en San Bernardino.

Con Carmencita había una química especial de ese amor infantil. Todos lo notaban y lo reconocían. Mi panita Matrioska (QEPD, murió por COVID el año pasado), disfrutaba ser una especie celestina del prescolar.

Cuando me dijeron que yo sería el personaje principal, reculé. Me asusté pues. No podía verme en evidencia, más bien no quería. Le dije a la directora que yo escribía y que no actuaba. Que podía escribir un guion y no actuar. Secretamente pretendía que mi escrito cambiara un “performance” de indios semidesnudos por un relato de astronautas.

De hecho, lo escribí. Una mierda.

A ver, no se trata de una victimización. Se trata de que en realidad era muy malo. No solo era que un escrito de un niño de 4 o 5 años tendría que ser malo. Es que ciertamente era muy malo. Eso sí, le agregué un dibujito.

El resultado fue que escogieron a otro protagonista (dejando a Carmencita) y a mí, me recibieron mi escrito, colocándome además de aborigen semidesnudo en la obra.

De quien ahora debe ser “Carmen” no supe más. Ni siquiera el apellido para buscar por Facebook. Me gustará contarle este episodio.

Sin embargo, este suceso me dejó claro algo que para un niño pequeño, apenas está en capacidad de comprender. La importancia de las consecuencias.

A esa edad, las consecuencias las asumen tus padres. Si partes el jarrón de la vecina o de la tía Rupertina, a ti te sale una pela o un regaño. El reponer el jarrón no es tu responsabilidad.

Lo que sin duda define el ser grande es asumir las consecuencias. No hay nada en esencia, bueno ni malo en lo que haces. Son solo consecuencias que te impactarán en tu transitar.

Por eso no paro de preguntarme. ¿En serio soy grande?

 

Cesar Yacsirk

Club de Escribidores de Caracas.

Septiembre 2022

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