Corrían los tiempos prescolares donde pasábamos diariamente muchas horas. corríamos, jugábamos, comíamos y tomábamos siesta. Yo no era muy amante de las siestas así que me iba repetidamente a hablar con la maestra de turno durante esa hora.
También era el jardín de
infancia un espacio para la expresión de nuestras inquietudes artísticas.
En una oportunidad me
escogieron para ser el personaje principal de una obra que tenía como
protagonista a un jefe indio (que iba a ser yo), una princesa india y un grupo
de aborígenes de relleno.
El personaje de princesa le
fue asignado a Carmencita.
Carmencita era el amor de
mi vida prescolar. La recuerdo menudita, muy blanca, de pelo corto. Nos íbamos en
el mismo transporte que la dejaba en una casa verde en San Bernardino.
Con Carmencita había una química
especial de ese amor infantil. Todos lo notaban y lo reconocían. Mi panita
Matrioska (QEPD, murió por COVID el año pasado), disfrutaba ser una especie
celestina del prescolar.
Cuando me dijeron que yo
sería el personaje principal, reculé. Me asusté pues. No podía verme en
evidencia, más bien no quería. Le dije a la directora que yo escribía y que no
actuaba. Que podía escribir un guion y no actuar. Secretamente pretendía que mi
escrito cambiara un “performance” de indios semidesnudos por un relato de
astronautas.
De hecho, lo escribí. Una
mierda.
A ver, no se trata de una
victimización. Se trata de que en realidad era muy malo. No solo era que un
escrito de un niño de 4 o 5 años tendría que ser malo. Es que ciertamente era
muy malo. Eso sí, le agregué un dibujito.
El resultado fue que
escogieron a otro protagonista (dejando a Carmencita) y a mí, me recibieron mi
escrito, colocándome además de aborigen semidesnudo en la obra.
De quien ahora debe ser “Carmen”
no supe más. Ni siquiera el apellido para buscar por Facebook. Me gustará
contarle este episodio.
Sin embargo, este suceso
me dejó claro algo que para un niño pequeño, apenas está en capacidad de
comprender. La importancia de las consecuencias.
A esa edad, las
consecuencias las asumen tus padres. Si partes el jarrón de la vecina o de la
tía Rupertina, a ti te sale una pela o un regaño. El reponer el jarrón no es tu
responsabilidad.
Lo que sin duda define el
ser grande es asumir las consecuencias. No hay nada en esencia, bueno ni malo
en lo que haces. Son solo consecuencias que te impactarán en tu transitar.
Por eso no paro de
preguntarme. ¿En serio soy grande?
Cesar Yacsirk
Club de Escribidores de Caracas.
Septiembre 2022
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