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El tren, el escualo y el reloj
Un
niño vivía al lado de la estación del tren, en una casa amarilla con un jardín
lateral que los separaba. Sabía que iba a llegar un tren porque veía desde el
árbol, en el casi habitaba, la llegada del relojero, el Sr. Eau. Raro nombre
tenía pero un día contó que así se escribía agua en francés, pero se
pronunciaba “ O “. Le gustaba que lo llamaran O. Pero si es cosa de nombres
raros, el niño del árbol se llamaba Fulgencio. Años después, ya un poco más
grande, pudo demostrar que era verdad
que no había tenido infancia.(Aunque nunca es tarde para tenerla)
En
sus conversaciones con el Sr. O, cuando abrían la estación del tren solía
contarle cosas que escuchaba o leía aunque solo tenía 5 años entonces. Había
aprendido a leer corrido, en silencio. Se robaba los libros prohibidos de la
biblioteca de su mamá y luego los volvía a colocar sin que nadie diera parte de
su ausencia temporal.
Era
un día caloroso y el Sr O ya sabía que venía un tren. Era un pueblo raro, pues
vivía de la estación, pero rara vez el tren se detenía. El pueblo tendría como
tres cuadras de ancho por seis de largo. Tenía árboles de frutas, plazas,
veredas y hasta un lago con patos. Cada tres minutos pasaba de largo un tren.
Era divertido sentarse a esperar y verlos pasar. Me acostumbramos a contarnos historias
de solo tres minutos.
-Esperamos
trenes hoy, señor O?
-Si
claro, hoy está contemplado dos viajes en simultáneo en las dos vías que
traviesa el pueblo. Hoy tendré trabajo fuerte porque debo evitar que se
encuentren. Además, toca mantenimiento de rieles y vagones.
-Y
yo ayudaba, me encanta ayudar-pensé
La
estación del tren era como una casa con una torre, tenía dos árboles en la
fachada. Se abría con un portón de madera gris, ya mareada por el sol y el
tiempo. Se entraba de lado a la casa, porque los rieles estaban en la parte de
atrás, justo en frente del árbol donde el niño se la pasaba el mayor del
tiempo. Lo que más le llamaba la atención era el viejo reloj de la torre y el
dibujo del escualo que tenía en la sala de llegada, aunque él Sr. O prefería
llamarlo “el andén”. Ese día realmente fue ajetreado pero cada tres minutos,
podíamos hablar.
-¿Qué
le gusta de los tiburones, Sr. O?
--Mi
familia vino de Francia, de un sitio frente al mar. Solía haber escualos y
nosotros nadábamos con ellos. ¿A ti te gustan los tiburones?-me preguntó
-Me
gusta verlo en la foto, me gusta la independencia, pero no quisiera ser comido
por uno-le contesté- me da como temor. Bueno, la verdad que los hipopótamos
también
Uno
de los vagones que iban y venía tenía un tiburón en la parte lateral y así lo
había podido ver desde el árbol. Ese día solo se paró el tren justo antes de
cerrar. Era un poco incierto para Fulgencio cuando volvería a estar operativo.
Extraña
amistad entre un niño de 5 años y el Sr. O que rondaba los 80. La gente del
pueblo lo veía como una persona oscura, callada, severa, pero Fulgencio tenía
otra percepción del personaje.
-¿Por
qué la gente del pueblo no lo quiere?-le preguntó al día siguiente que también
se esperaban trenes- he escuchado que hablan cosas de usted
-Si
claro. Es que tengo mucho tiempo haciendo esto y la gente se acostumbra a uno y
no podemos cambiar. Hoy por ejemplo me toca limpiar el reloj.
Los dos amigos subieron a la
torre y vieron el pueblo por la ventanilla. El tomó con dos manos al viejo
reloj y lo colocó sobre la mesa. Todo el tiempo que estuvo, lo dedicó a ver el
extraño aparato. Era pequeño, y la verdad el niño se preguntaba como hacían
para ver la hora.
-
Yo creo que hacían como que la veían-pensó en voz alta.
Era
de cuerda, era amarillo y dorado. Tenía el cuerpo redondo y los grandes números
ocupaban casi todo el espacio. Debajo de él tenía una estructura con tres
esferas doradas que giraban para un lado hasta que se cansaba y se devolvía
hacia el otro sentido. Comentaron que parecía como las olas del mar que van y
vienen. Y se reían de la ocurrencia. Lo que pasaba es que cuando giraba, las
esferas en su giro, reflejaban la luz del sol en pequeños hilos de luz. Lo
protegía una concha de cristal absolutamente transparente y lograba que los
ases de luz giraran también de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda.
-Es
una responsabilidad este reloj. Si se para puede ocasionar problemas con los
trenes. Sobre todo el tren del tiburón que se guía por los reflejos-explicó- El
que posea el reloj debe ser responsable de la llegada de los trenes.
-Pero
si siempre llegan y se van vacíos
-Exacto,
ese es el secreto de mi trabajo
Años
después, habría de comprender cuál era ese trabajo. A los 5 años casi no
recordamos las cosas. Pero resulta que
ya grande, se recuerda de cuando le quitaron las ruedas de atrás de la
bicicleta, la foto del viejo tiburón en la estación, de las canoas que bajaban
por el jardín hasta llegar al andén del tren, los cuentos de la familia
francesa, pura magia blanca.
Un
día ya no abrió más la estación. No se sabe qué pasó con los trenes, pero igual
bajé del árbol y fui a preguntar por el Sr. O.
-¿no
viene hoy el Sr. O?
-No
viene más. Pero te dejó un paquete.
Y
recibió de las manos de su esposa, una
caja marrón sellada con cinta verde. Al abrirla, salieron hilos de luz. Era el viejo reloj de
cuerda con la tapa de cristal que estaba en la torre mágica.
-¿Por
qué yo debo tenerla?, ¿Qué va a pasar con los trenes, con los tiburones, con la
ilusión de los vecinos?-me pregunté
Cuando
el niño ya grande, se fue del pueblo, se llevó el reloj. Hoy, lo ha vuelto a
ver. Son las 8 y 21 de algún día, de cualquier año.
-Gracias
señor O, mi primer amigo
Nota:
-Hoy,
estoy viendo el partido de la final con los Tiburones de la Guaira. El reloj
indica que es hora de ganar. El tren del tiburón está llegando a la estación. El
Sr. O estaría contento. Si me preguntas, ¿Por qué soy de los Tiburones de la
Guaira?, esta es la historia…
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