Los tiempos de crisis
son tiempos de intimar con nosotros mismos, contemplarnos para poder
sostenernos. Tiempos en los que impera el miedo por la incertidumbre que
acarrean. Miedo e incertidumbre, como dos gemelos, juntos y amenazantes. Para
conjurar el miedo habrá que encontrar el significado de la incertidumbre.
Entender y
entendernos desde la incertidumbre es quizá la tarea más estéril emprendida.
Hacer de ella una manera de vivir es como vivir en una ola, siempre en
movimiento, sin asideros que nos sostengan, inmersos en el espacio egoísta de
la ola misma, pues no puede haber otra ola que la acompañe. Destinados irremediablemente
a desplomarnos en una orilla, por demás inhóspita, dura, donde
la fuerza se convierte en vacío,
el arrullo en silencio y el ritmo en
soledad.
Incomprensible
situarse en tamaño desatino. Estoy aquí, y ya ese aquí es una certeza. Certeza
de que soy, quién soy, pienso y siento.
Certeza de tantas rutas recorridas, que son mías y nadie me las niega. Ni
siquiera yo misma. Quizás esta es la parte más dura de la incertidumbre: el
desconocimiento. Desconocer el camino andado, con errores y espinas, pero
siempre con victorias, porque no
seriamos quienes somos. Desconocer esos rostros que alimentaron ilusiones y
construyeron realidades, no como una utopía de lo que podrían llegar a ser, sino como certezas que
fueron, son y serán. Y el peor de los
desconocimientos, permitir que la
perplejidad ante el otro me haga desconocerme a mí mismo.
En las matemáticas
se llama incertidumbre cuando hay un error. En la vida también. Permitir la incertidumbre
cuando hemos vislumbrado el norte, permitir la dispersión de propósitos,
enredado en apariencias inútiles y yermas, puede
resultar un error muy costoso.
La potestad del
hombre es poder decidir. ¿Cómo decidir desde la incertidumbre? Imposible trazar un mapa que nos guíe y un ánimo lleno de confusión es mal dibujante. Para
decidir es necesario confiar. Confiar en lo qué y quiénes somos. Confiar en el
camino recorrido. Confiar en los que
caminan con nosotros. Pero en
incertidumbre la confianza es esquiva. Preferimos las aguas movedizas de la
ambigüedad, que la claridad en la decisión.
Necesitamos de una fuerza que ahuyente a
los fantasmas, las oscuridades y las sombras. Esa fuerza es la pasión por
vivir, pasión en la entrega, pasión por dibujar un mapa que sea perdurable, por
el que hemos luchado, en el que hemos creído y siempre creeremos.
El día que hice esta reflexión fue el último día que sentí
miedo… para siempre.
Irma Wefer
la fuerza está en la pasión que sentimos al dibujar mapas... nuestros mapas, los que dibujamos y que decidimos dibujar. Muy cierto querida Irma, un abrazo,
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