TIEMPO DE ALAS Y VOCES
Invento las alas con que vivo. Recuerdo
voces que guían mi vuelo. Voces que se hacen raíces para sostener mis alas.
Alas que vuelan para descubrir mi mundo hecho de alas y voces, hilvanando días
y zurciendo espacios.
Alegría primera de conocer de alas que fueron
cobijo, acompañadas de voces de tonalidades dulces. Protegida en su regazo no existía ni el miedo ni el frio, tan solo
unos labios, cargados de besos, que siempre repetían “aprende a amar que la vida ya te enseñará a volar.”
Las
voces se hicieron diversas, las alas confusas. Juventud insolente que ignora que al desplegar las alas se
arriesga todo. Volar es un riesgo, vivir una apuesta.
Poco a poco las alas avanzan. Recorren
senderos. Aprehenden la vida. Encuentran pasiones que alzan la voz. Pasión por amar lo
que hago, por hacer de mis pasos huellas, por multiplicar amigos y compañeros
de vuelo.
Un
día cualquiera las alas latieron. Una voz diferente sorprendió a la mía. Sólo
escuché dos alas que volaban conmigo con el sosiego apasionado de quien
encuentra el Amor. Fue orden del alma que voláramos juntos. Y de repente ya no
hubo tiempo de volar tan alto. Voces nuevas, chiquitas, llenas de ternura
demandaban alas. Y entonces el anhelo que volaran felices y seguras se hizo misión.
A partir de
aquí, mi voz fue capaz de contar
las historias de otros. Mis alas silenciosas marcaron itinerarios inscritos en
labios y besos que repetían “aprende a
amar que ya la vida te enseñara a volar”.
Los
hijos se hicieron grandes, dejando la sensación, como decía Machado, de “un
ayer que es todavía”. Sus alas otean el mundo para escoger sus victorias y amortiguar
sus caídas.
El tiempo, indiferente, fue apagando voces, dejando solo las imprescindibles. Aquellas
que me enseñaron a volar hoy vuelan muy
lejos. Aquellas que aprendieron a volar con mis alas hoy prueban las suyas.
Sólo queda una que no sabe volar si no
es con mis alas y yo con las suyas. Esa, a la que, entre cotidianidades, amores
y pleitos, le he entregado la vida.
Ha llegado el momento de desandar recuerdos. Mis
alas, fuertes, recorren el tiempo. No con nostalgia, sino
con la convicción de que todos los días que gritan mi nombre han
sido hermosos; que puedo ser amable con mis errores y humilde con mis aciertos,
y que, sin duda, he aprendido a amar. Sé que me esperan años luminosos, promesas
felices, plenitud de vida, alegría del alma por seguir viviendo. Y cuando
llegue el momento, la voz de la muerte susurrará a mi oído: una buena vida
merece una buena muerte.
Irma Wefer
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