sábado, 24 de febrero de 2018

TIEMPO DE ALAS Y VOCES
  
   Invento las alas con que vivo. Recuerdo voces que guían mi vuelo. Voces que se hacen raíces para sostener mis alas. Alas que vuelan para descubrir mi mundo hecho de alas y voces, hilvanando días y zurciendo espacios.
    Alegría primera de conocer de alas que fueron cobijo, acompañadas de voces de tonalidades dulces. Protegida en su regazo  no existía ni el miedo ni el frio, tan solo unos labios, cargados de besos, que siempre repetían  “aprende a amar  que la vida ya te enseñará  a volar.”
    Las voces se hicieron diversas, las alas confusas. Juventud insolente  que ignora que al desplegar las alas se arriesga todo. Volar es un riesgo, vivir una apuesta.
    Poco a poco las alas avanzan. Recorren senderos. Aprehenden la vida. Encuentran  pasiones que alzan la voz. Pasión por amar lo que hago, por hacer de mis pasos huellas, por multiplicar amigos y compañeros de vuelo.  
    Un día cualquiera las alas latieron. Una voz diferente sorprendió a la mía. Sólo escuché dos alas que volaban conmigo con el sosiego apasionado de quien encuentra el Amor. Fue orden del alma que voláramos juntos. Y de repente ya no hubo tiempo de volar tan alto. Voces nuevas, chiquitas, llenas de ternura demandaban alas. Y entonces el anhelo que volaran  felices y seguras se hizo misión.
     A partir de  aquí, mi voz  fue capaz de contar las historias de otros. Mis alas silenciosas marcaron itinerarios inscritos en labios y besos  que repetían “aprende a amar que ya la vida te enseñara a volar”.
     Los hijos se hicieron grandes, dejando la sensación, como decía Machado, de “un ayer que es todavía”. Sus alas otean el mundo para escoger sus victorias y amortiguar sus caídas.
     El tiempo, indiferente,  fue apagando  voces, dejando solo las imprescindibles. Aquellas  que me enseñaron a volar hoy vuelan muy lejos. Aquellas que aprendieron a volar con mis alas hoy prueban las suyas. Sólo  queda una que no sabe volar si no es con mis alas y yo con las suyas. Esa, a la que, entre cotidianidades, amores y pleitos, le he entregado la vida.
      Ha llegado el momento de desandar recuerdos. Mis alas,  fuertes,  recorren el tiempo. No con nostalgia, sino con  la convicción  de que todos los días que gritan mi nombre han sido hermosos; que puedo ser amable con mis errores y humilde con mis aciertos, y que, sin duda, he aprendido a amar. Sé que me esperan años luminosos, promesas felices, plenitud de vida, alegría del alma por seguir viviendo. Y cuando llegue el momento, la voz de la muerte susurrará a mi oído: una buena vida merece una buena muerte.
Irma Wefer

   
  
   

No hay comentarios:

Publicar un comentario