Carnaval sin dudas, hace 56 años, era todo un acontecimiento. Veníamos con algunas costumbres de la dictadura de entonces, donde habían carrozas, se disfrazaba la gente, habían caravanas, comparsas y muchas fiestas. Ese día era lunes de carnaval; el mejor de todos. Yo apenas tendría como seis años, entonces. Mis padres se habían vuelto rumberos y no perdonaban ninguna fiesta; a veces salían solos, pero desde que me picó un alacrán durante el cuidado de mis hermanos mayores, prefieren llevarme a todas partes. Yo recuerdo que andaba descalzo, recuerdo el aguijón, el llanto, y la carrera al hospital. Del miedo de mis hermanos mayores, (yo era el crío), me dieron la dosis doble del antihistamínico y dormí por 24 horas. Claro, por eso ya no me dejaban solo con ellos.
Yo nunca tuve piñata, ni recuerdo muchos disfraces; solo el de torero, porque existe la traza fotográfica y el de ese día en que me vistieron de rojo, con cachos y una cola larga, roja también. No bastándole eso, mi madre me puso pintura roja en la cara que hacía juego con la capucha y con los cachos negros. No sabía realmente que era, hasta que en la fiesta la gente decía, -ayy mira al diablito… que lindo…-, así supe por lo menos que era un diablito. No estaba muy seguro que era un diablo.
Ya vestido de diablo, nos montamos en el carro, un Chrysler blanco, con dos paletas en la parte de atrás, que lo hacían, “aerodinámic”, como le oi decir a mi mamá. La fiesta era en el Club Paraíso, que junto con el Country Club fueron los dos más exclusivos de la época. Estaba viniéndose a menos, porque los ricos se estaban mudando al este que recién se estaba urbanizando. Aún quedaba mucha gente importante; pero lo que más, fueron las dos orquestas más importantes de la época; La Billo`s y Los Melódicos, una en cada lado del salón. Al llegar, mis padres me dejaron jugar solo, y ya no estaban pendientes de mi, hasta la hora del regreso. Menos mal que no había muchos alacranes en el piso del club, pues proporcionalmente, había más pares de pies calzados que en mi casa y la opción de ser aplastado por otro, era muy alta. Ese día, tenía zapatos negros de patente. Imaginen a un diablo rojo, con rabo rojo y zapatos negros de patente…
Ya solo y en libertad, deambulé por el lugar. Era mágico; el salón era gigante. Podía haber salido al patio, pero mejor que no lo hice, no fuera que me confundieran con un animal salvaje y terminara con perdigones en el culo. Lo mejor de la fiesta eran las dos orquestas enfrentadas, una a cada lado del inmenso salón. Cabían como 500 adultos con sus mesas para sentarse. Los músicos estaban sentados como en una escalera gigante de cinco escalones, sobre una tarima, forrada en los dos lados laterales, con tela negra. Ahí descubrí un lugar fantástico para estar. Era gigante para mi tamaño y solo se veían los pies y los zapatos de los músicos. De un lado estaba Billo Frómeta y del otro, el maestro Renato Capriles. Yo tenía preferencias para esconderme, y era la escalera más lejana a la puerta por donde entramos; allí me metí. En ese berenjenal de tubos, corría, brincaba, saltaba, le jalaba los cordones de los zapatos a los músicos, hasta que…!susto…!, me encontré a otro ser humano.
Era el disfraz más popular de la época: el de negrita. Hoy lo llamaríamos en revolución como la “afrodecendientica”. Era una niña (supongo), de mi misma edad, como de seis o siete: Tenía un mono completo pero este era totalmente negro, con una máscara negra, con una bemba roja y un trapo rojo de puntos blancos como el de la harina Pan. Tenía una peluca negra rizada, amarrado en remolino con lacitos de colores intercalados. Encima del mono tenía una faldita blanca de faralaos, con un tejido de encaje en el borde.
Al recuperar el aliento le dije mi famoso discurso:
-Hola
-Hola- respondió
-Me llamo Fernando-, le dije en voz baja ya que no habían arrancado las orquestas y luego no habría palabra a ser escuchada.- Me dicen Fer- concluí
-Me llamo Luz Elena pero me dicen Luz-, dijo con voz femenina, (menos mal)
Luego de ese diálogo intenso, comenzaron las orquestas a tocar. Entre brincos y saltos en algún momento, ella, me enseñó a bailar. Sentir otro cuerpo a los seis, que además es mujer y que te enseña, fue fantástico. Sin duda me encariñé de Luz. Bailamos toda la noche y en los descansos, corríamos entre la gente mientras algo hacían los adultos que gritaban y se aplaudían. En una de esas jugarretas subimos a la parte de arriba de la tarima, donde los adultos jugaban. Al pasar, un señor con micrófono nos agarró y dijo:
-Acá está otra parejita que va a concursar… ¿aceptamos niños?-, gritó a todo gañote, a lo que el público todo respondió que sí.
-¿Cómo se llaman?- interpeló
-Luz
-Fer
-Ah bueno una pareja que compite para la reina y el rey de la fiesta, nada menos y nada más que un diablito y una negrita.-. Entonces nos dejaron bajar.
Seguimos jugando y en algún momento, escuchamos que nos llamaban, parece que teníamos que volver a subir, y ni de vaina. Nos metimos otra vez debajo de la escalera de los músicos y nos abrazamos, entre el miedo y la amistad. Todo iba bien hasta que el músico del trombón se le ocurrió limpiar el pito del instrumento lleno de saliva y me cayó en la cabeza. Entonces empecé a gritar de asco y la negrita Luz le mordió un pie a otro músico, todo en un escándalo que terminó con nuestro escondite. Nos llevaron a juro a la tarima, a Luz por las greñas negras y sus lazos de colores, y a mí, jalado por la cola. El señor del micrófono gritó:
-Acá están los ganadores de la noche, la mejor pareja, “Luz y Fer…”
Cuando el locutor dijo lo que dijo, se le trancó la voz, porque era un pequeño diablo el que ganaba. Igual nos puso las coronas y tuvimos que esperar a que terminaran los aplausos. Luego bajamos, nos separamos y ya no volví a ver a mi gran amiga de la primera infancia, aquella que despertó un “no sé qué cosa fue”. El Club Paraíso era gigante, la busqué por todas partes y nunca volví a saber de ella, hasta hoy que escribo estas líneas y ha regresado de mis recuerdos. Creo que todavía la recuerdo con cariño.
Ese día es inolvidable. Además, es el único día en que Luz y Fer (la pareja), se ganó algo en El Paraíso…
Alberto
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Notas para los que leen de lejos:
Rumbear: ir a fiestas, viene de rumba
Berenjenal se refiere a un monton en este caso y algunos cruzados
Mono: traje de tela completo de cuello a pies
Bemba: labios grandes
Ni de vaina: no estar de acuerdo
Muy bueno Alberto, es una crónica fantástica.
ResponderEliminarBeto-Fer, que hermosa historia de amor infantil, excelente escrito.
ResponderEliminar¡¡Busquemos a Luz!!