Mi vida emerge en esa máscara que he escogido tener. Ella es
rastro de mis elecciones, construcción de mi horizonte y mi verdad.
Dibujo los mapas de mi rostro al
elegir el encuentro; al amar lo distinto, lo desigual, lo imperfecto, como
consigna para creer en el otro.
El mundo te confronta, te prueba, te
desgasta. Elijo la resistencia de un magnánimo destino: dar más allá de la
adversidad.
Si el rostro de lo cotidiano amenaza
las ganancias, elijo ser retazos de vela
sin nudos ni cuerdas, solo boquetes donde se cuele la ilusión de vivir.
Elijo la vida, con todas sus
aristas, como refugio ante la incompetencia de tantos desacuerdos. Celebro la
alegría, talismán que guía mis pasos.
Elijo los trazos de mi historia, travesía armoniosa de rostros que
suman lo que soy. Rescato las puertas y ventanas que anuncian el resplandor de
lo bueno y generoso.
Me dejaré seducir por la esperanza, amante de los días que todavía
no vivo. Si esos próximos días vaticinan soledad, elegiré ser mi mejor
compañía.
La mitad de mi alma probó la
tristeza, razón por la cual la otra mitad escogió disfrutar el entusiasmo, el
compromiso y el hacer.
Cuando llegue el tiempo en que los
recuerdos sean memoria, detrás del brillo de mis ojos escribiré un epitafio que descubra mi
máscara: “aquí yace el cuerpo de una mujer que eligió vivir y amar con pasión,
profundidad y alegría. Solo el cuerpo, porque su espíritu sigue viviendo y
amando de la misma manera”.
Elijo las máscaras que construyen la
vida.
Irma Wefer
Estimada Irma, buenísimo ese artículo sobre las elecciones de vida y su acertividad: gracias por enviármelo.
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