Un Caribeño en Río de La Plata.
Esta es la historia de un emigrante que solía contemplar el
Mar Caribe, una que otra tarde. Luego de cerrar su negocio, una reconocida
licorería de la Avenida Costanera de La Guaira, se instalaba en la mesa que
tenía reservada en un restaurant a la orilla del mar. Allí fue fraguando, casi perdido entre las
olas, los decididos planes de reestructurar su vida en otro país, ya no
soportaba los gritos cotidianos del conserje de su edificio: “Llegó el
agua…solo 10 minutos” o “la luz la ponen
esta noche”, y menos tolerable le resultaba ir por tomates grandes al mercado
para una rica caprese y tener que
conformarse con unos peritas, o muy
verdes o a punto de colapso. Lo de hacer limonada con los limones celestiales,
nunca le resonó.
Lo cierto es que Mauricio liquidó todas sus bebidas
espirituosas, remató el local y se marchó con la esperanza en la frente, a la
vasta ciudad de Buenos Aires. Su equipaje incluyó la larga experiencia
comercial de su familia y sus avales: juventud, soltería y ensoñaciones.
Apenas pasaron dos semanas de su llegada y ya escogió un
pequeño local en Villa Devoto para montar una floristería. Su padre le
aconsejaba: la oportunidad hay que
estudiarla velozmente y lanzarte a las acciones respectivas. Él no vio competidores cercanos en la Villa
elegida, y si, una hermosa plaza muy concurrida. Uno de los días previos a la
inauguración del local, mientras pintaba la puerta principal en azul rey, se
acercó una chica y le entablo conversación, ella fue como una humareda de las
que envuelven y de alguna manera alteran los sentidos y la vida. Mauricio no me
contó los detalles de cómo terminaron cenando en el Cucina Paradiso con ligeros vinos y exquisitos postres, ni tampoco
me detallo como el nombre de la floristería, fue parte de los diálogos ni del
imprevisto arrebato que los convirtió en pareja moderna e instantánea. Cinco días después se daba apertura a la venta
de flores con un esplendido y llamativo anuncio de neón: no te andes por las ramas.
Les cuento que conocí a Mauricio en una parada de colectivos
(buses) y me preguntó una dirección que casualmente conocía, hicimos empatía
como quizás lo hacen tantos venezolanos que se encuentran dispersos por el
mundo, pero con el ánimo dispuesto quizás por excesos de nostalgia, por
soledad, o por esa necesidad de reafirmar ese amparo del afecto que se llama
Venezuela. El largo trecho en el colectivo permitió que Mauricio se explayara
en detalles inusuales en una presentación en esas circunstancias, y al decirle
que soy psicólogo, abrió sus ojos achinados y fue como que le prendiese el
botón del speech desaforado, me faltó
sacar la libreta para trascribir su historia clínica y social de toda su
experiencia migratoria. Un detalle importante que agregó, y relacionado con
ésta historia les quiero compartir, es
que simultáneamente cuando inauguro la venta de lirios, helechos y otras
hierbas florales, había hecho sociedad mercantil con un porteño y abrieron una
fiambrería. Él le pidió a su socio le dejara definir el nombre del negocio y
recordando la cena con Sofía, su chica repentina, seleccionó: el jamón histérico.
Los dos negocios marchaban con éxito y la pareja veloz
conoció los designios del destino en un embarazo inesperado; nació en la
primavera un hermoso chico inquieto, llorón y de ojos vivaces con la típica
agitación de un maracucho y la parsimonia de un porteño grande. Fue justo en
los días que el hermano de Sofía daba estreno a una pastelería, y le pidió a su
cuñado le sugiriese un nombre: Pecado sin
culpa se abrió en la Avenida San Martin.
El Bebé Rocamadour, que así lo llamó su Cortaziana madre,
parecía cada vez más un emotivo zuliano
atravesando el puente sobre el lago, las niñeras renunciaban muy pronto a sus
cargos, y un día Mauricio desesperado le grito: Mira… Novillo loco,… quédate
quieto.
Sofía se indignó, lo denuncio por maltrato infantil. Cuando
declaraba en la Corte de infantes explicó que justo en ese momento hablaba por
el móvil con su socio, el cual le solicitaba el nombre para la carnicería que
estaban por abrir, y a él se le ocurrió: El
Novillo Loco, lo cual pueden verificarse
en plena Avenida Mosconi.
Mauricio quedo libre de cargos, la relación con Sofía se ha
evaporado, quedó como en el Aire
haciendo honor a la residencia de la fugaz pareja, el despecho les fue
devastador y en esos meses, en su inquieta carrera comercial y anti guayabo,
abrió una tienda de ropas, cuya foto anexo al final.
Antier nos escribimos por whatsApp y le dije a Mauricio que
le tenía el nombre para su próximo negocio, que será una librería, le aclare
que no era mi creación, que en Paris conocí una que se llama: Les yeux fertiles
(Los Ojos Fértiles). Le encantó la idea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario