Siempre que viajaba a Savannah me gustaba detenerme en la pequeña tienda que vendía
artículos relacionados con la naturaleza. En una de mis visitas conseguí un adorno que
consistía en un recipiente acrílico transparente rectangular con un líquido azul en su
interior. En la base tenía un pequeño motor que lo hacía balancear de un lado a otro
produciendo un movimiento en el líquido que simulaba el oleaje del mar, al equipo lo
acompañaba la grabación de un sonido marino. La encargada de la tienda se acercó y
me comentó que ver el mar y escuchar el sonido de las olas generaba una sensación de
tranquilidad y bienestar. Estuve a punto de comprarlo, pero desistí, lo sentí como muy
artificial.
En un viaje de regreso, leí por coincidencia, un artículo sobre un estudio que había
realizado una universidad británica que tenía como objetivo investigar el impacto de los
ambientes naturales en el bienestar de los individuos y cómo estos generan distintas
reacciones en las personas. Los científicos siguieron a 2.750 voluntarios durante dos años
y compararon sus experiencias en el mar, el campo y los parques urbanos. Al ponderar
los resultados, todos los participantes identificaron el ambiente marino como la
experiencia más positiva, seguido de los parques urbanos y el campo. La investigación
reveló que aunque todos los espacios naturales generan efectos psicológicos positivos,
estar cerca del mar es lo más beneficioso.
No conocí mayores detalles del estudio, pero de haber sido consultado, muy
probablemente hubiese dicho lo mismo. Me agrada estar en el campo, pero reconozco
que el mar ofrece como más recursos para sensibilizarnos. Las tonalidades de azules, la
brisa, el olor del salitre, sus aguas salobres, el rugido suave acompañado del graznar de
gaviotas y del rompimiento de las olas, ofrecen todo un abanico de estímulos para deleitar
nuestros sentidos. Ni hablar de las propiedades curativas que le atribuyen a sus aguas.
Hasta una buena dosis de humildad nos suministra cuando experimentamos esa
sensación de asombro y admiración ante su impresionante inmensidad.
Frente a un escenario marino, la mayoría de las personas experimenta una agradable
sensación de calma, relajación y bienestar. Los neurocientíficos piensan se debe a que le
da una especie de descanso al cerebro de la sobre carga a la que nos exponemos
continuamente y esa desconexión tiene un efecto casi hipnótico, el cual genera esa
sensación de tranquilidad. Aseguran también que el sonido de las olas estimula un estado
meditativo que genera cambios en las ondas cerebrales, específicamente, promueve las
ondas alfa, las cuales se han vinculado con el estado que llaman de atención sin
esfuerzo. La sensación de placer también ha sido relacionada al hecho de que estamos
conectados con la naturaleza marina desde nuestra gestación, al permanecer meses
flotando en un ambiente acuático dentro del vientre de nuestra madre y esa conectividad
es beneficiosa para el cuerpo, la mente y el espíritu.
De vez en cuando sigo recordando la tienda y el comentario sabio de la dependiente, pero
estoy convencido que aquella cajita acrílica nunca me hubiese aportado la sensación de
paz, tranquilidad y bienestar que se consigue al sintonizar de manera presencial todos
nuestros sentidos frente a la verdadera inmensidad del mar.
Lionel Álvarez Ibarra
Agosto 2016
Así es Lionel, el mar es el lugar mas maravilloso que nos ha regalado la Naturaleza, su color, su música, su inmensidad, su placer...
ResponderEliminarMe encanto tu escrito
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