Día de playa/ Arcángela Arnone
Hoy me levanté más temprano que cualquier día y emprendí mi viaje de
madrugada, les cuento que anoche no dormí casi, el sustico en el estómago y la emoción de niñita permanecen intactos en
mí cada vez que voy a emprender una aventura.
Sin dar muchas explicaciones en casa, tomé mi morral repleto de cosas
para mí indispensables: protector solar,
bronceadores, repelente de insectos, peine, toalla, sombrero, lentes de Sol,
sandalias, crema hidratante, labiales, toallitas húmedas, monedero con dinero
efectivo y mi cédula de identidad, gorra, short, franela, ipod, bandana, otro
traje de baño, aparte del que llevo puesto; de merienda galletas, frutas, agua,
chicle y chocolates. También llevo un frisby por si acaso me encuentro a
alguien con quien hacer unas lanzadas y una careta para ver debajo del agua,
eso siempre me ha cautivado.
Salgo vestida normal, unos jeans, una franela, zapatos de goma y un
suéter, le doy un beso a mi mamá y parto. Tomo un autobús hasta el terminal de
Oriente, llego aún de mañanita, hay claridad pero el Sol no ha salido y hace
ese frío agradable que invita a permanecer abrigado pero a darle el semblante
al aire. Hay un montón de gente alrededor, más no me detengo a mirar a nadie,
mi enfoque es mi destino y en él está toda mi atención y energía. Las chispas
de alegría acompañan persistentes la circulación de mi sangre, que cuando
siento que pasan por el corazón, me hacen sonreir, cerras los ojos y decir
dentro de mí: gracias Dios!
Con mi ticket en mano subo al autobús que me corresponde, ocupo el
asiento de la segunda fila, ventana de la izquierda, el conductor cuenta a los
pasajeros, pues hay más asientos vacíos que llenos, cierra la puerta y encamina
el viaje. No tengo idea de las paradas que hará, ni de la hora de llegada, ni
siquiera la he calculado. Me duermo por ratos, abro los ojos de vez en cuando,
la luz del Sol radiante penetra en mi ojos somnolientos y empiezo a ver
letreros con nombres de playas, uno pegadito al otro, seguiditos, la emoción se
vuelve a apoderar de mí, pronto veré el cartel de Playa Colorada y esa es mi
parada.
La puerta del autobús se abre ante mí, doy un salto y toco tierra, me
quito el suéter, camino un poquito, acelero los pasos y emprendo una bajadita,
me quito los zapatos y las medias, toco la arena, escojo un lugar semi-sombrado
con las altas palmeras repletas de cocos, quedo en traje de baño, respiro
profundo, veo el mar, las pequeñas olas llegan a la orilla, camino hacia ellas
pero no las alcanzo, espero a que lleguen las demás, siento el agua caliente y
la arena fría aunque su color es cálido, es roja, los rayos de Sol aparecen e
iluminan toda la bellísima playa que tengo a mis espaldas, doy media vuelta y
veo a mi papá. Esa fue la última playa que visitamos juntos antes de su partida
y luego nos habíamos dado cita allí desde hace tiempo y por una razón u otra
nunca pude ir de nuevo. Lo había programado y postergado tantas veces, un
Carnaval, una Semana Sata, un fin de semana y hasta una Navidad, pero hoy es
lunes y estoy aquí, con él y él conmigo.
Disfrutamos del mar, de una caminata, de la brisa con agua y sal, un
pescado frito y tostones, del olor a playa, nos tomamos también un ron con
limón, brindamos, nos reímos, me abrazó, me dio un beso y me dijo te quiero,
eres mi hija preferida, con las manos aún tomadas se fue alejando de mí hasta
que no lo ví más.
Lentamente me vestí , con mis jeans y mi otra franela (la que llevé de
repuesto), sacudí la arena de mis pies y me puse las sandalias, monté el morral
en mis espaldas, uno poco menos pesado ahora, sin embargo todo el peso lo sentí
en mi corazón, que va llenito de chispitas de felicidad, de amor y de paz.
Retomé mi regreso, subí a la carretera, hice señas con la mano a un
autobús para que parara, no decía hasta donde llegaba, pero iba en dirección a
mi destino, el final del atardecer lo ví por el camino, llegué de noche a mi
casa, tomé una ducha, cené algo ligero, unas galletas cracker con queso fresco y un té caliente, me puse mi
pijama y me acurruqué en mi cama, me volví a levantar y fuí al cuarto de mi
mamá, le dí un beso y un abrazo y le dije, mi papá te lo manda.
Playa Colorada12 es
una playa venezolana,
ubicada en el parque nacional Mochima en
el estado Sucre. Está
a mitad de camino entre Puerto La Cruz (Anzoátegui)
y Cumaná (capital
de Sucre).
Debe su nombre al color de su arena, que tiene tonalidades que
van del rojizo al dorado. Se caracteriza por sus aguas cristalinas, sus
cocoteros y su rica fauna.
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