Vi correr algo por la orilla de la pared, tan rápido que no logré identificarlo. Me asomé al pequeño baño de servicio, y ¡allí estaba! Como me temía, ¡era una rata! Busqué al gato de la casa -el viejo Jim-, lo metí dentro del baño y cerré la puerta. Esperé como unos veinte minutos, cuando abrí de nuevo, Jim salió ¡como alma que llevaba el diablo!
El bañito era muy pequeño, de tan solo un metro cuadrado. Decidí entrar, cerré la puerta, me monté sobre el inodoro, y con un palo de escoba intenté darle por la cabeza. El animal comenzó a chillar horriblemente, a dar brincos y a tratar de morderme a la cara. Solté el palo y salí ¡más asustado que Jim!Recuerdo el evento como mi primera experiencia de miedo intenso; dicho de manera coloquial: "se me pusieron de corbata". La rata decidió atacar y yo decidí huir. Mientras me recuperaba del escalofrío, y con la respiración todavía alterada, podía oír claramente los latidos de mi corazón. Es una experiencia que poco he compartido, así que pudiéramos decir, se trata de un secreto.
Todos, sin excepción, hemos sentido miedo en algún momento. Hasta los más valientes, esos que hacen la cola para subir a las aterradoras montañas rusas, sonreídos y llenos de entusiasmo, llevan su miedo oculto. Coraje no es ausencia de miedo, es actuar a pesar de tenerlo.
El miedo es una emoción básica, y no tenemos por qué sentir vergüenza en reconocer que lo sentimos. Cuando niños, lo demostramos de manera natural, pero en la medida que vamos creciendo, moldeados por la cultura, comenzamos a pensar que no deberíamos mostrarlo en público, quizás porque tememos pueda ser interpretado como cobardía.
Tal Ben Shahar, profesor de Psicología en la Universidad de Columbia, explica que cuando tratamos de bloquear o suprimir una emoción -como el miedo, por ejemplo-, ocurre lo contrario, ella se intensifica. La paradoja es que cuando la aceptamos es cuando se debilita. Comenta que cuando comenzó a dar clases, el desafío más grande que enfrentó fue su timidez, que lo ponía nervioso al presentarse ante una audiencia. Al principio trató de neutralizarla con actitudes mentales positivas, como: " tranquilo, todo va a estar bien, lo puedes hacer, nada que temer..." el resultado era que su miedo se incrementaba. Dejó de usar esa estrategia luego de leer el trabajo de investigación del psicólogo Daniel Wegner, de la Universidad de Harvard, que desarrolló una teoría que llamó, "Teoría de los procesos irónicos", en donde demuestra que, intentar suprimir un pensamiento, es la mejor manera de que este pensamiento regrese una y otra vez.
Los mecanismos del miedo con los que la naturaleza nos ha dotado, fueron muy valiosos a lo largo de la evolución, permitiendo detectar las amenazas, antes de que fuera demasiado tarde, y eso fue determinante para la supervivencia de la especie.
Están bien identificados los detalles fisiológicos de cómo el miedo prepara al organismo para responder ante el peligro, ya sea: la huida, el ataque o el bloqueo. La sangre se va a los músculos de las piernas, para facilitar la huida, quedando el rostro pálido. El cuerpo se congela y un torrente de hormonas circula por el organismo.
Hoy en día, es poco probable que nos consigamos de frente ante un depredador, pero nuestro mecanismo del miedo sigue activo, en alerta continua, tratando de captar cualquier cosa que pueda suponer un peligro.
Pero no siempre el miedo surge ante un hecho real y presente. Generamos temores por situaciones que no han ocurrido, pero que pensamos, pudieran suceder en el futuro, como: perder el empleo, que nos aplacen en un examen, que no consigamos las medicinas, que nos atraquen en la esquina... Son solo posibilidades, pero nuestra mente no diferencia un riesgo real de uno imaginado, y es suficiente para comenzar a sentir los efectos fisiológicos del miedo.
Winston Churchill dejó escrito: “Me he pasado la mitad de mi vida preocupándome por cosas que nunca me ocurrieron”. De allí la importancia de silenciar nuestra mente, de calmarla, acudiendo a nuestros espacios de silencio, serenidad, quietud, meditación y oración.
Lionel Álvarez Ibarra
Agosto 2020
"Bajo la máscara de la temeridad se ocultan grandes temores".
Marco Anneo Lucano. Poeta romano.
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